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Destripando a Nick Cave

En Música jueves, 12 de febrero de 2015

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

El periodista y escritor asturiano Jorge Alonso resume a lo largo de casi 300 páginas la carrera del gigante australiano, en el libro Nick Cave & The Bad Seeds. Compartiendo las semillas. Aprovechamos para que nos cuente sus razones y su visión en perspectiva.

A Jorge Alonso (Gijón, 1977) le marcó, siendo apenas un adolescente, ver a Nick Cave y Blixa Bargeld cantado y moviendo los remos de una barca ficticia en el clip de “The Weeping Song” (1990) en la MTV. Siendo ya bastante más mayor, también le marcó el acentuado contraste entre el arrollador concierto de Nick Cave y los suyos en el Primavera Sound de 2013 (criticado desde algunas tribunas por su brevedad) y, en solo unos segundos, la desganada y deslucida recuperación que de Una semana en el motor de un autobús (1998) perpetraron Los Planetas unos metros más cerca de la puerta de acceso al recinto del Fórum de Barcelona. Dos ligas distintas, sin duda. La primera impresión la cuenta en el prólogo de su libro. La segunda apreciación la hemos conocido luego, claro. Después de hablar con él. Y lo cierto es que no cuesta mucho trabajo identificarse con ambas sensaciones.

El caso es que su libro, Nick Cave & The Bad Seeds. Compartiendo las semillas (66 RPM), es tan útil como guía introductoria al universo de uno de los creadores más singulares y fértilmente longevos del rock de las últimas tres décadas como si lo entendemos como complemento informativo para el fan de largo recorrido. Un trabajo profuso en la documentación y esmerado en la redacción, que se consume con la misma voracidad con la que se digiere la discografía de la bestia australiana, quizá más apaciguada (según las épocas) pero con un tuétano creativo siempre igual de proteico. Ocasión perfecta para hablar con él acerca de su retoño.

Tu idea en un principio era publicar un libro con tu traducción de las letras. ¿Qué te impulsó a pasar de eso a despachar un libro entero, que abarca más de tres décadas de su obra, al margen de una selección de muchas de sus letras?

La idea era traducirlas todas, pero lo deseché porque me di cuenta de que quedaba cojo sin meterlo en contexto. Tampoco creo que sea una biografía al uso. Había que explicar el porqué de esas letras, de donde viene toda su imaginería, la etapa de Berlín…y así fue como acabó siendo un libro sobre su trayectoria.

Hay un enorme trabajo de documentación previa, tanto de libros españoles que han sido una referencia (como el de Dani Grau) como de foráneos (Amy Hanson, Ian Johnston). Supongo que habrá sido como reunir las piezas de un puzzle, ¿no?

Tenía cierto callo con esa clase de trabajo, por los libros anteriores en los que he participado. Y fue un poco jodido localizar toda la bibliografía. Al margen de los libros que mencionas, hay algunos mucho más sesudos, que harían incluso extrañarse al propio Cave, quien si supiera de su existencia diría algo así como se les ha ido la olla. También amplié con revistas de hace tiempo. No quería que vieran que me sacaba esas cosas de la manga, desde luego.

No se hacen canciones gracias a las drogas, comentas. ¿Crees que la leyenda negra del Nick Cave más aferrado a sus adicciones, el de los años 80, está un poco sobrevalorada en términos creativos?

Está totalmente mitificada esa etapa. Pero él mismo ha contribuido a ello, a proyectar esa imagen. Es imposible hacer un trabajo diario como el que él ha llevado a cabo si estás puesto de speed. Lo que ellos llaman estar “enganchado”, nosotros los llamamos por aquí estar “de viernes”. Es una coña que siempre decimos Igor Paskual (ex Babylon Chat y actual guitarrista de Loquillo) y yo. Un yonqui no puede dar forma a esa obra.

Cuando no te drogas ya no molas, dices en una de los capítulos. Pese a lo acomodaticio que pueda resultar algún disco  de su última etapa (caso de Nocturama, de 2003, por ejemplo), ¿crees que la obra de Cave en los últimos 15 años está infravalorada por seguidores de toda la vida?

Claro. Es que no tiene fallos ni pifias. Es cierto que sus últimos discos no rechinan como antes, pero no tomar en consideración discos como Abattoir Blues/The Lyre Of Orpheus (2004) o No More Shall We Part (2001), que es un disco tremendo después de una gran trilogía, es un error.

A lo largo de todo el texto, deslizas continuamente la idea de que, de  todos los secuaces de Nick Cave, ha sido Mick Harvey el que ha supuesto la argamasa que ha dado sentido al grupo: el que ha aportado las mayores dosis de sensatez, lucidez y sentido práctico a una banda que, a su distancia geográfica, ha tenido que sumar también la disparidad de caracteres, generalmente un cruce de personalidades temperamentales.

Hay algo que define a Mick Harvey: fue el primero que, cuando llegaron a Londres, se puso a currar en un supermercado. Ha sido bajista, batería…y temas tan fundamentales como “The Mercy Seat”, por ejemplo, son responsabilidad suya al menos en un 50%. En el momento en que se va, los Bad Seeds ya se convierten en otra cosa. Es el tipo que ponía el norte.

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Es curioso, porque se le atribuye (con razón) un papel determinante a Blixa Bargeld en la arquitectura sonora de los Bad Seeds, pero su marcha, paradójicamente, contribuyó a que su sonido se oxigenase: The Abattoir Blues/The Lyre Of Orpheus (2004) es la prueba más palpable.

Blixa era la presencia escénica (así como Harvey era un tipo discreto sobre el escenario) y le da un sonido característico a la banda. Pero cuando él se va, hay un hueco ahí que asume Mick Harvey. Y que lleva a su sonido por terrenos que no hubieran transitado antes, en los que también tienen un papel capital Warren Ellis con su violín y toda su aportación.

¿Crees que hay más muescas aún por descubrir en la música de Nick Cave? ¿Qué aún puede ser capaz de sorprendernos, a estas alturas, con algún giro maestro que nos sorprenda?

Le veo en la onda de centrarse más en otras cosas, la verdad. No nos olvidemos de que él quería ser pintor. Y creo que se va a centrar más en lo que todos entendemos como alta cultura, la escritura de guiones y otras actividades. Tal vez el reciente documental (20.000 días en la tierra, de Jane Pollard e Iain Forsyth) sea una señal, al igual que conciertos como el que dio en el Primavera Sound de 2013, en el que prácticamente no tocó más que tres canciones del que era su último disco.

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