En la 74ª Berlinale se ha estrenado El baño del diablo (Des Tuefels Bad, 2024) esta historia de terror, ambientada en plena Ilustración, en un lóbrego bosque austríaco. El atraso, los restos de superstición y la justicia popular muestran el atavismo y la oscuridad tan alejados de esas luces de un siglo que parecía transcurrir en otra parte. Veronika Franz (Good Night, Mommy, 2014) y Severin Fiala (The Lodge, 2019) dirigen un escalofriante relato que pone el foco en la salud mental de las mujeres, mostrando las nulas herramientas que poseen para gestionar sus desórdenes psicológicos ligados al maltrato sistemático y a la negación de sus necesidades. El guion que firma la pareja de directores se inspira en la obra “Suicide by Proxy in Early Modern Germany” de Kathy Stuart, ya que la historia que narra se basa en la realidad documentada de miles de mujeres que vivieron una situación similar. Las primeras imágenes de la película ya son sobrecogedoras, pero la tensión no dejará de aumentar hasta el final.
Agnes (Anja Plaschg) deja su familia y su entorno, para casarse ilusionada con Wolf (David Scheid), pero pronto se sentirá atrapada en un matrimonio y una nueva vida que la asfixian, sobre todo con la presencia acaparadora de la suegra (Maria Hofstätter). La melancolía, la depresión se instalan poco a poco en su vida, con un correlato estético en el paisaje, en la niebla, los grises, la naturaleza cada vez más inhóspita. Así el realismo brutal y la poesía tan amarga de las imágenes no nos dan tregua. La infancia feliz, la casa en la que creció, son para Agnes un paraíso definitivamente perdido, quedándose sin raíces ni un lugar seguro al que volver, sin nada más que ella misma, su vida y sus rutinas. Las tareas del hogar se llevan a cabo con interés y exactitud, como una liturgia, que puede ser protectora, pero acaba siendo todavía más despersonalizadora. La iglesia y la superstición la arrastran más al fondo de su depresión, en lugar de aliviar su sufrimiento.
La forma en que los directores muestran la progresiva aniquilación y descenso al infierno mental de su protagonista es minuciosa y agobiante, transmitiendo esa misma angustia que abruma a Agnes, incapaz de salir de la telaraña de oscuridad y terror que la envuelve, como la brutalidad de la pesca a la que la obliga el marido a participar. La dulzura de la joven nos conmueve mientras la vemos quebrarse ante nuestros ojos con la austeridad que caracteriza a Veronika Franz y Severine Fiala.
La única salida que encuentra la joven Agnes para escapar de la condena espiritual al suicidio es un crimen que acabará con su sufrimiento. El máximo horror se reserva para el final, cuando hemos empatizado con la tortura que sufre la protagonista durante toda la película. En forma de epílogo, y solo después de haber asistido a una espantosa lección de historia con las mujeres como protagonistas, será cuando el espectador conozca el origen real de las prácticas que nos han presentado. La dirección artística, las interpretaciones —con una maravillosa Anja Plaschg que nos conmueve en su dolor e incluso en su crimen— y un guion hábil e inquietante convierten a El baño del diablo en una excelente muestra de que el cine de terror puede ser también comprometido, pero igualmente de que la Historia (en este caso, el siglo XVIII) es una cantera inagotable de relatos verdaderos de crueldad y barbarie.
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