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Diamantes en bruto: cuando todo está mal

En Cine y Series 6 febrero, 2020

Javi Cózar

Javi Cózar

PERFIL

El plano con el que se abre Diamantes en bruto puede despistar a los que quedaron impactados con el estilo visual nervioso, eléctrico, de la anterior cinta de los hermanos Safdie, Good Time. Es un plano aéreo, elegantísimo, que planea sobre una mina en Etiopía y que introduce la narración muy suavemente, sin prisas.

Es un espejismo, claro. Benny y Josh Safdie se muestran inquebrantablemente fieles a su propio estilo en su cuarto largometraje de ficción firmado conjuntamente. Cuando hablo de estilo, me estoy refiriendo a las señas de identidad que hicieron de Good Time una de las películas revelación de 2017: cámara en mano y en perpetuo movimiento, diálogos vivos que casi parecen improvisados, y una urgencia en el tono narrativo que impulsa al espectador hacia la crisis nerviosa. Pocas sorpresas aquí.

Diamantes en bruto (Joshua Safdie, Benny Safdie, 2019)

Si la película consigue atrapar al espectador es gracias a elementos de puesta en escena totalmente ajenos a la escritura del guion. Para empezar, la fotografía de un inmenso Darius Khondji, en el que se apoyan los hermanos Safdie para tejer esa atmósfera paranoica y estresante que empapa casi toda la proyección.

Aquí la elección del tamaño de los planos es de una enorme relevancia: los Safdie tiran del primer plano como si no hubiera un mañana; se quieren mantener bien pegados a sus personajes y especialmente al protagonista, el desgraciado Howard Ratner, un joyero que vive de trapicheos, de empeños, y de préstamos, y que tiene un evidente problema de adicción a las apuestas deportivas.

Esta proximidad a los actores enerva todavía más al espectador y brinda un subtexto que el guion es incapaz de ofrecer: al ver a esos personajes histéricos tan de cerca comprendemos mejor sus necesidades, sus miedos, sus problemas.

También es destacable el uso intensivo de la música original, que ocupa más espacio en la película del que la caligrafía del cine actual nos tiene acostumbrados. Una música, por cierto, también peculiar, obra de Daniel Lopatin y ejecutada con sonidos oníricos de sintetizadores que, a ratos, parecen sacados de las partituras de John Carpenter. ¿Será casual, pues, la elección de la misma fuente de letra que usa Carpenter en muchas de sus películas, la Albertus, para los créditos iniciales y finales de esta película?

Diamantes en bruto (Joshua Safdie, Benny Safdie, 2019)

Por último, aunque no menos importante, tenemos una desquiciada colección de personajes, seres desprovistos de cualquier asomo de humanidad, que se pasan toda la película en perpetuo estado de histeria. Desde el mismo protagonista, interpretado por un portentoso Adam Sandler al que este año le han robado una nominación al Oscar, hasta su amante, una joven ambiciosa que solo mira por sus intereses, pasando por un jugador de baloncesto obsesionado con las gemas del título y al que le importa un pimiento Ratner o sus problemas —es muy definitorio que ignore sus advertencias de no apoyarse en el mostrador de cristal.

Este paisaje humano roza el esperpento con determinados personajes como el salido cowboy que aparece en el tercio final de proyección en la casa de apuestas, una especie de Paul Williams abrasado por las sesiones de rayos UVA, o los matones que persiguen a Ratner a lo largo de todo el metraje, que no acaban de parecer amenazantes (aunque lo son) ni tampoco torpes (aunque lo son). En esta indecisión a veces recuerdan a la divertidísima pareja de matones de El gran enredo de Blake Edwards (el surrealista momento en el que quedan atrapados en la entrada de la joyería, por ejemplo), y a veces recuerdan a los protagonistas de Uno de los nuestros (lo que ocurre después de la mencionada escena, por ejemplo, congela la sangre).

Todos los personajes de la película, casi sin excepción, son depredadores en un sentido u otro, lo que dibuja un tapiz desprovisto de cualquier tipo de esperanza. Esto, al fin, nos conduce a la verdadera razón de existir de la película, este universo enfermizo es tan solo una excusa, una vía de entrada para penetrar en el alma de Ratner. La verdadera intención de los Safdie es realizar una autopsia a este personaje, algo que puede intuirse en ese inicio en el que la cámara se introduce literalmente dentro de un diamante. Para los Safdie, Ratner es el diamante en bruto del título, una persona empeñada en mejorar en la vida y que podría alcanzar sus objetivos de no ser por las malas decisiones que toma.

Diamantes en bruto (Joshua Safdie, Benny Safdie, 2019)

Diamantes en bruto es, pues, el retrato de un descenso a los infiernos, o mejor aún, el retrato de alguien que ya está en el infierno y que lucha cada día por abandonarlo. Hay un momento revelador en la película en el que Ratner se derrumba y rompe en llantos lamentándose de que todo le sale mal. Es la escena que realmente revela lo que los Safdie nos quieren mostrar con esta película.

Ese es uno de los escasos momentos en los que el texto revela más que el contexto. Diamantes en bruto es una película que se disfruta mucho más por las ideas que deja en el aire que por lo que nos enseñan las imágenes. En este sentido, convendría a los hermanos Safdie, ahora que tienen a la crítica rendida a sus pies, que en próximas ocasiones prestaran más atención a sus guiones.

Diamantes en bruto se apoya de manera exclusiva en esa estética reconocible que aporta prácticamente todo el subtexto de la historia. El guion como tal, desnudo de esa retórica visual que los Safdie tan bien manejan, parece más el primer o el segundo borrador que el libreto definitivo. Un ejemplo que delata que al guion le faltaban varias pasadas es el gag con John Amos, actor que participó en El príncipe de Zamunda. El chiste es bueno, y la aparición por sorpresa de Amos hace vibrar al cinéfilo pero está totalmente desubicado en el contexto narrativo de la película.

Son detalles como ese los que acaban limitando las posibilidades de esta película a la que, con todo, es obligado reconocerle todos los méritos aquí mencionados, que no son pocos, y que convierten a los Safdie en una de las voces más personales e interesantes del actual panorama cinematográfico.

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