Doctor Sueño se estrenó en España el jueves 31 de octubre de 2019. El resplandor, que es la película de la que es segunda parte, se estrenó en España de manera simultánea (lo apunto porque en aquella época era frecuente que las películas se estrenaran en Barcelona y Madrid en distintas fechas) el viernes 19 de diciembre de 1980. Por en medio, 39 años de distancia.
No es lo habitual, sin embargo, dejar pasar tanto tiempo entre una película y su secuela. Lo más frecuente, especialmente desde el advenimiento del género del blockbuster en la segunda mitad de los años 70, es que se aproveche un éxito de taquilla para rodar su secuela cuanto antes.
Que entre una película y su inmediata continuación transcurran lapsos de 30 o 40 años plantea dilemas interesantes, no tanto a nivel artístico como industrial: si por definición una segunda parte pretende repetir un éxito apelando al mismo público que vio la primera parte, suponer que ese público irá al cine 40 años después no tiene nada que ver con suponerlo dos, tres o cinco años después.
Su condición de producto extemporáneo lo sitúa en una posición incómoda. Tomemos como ejemplo los 40 años que median entre El resplandor y Doctor Sueño: ya no es sólo lo mucho que ha cambiado la sociedad, es que la manera de hacer cine no se parece en casi nada, ni en un plano técnico (digital versus 35 milímetros) ni tampoco en el creativo, por ejemplo con la fragmentación del contínuo narrativo mediante soluciones como duración de los planos más corta o montaje no convencional, más movimientos de cámara, diferente uso del tamaño del plano, etc.
Doctor Sueño es una película inscrita plenamente en una manera de narrar cine que poco tiene que ver con la de la película a la que da continuidad. Por lo tanto, ese mismo concepto de continuidad queda seriamente dañado, existe ahí una dislocación importante del discurso cinematográfico que afecta directamente a la coherencia interna de la secuela, en su condición de prolongación de una película previa.
Sintéticamente, podemos afirmar que En busca del arca perdida e Indiana Jones y el templo maldito pertenecen al mismo ecosistema, como también pertenecen El padrino y El padrino: Parte II o Regreso al futuro y Regreso al futuro. Parte II, por poner algunos ejemplos populares. Sin embargo, La cosa (El enigma de otro mundo) y La cosa (The Thing), separadas por 29 años de distancia, pertenecen a dos mundos distintos.
La existencia de una segunda parte tan separada de la primera debe pues entenderse como una anomalía que escapa a toda lógica industrial. Y, sin embargo, se han dado en los últimos años algunos casos que, más allá de que sus resultados creativos sean mejores o peores, llaman bastante la atención.
Hay dos ejemplos que me parecen especialmente interesantes por motivos que ahora comentaré: Blade Runner 2049 (2017), que se estrenó 35 años más tarde que Blade Runner (1982); y TRON Legacy (2010), estrenada 28 años después que TRON (1982). Existen más casos recientes (como el de El regreso de Mary Poppins (2018), estrenada nada menos que 54 años después que Mary Poppins (1964), pero consignarlos todos excede las intenciones y el espacio de este texto.
Baste decir que aquí se puede consultar una exhaustiva lista al respecto y que el récord temporal entre una película y su secuela lo ostentan Bambi, estrenada en 1942, y Bambi 2: El príncipe del bosque, un direct-to-video de 2006: 63 años separan una de otra, ahí es nada.
TRON Legacy es un proyecto de Disney que no deja de ser sorprendente, teniendo en cuenta que TRON no fue un gran éxito en su momento como sí lo fue Mary Poppins, cuyos enormes beneficios, por cierto, sirvieron para que Walt comprara los terrenos en Florida donde levantaría su Disney World. De hecho, y pese a hacer caja, la película fue vista por Disney como una decepción porque no recaudó lo esperado. Tampoco el paso del tiempo ha hecho de ella una película especialmente recordada, quizás sí una película de culto, pero no una que genere un debate más o menos continuado en el tiempo (este sería el caso de Blade Runner, como veremos).
Para establecer la conexión con la primera parte 28 años después de su estreno, TRON Legacy se sirve de una excusa tan poco elaborada como es introducir en el arco argumental a un hijo del protagonista que ni aparecía ni se mencionaba en TRON. Sí, lo mismo ocurre en Doctor Sueño, pero ahí la jugada está más justificada por razones obvias: el hijo del protagonista es uno de los principales personajes de El resplandor. Tampoco destaca especialmente en su discurso narrativo, limitándose en términos generales a repetir más o menos lo que ya nos había contado TRON, es decir, la penetración de un ser humano dentro de un sistema informático para lidiar con los consabidos peligros fantásticos que allí dentro acechan.
Sin embargo, la operación acaba seduciendo, porque consigue aunar el espíritu visualmente innovador de la primera película con los gustos y la narrativa del cine del siglo XXI. En este sentido, TRON Legacy actualiza constantemente a un entorno 2.0 tanto algunas ideas —la principal, el riesgo de dotar de autonomía a un entorno informático— como secuencias enteras —el mítico duelo de motos—planteadas en TRON y que eran muy susceptibles de ser revisadas y mejoradas. Y tiene además uno de los mejores scores de lo que llevamos de siglo, obra del dúo francés Daft Punk.
El caso de Blade Runner 2049, por otra parte, es seguramente uno de los más delicados en esto de plantear secuelas tardías —como también lo es el de Doctor Sueño. Aunque no muy apreciada en el momento de su estreno, en menos de una década Blade Runner ya se había convertido en una película de culto, estatus que sigue conservando en la actualidad y que ha ido creciendo con cada nueva versión editada, hasta siete distintas. Considerada pues “intocable”, había que tener agallas para atreverse a darle continuidad a una obra considerada unánimemente hoy día como una de las cimas del cine fantástico.
Supongo que las que debió tener Denis Villeneuve, director de Blade Runner 2049, a quien imagino aislándose de redes sociales y de Internet para poder trabajar en paz en un proyecto tan controvertido. El resultado es casi un milagro, porque consigue ampliar el universo de la película de Scott de manera coherente, esto es, asumiendo no sin riesgo algunos de sus principales rasgos.
Los siguientes elementos conectan la película de Scott con la de Villeneuve: una narración de tempo muy relajado —algo poco frecuente en blockbusters de esta categoría—; una puesta en escena definitivamente incómoda —ese perpetuo polvo naranja que lo enturbia todo en la secuela versus la perpetua noche de la primera parte, o el uso intensivo en ambas cintas de las sombras que ocultan parte de algunas escenas. Y, por último, la preponderancia de temas éticos y morales —el origen de la vida, la naturaleza de lo sintético— por encima de espectaculares escenas de acción, de las que no había casi ninguna en la película de Scott y, decisión inusual en un producto de sus características, tampoco las hay casi en la de Villeneuve.
¿Y qué hay de Doctor Sueño? ¿Hacía falta una secuela de El resplandor? Terminantemente no. La película de Stanley Kubrick es, 40 años después de su estreno, no solo uno de los hitos en la filmografía del director, sino una de las cumbres del cine de terror de todos los tiempos. Se podrá discutir si es acertada o no como adaptación de Stephen King, pero como entidad cinematográfica es incuestionable su destreza a la hora de plasmar en imágenes un estado mental esquizofrénico que se va revelando, poco a poco, delante de las narices del espectador hasta estallar en unos últimos 20 minutos magistrales, puro terror desencadenado, que para sí quisiera cualquier película de terror actual.
Este es el primer problema con el que ha de lidiar Doctor Sueño: que es una película innecesaria. Por el contrario, la elección de Mike Flanagan como director no podía ser más acertada: el año pasado ya dije aquí mismo que Flanagan es en la actualidad, junto a James Wan, el director de cine de terror que propone más y mejores ideas. Pero el segundo y principal problema no es Flanagan director, sino Flanagan guionista.
Su libreto cuenta una historia conectada de manera muy frágil con la de El resplandor, apenas una excusa —la secta de vampiros que succionan el “resplandor”— no demasiado bien contada además, ya que a veces subyace la idea de que los vampiros se alimentan del miedo humano más que del “resplandor”.
Aparece el hijo de Jack Torrance por ahí como podía no aparecer, y se nota que la película intenta desesperadamente remitir a la obra maestra de Kubrick, pero intentando no caer en la vulgar repetición de esquemas/situaciones/escenarios. Es un intento loable, pero fallido: lo que cuenta Doctor Sueño se podría haber llamado de cualquier otra manera y no habría pasado nada, tal es la fuerza de su vinculación con la cinta de Kubrick. Es más, le habría incluso beneficiado no ser la segunda parte de El resplandor: la idea de los vampiros que succionan el terror de las personas justo antes de morir no carece de atractivo.
Pero claro, todo este entramado, todo este esfuerzo por remitir al original, pero sin parecerse a él, se desmorona en los últimos 40 minutos de película, cuando esta regresa al Hotel Overlook. Flanagan guarda para ese último tercio de película las mejores ideas visuales, tanto las copiadas de Kubrick como las que no, y todo el empaque como película de género del que carece Doctor Sueño hasta ese momento. Así pues, la operación acaba revelando involuntariamente sus cartas: todo se reducía a una mera excusa para volver al Overlook, para tirar de la nostalgia cómplice del espectador.
Parece una jugada atrevida esto de introducir una historia que poco tiene que ver con la original y, sin embargo, se acaba transformando en un acto de cobardía: visto lo visto, hubiera sido mucho más atrevido (e irreverente y arriesgado) ignorar la secuela literaria de King y plantear una segunda parte que dependiera exclusivamente de la película de Kubrick, y no de la película y del libro a la vez.
Sospecho que Flanagan hubiera entregado una película mucho más apasionante si hubiera tenido el arrojo de entrar a saco en el universo de El resplandor, la película, desde el minuto uno, y no solamente en la parte final de Doctor Sueño.
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