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Diez imborrables ángulos muertos del rock

En Música jueves, 11 de junio de 2020

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

En términos de música pop o rock, podríamos decir que el ángulo muerto lo representan esos discos que pasan desgraciadamente inadvertidos. Y que incluso son facturados teniendo plena conciencia de su propia invisibilidad.

Ya saben que el ángulo muerto es una zona lateral del vehículo en la que el conductor no tiene visión mediante ningún espejo retrovisor. Ni por el interior ni por los laterales. Cualquiera que tenga carnet de conducir sabrá de lo que estamos hablando; pues, discográficamente, son trabajos de una belleza desvaída, compuestos por músicos que, posiblemente, no esperaban ya casi nada de este mundo, bien porque estaban dictando su propio epitafio vital, bien porque no daban ya un duro por su suerte comercial.

Estos discos son como bodegones decadentes, pintados por ilustres tarambanas, ya presas del desahucio vital o creativo, hermanados por una fragilidad que es, a su vez, su mayor fortaleza. Como nunca es tarde para redescubrirlos, proponemos una selección de diez de ellos, por si tienen ustedes tiempo, desescalando en su pertinente cambio de fase, de dedicarles un buen rato. Valdrá la pena.

# 1 Big StarThird/Sister Lovers (PVC, 1978; Rykodisc, 1992)

Quizá tan solo el Smile (1967) de Brian Wilson iguale a este disco en lo alto del top de malditos históricos. Se grabó en 1974. No vio la luz hasta cuatro años después. Y tuvo que ser de nuevo editado en 1992. Un enajenado Alex Chilton, junto a Jody Stephens, se marcó un maravilloso disco que sabe a derrota por sus cuatro costados.

En sus surcos puede localizarse la semilla de la que brotaron algunos de los rasgos de The Only Ones, Television Personalities, Mac DeMarco, The Libertines, los Wilco más experimentales, nuestros Surfin’ Bichos (quienes versionaron una de sus canciones) y hasta, dicen, los Radiohead de OK Computer (1997).

Además, cuenta con “Holocaust”, una de las canciones tristes más escalofriantes de la historia del pop. En octubre de 2016 fue reeditado en formato box set (Complete Third), con demos y tomas alternativas, por Omnivore Recordings. Señal de un culto que no se apaga.

# 2 The Only Ones – The Only Ones (Columbia, 1978)

El aspecto desaliñado de Peter Perrett y su forma de mascullar las palabras podían situarle en una sintonía cercana a su amigo Johnny Thunders, pero el fabuloso debut de The Only Ones apuntaba demasiado eclecticismo como para consignarlo en las cubetas del punk.

El chispazo de melodía y electricidad de “Another Girl, Another Planet” es lo más recordado de este debut. Pero también estaban la sedante “The Whole of the Law” (versionada por Yo La Tengo en 1993), “Breaking Down” y su forma de oscilar entre el jazz rock y el prog rock, o el swing de “The Beast”. Cimentó la leyenda de un Peter Perrett cuyo reciente regreso, en los últimos años, parece un milagro, teniendo en cuenta el calibre de sus adicciones.

#3 Los Bichos – Bitter Pink (Oihuka, 1991)

De todos los desubicados grupos bisagra del pop español de entre finales de los ochenta y principios de los noventa, Los Bichos fueron quienes más se parecían a un oscuro agujero de gusano. Su viaje en el tiempo y en el espacio les llevó desde el Nueva York de Richard Hell y Suicide a la Australia del primer Nick Cave, pasando por el París de Serge Gainsbourg y, cómo no, el Memphis de Big Star y su “Holocaust”, que también versionaron en este inagotable disco doble. Se trata de un trabajo que su principal responsable, Josetxo Ezponda (1963–2013), definió como pasado de rosca. Bendito pasote.

#4 Chris Bell – I Am The Cosmos (Rykodisc, 1992)

Este disco incluye doce canciones que desarman por su desbordante ternura y fragilidad y fue el involuntario testamento del infortunado guitarrista de los primeros Big Star, quien fallecería en diciembre de 1978 en accidente de tráfico, con solo 27 años, y casi catorce antes de que este rescate de sus grabaciones en solitario viera la luz.

Las canciones surgieron como el desenlace natural de un periodo de honda depresión, del que solo empezaría a salir (gracias a su hermano David) tras varias sesiones de grabación, algunas de ellas en el Chateau D’Herouville —cerca de París—, donde previamente había grabado Elton John su célebre Honky Chateau (1972), y muestran a un compositor sensible cuyo crédito había permanecido más que velado.

Es este otro clásico de culto, presidido por la misma belleza glacial que ilustra su portada, capaz de congelar la más sincera de las sonrisas  y que inspiró el nombre de un exquisito sello discográfico español.

#5 Epic Soundtracks – Rise Above (Rough Trade, 1992)

Kevin Paul Godfrey —que es el nombre real de Epic Soundtracks— llevaba más de una década cargando con su propia inseguridad a la hora de ponerse frente a un micro. Había formado, junto a su hermano Nikki Sudden, los Swell Maps, una banda sin la cual no entenderíamos a Pavement, o a Stereolab o a Sonic Youth. Pero esto era otra historia.

La tipografía de su portada era un guiño al Pet Sounds (1966) de los Beach Boys. Una pista: lo que teníamos dentro de su inolvidable álbum de debut era un manojo de baladas y medios tiempos dolientes, extremadamente sensibles, delicados, presa de un abandono magnético, siempre ante el piano, otra maravilla a reivindicar siempre. No volvería a hacer nada igual. Fue encontrado muerto en su casa cinco años después, tras una fatal ingesta de antidepresivos.

#6 Plush – More You Becomes You (Domino/Drag City, 1998)

¿Alguien se acuerda de Liam Hayes y su proyecto, Plush? Antes de que Rufus Wainwright, Antony & The Johnsons o Ed Harcourt se pusieran de moda, este músico de Chicago deslumbró a la crítica de medio mundo con un álbum que hoy es apenas un vago recuerdo.

More You Becomes You (1998) era una joya. Una colección de piano ballads de belleza casi agonizante, como escuchar a Burt Bacharach tras un chute de diazepam, otro de esos discos que no habitan ni en un tiempo ni en un lugar concreto. Nunca es tarde para descubrirlo.

#7 Chris Knox – Beat (Flying Nun, 2000)

No hay prácticamente un grupo neozelandés, de entre los que brotaron en los ochenta y noventa, que no asuma su deuda con Chris Knox. Igual da que hablemos de The Chills, The Clean, The Bats o The Verlaines.

Incluso al otro lado del océano, su influencia es más que palpable: Bill Callahan, Stephin Merritt, Yo La Tengo, Lou Barlow o Lambchop le rindieron tributo en un disco colectivo en 2010, con el que recaudaron dinero para su rehabilitación tras haber sufrido este un ataque al corazón.

El último gran disco de este músico inimitable fue Beat (2000). Con canciones tan artesanalmente palpitantes, rebosantes de emoción, como “When I Have Left This Mortal Coil”, “What Do We Do With Love?” o “My Only Friend”.

#8 Warren Zevon – The Wind (Artemis, 2003)

Pocos discos mortuorios han sonado más vivaces que la despedida de Warren Zevon, al menos en su primer tramo. Paradójico, ¿no? Justo antes de grabarlo, le fue diagnosticado un cáncer de pulmón. Consciente de que le podían quedar meses de vida, se rodeó de amigos como Bruce Springsteen, Don Henley, Ry Cooder, Tom Petty, Jackson Browne o Lucinda Williams.

El resultado fue The Wind (2003), no su mejor disco, pero sí el más emotivo, sobre todo, cuando llegan “El amor de mi vida”, “Please Stay” y “Keep Me In Your Heart”.

#9 Paul Westerberg – 49:00 (Dry Wood Music, 2008)

Cansado del mundo, el líder de The Replacements (devoto de Alex Chilton, por aquello de cerrar el círculo) se marcó hace doce años una pirueta final. Tras lesionarse una mano con un destornillador, pasó un año entero sin tocar la guitarra y optó por reaprender a pulsar las cuerdas dando primacía a su mano izquierda.

Luego, grabó una sola pista de 49 minutos, con más de veinte estupendas canciones enlazadas (algunas incluso entremezclándose entre sí, otras acogiendo fragmentos de versiones de los Beatles, Bowie, Alice Cooper o los Rolling Stones), y lo puso a la venta solo por Internet al precio de 49 centavos, y por un tiempo limitado. No ha vuelto a grabar un álbum completo desde entonces.

#10 Purple Mountains – Purple Mountains (Drag City, 2019)

No pasó ni un mes entre la publicación de este disco y el suicidio de su autor, David Berman. Imposible, pues, no relacionar títulos como “Maybe I’m The Only One For Me”, “Nights That Won’t Happen”, “Darkness and Cold” y “All My Happiness Is Gone” con su estado de ánimo.

Que fuera una de las mejores colecciones de canciones nunca hechas por el ex Silver Jews no deja de ser una amarga ironía del destino.

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