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«Deseando amar», el inmortal bolero de Wong Kar-wai

En Cine y Series 6 enero, 2021

Sergio Ariza

Sergio Ariza

PERFIL

Deseando amar (In the Mood for Love), vuelve a la pantalla grande para celebrar su vigésimo aniversario. No es un aniversario cualquiera porque la película de Wong Kar-wai no es cualquier película, estamos hablando de la que probablemente sea la mejor que nos ha dado el cine del siglo XXI. Quizás ni siquiera es una película, sino un bolero, cantado por Nat King Cole, convertido en imágenes, en el que los fotogramas que aparecen en la pantalla se mueven con una cadencia sublime hasta instalarse en nuestra retina y nuestra alma… No, Deseando amar no es una película, es un milagro en el que se nos muestra una historia de amor, de ausencias y miradas en la que todo encaja a la perfección (dirección, fotografía, música, interpretación) hasta conseguir lo imposible, la cuadratura del círculo.

Todavía recuerdo la primera vez que la vi en el cine, la película se estrenó un viernes 16 de febrero de 2001 y yo fui a verla un lunes 19. Cuando salí del cine, en medio de una de las poco usuales nevadas en Madrid comprendí que había visto algo extraordinario, era incapaz de explicar todo, pero la película me había seducido hasta el punto de no poder pensar en otra cosa. Las imágenes que acababa de ver no se iban de mi cabeza, una voluta de humo en el aire mientras suena Nat King Cole, Tony Leung fumando, la elegancia personificada en Maggie Cheung subiendo y bajando unas escaleras, dos personajes ausentes, una partida de mahjong interminable, la habitación 2046, unas risas compartidas, el reflejo de un espejo… Estaba fascinado.

La historia era, a simple vista, bastante sencilla, un hombre y una mujer alquilan sendas habitaciones en un edificio de Hong Kong en 1962 y se instalan puerta con puerta junto a sus respectivas parejas. En el 99,9 % de las veces nos contarían la historia de estas, que son las que comienzan una relación, pero Wong Kar-wai no nos muestra a los infieles cónyuges, es como si nos dijera: esa película ya os la han enseñado, ahora os enseñaré las consecuencias. Y solo nos ofrece la extraña relación que surge entre los engañados, primero de amistad y después de amor no consumado.

En el fondo, Deseando Amar es el romance de dos cornudos, una vuelta de tuerca a los affaires de película, como si Victor Laszlo e Yvonne tuvieran una relación pensando en cómo se enamoraron Rick e Ilsa, como si nos contaran que las parejas de los protagonistas de Breve encuentro terminan teniendo un romance entre ellos mucho más apasionado que el original.

No es una película verbal sino visual, los personajes dicen más por cómo andan, cómo miran, como ríen.

Su historia comienza como el reflejo de otra, en la que los engañados representan los papeles de sus parejas infieles y terminan cayendo en la misma pasión, sintiéndose culpables por ello y, a la vez, comprendiendo cómo sucedió todo. La película está contada de tal forma que se eliminan las figuras de los amantes infieles para centrarse solo en los engañados y cómo estos terminan enamorándose. Es un juego de espejos en el que se verán atrapados, en medio de la conservadora y puritana sociedad de la época.

Deseando amar

Deseando amar es también la mirada a una época y a un lugar que supone una de las obsesiones de Wong, el Hong Kong de principios de los 60 al que llegó con sus padres siendo solo un niño, es también una mirada a esos emigrantes del continente, en concreto de Shanghái que llegaban a una ciudad nueva, con un idioma distinto. El vestuario, la localización, los peinados, todo es importante en este viaje en el tiempo, en el que el director localiza su bella historia de amor. Cómo hablan, cómo se mueven, cómo visten, Deseando Amar es una visión estilizada del lugar de sus primeros recuerdos.

Es, también, una de esas raras películas en la que casi cada fotograma da para un póster, es puro cine, la película podría verse solo con imagen y música y se seguiría entendiendo. A pesar de que es evidente que Kar-wai es un director muy preocupado por el estilo de sus películas también sabe rodearlas de pasión, esto no es un simple videoclip, una colección de imágenes bonitas, sino una apasionada obra de arte. No es una película verbal sino visual, los personajes dicen más por cómo andan, cómo miran, como ríen.

La importancia de la música es, de hecho, absolutamente fundamental en la película. Es la música la que marca el tempo, los interludios musicales son como poemas visuales. A medio camino entre un vals (la magnífica Yumeji’s Theme del japonés Shigeru Umebayashi, que, increíblemente fue escrita para otra película) y un bolero cantado por Nat King Cole, pausado, mezclando la belleza estética con la profundidad lírica.

Wong Kar Wai es de esos directores que ya tienen la banda sonora en su cabeza, que traduce a imágenes los sentimientos de ciertas canciones. Sus películas están llenas de ejemplos de magnífica utilización de la música pero In The Mood For Love es la sublimación de ese estilo, hasta el título en inglés le llegó tras escuchar a Bryan Ferry cantando I’m In The Mood For Love y, a pesar de no utilizarla en la película, uno no puede escuchar esa canción sin imaginarse a Chow y a Su rozándose al cruzarse en una escalera, así de poderosas son las imágenes del realizador (y la fotografía de increíbles colores de Christopher Doyle).

Cuando preparaban la película juntos, Wong le ponía al equipo la música que iba a utilizar, tanto Doyle como los actores se tenían que amoldar al sentimiento de la música, el propio Doyle lo confirmaría, a su manera, posteriormente: Yo no suelo tener ni idea de lo que quiere decir, pero el reto de reaccionar de forma intuitiva, de captar la energía de la música o el giro narrativo suelen servir para definir de algún modo la imagen, aunque sea inconscientemente.

Deseando amar

No creo que en ninguna escuela de cine recomienden parar la película con interludios musicales en cámara lenta y, aun así, el director logra decirnos más de sus personajes con esas miradas, esos silencios, ese lenguaje corporal que el mejor guionista en varias páginas de diálogos. Y es que a Wong nunca le ha gustado filmar un guion cerrado, sus rodajes son de prueba y error, buscando la inspiración en el momento y permitiendo mucha libertad a los actores.

Y, aun así, la película tiene un regusto clásico, como si hubiera estado ahí siempre. Su influencia posterior es enorme, como admitiría su director de fotografía, el propio Doyle Cada uno de los guiones gráficos que he visto en los últimos 20 años incluye imágenes de Chungking Express o de In The Mood for Love. Qué pérdida de tiempo. ¿Por qué no haces tu propia mierda?

Una de sus influencias directas se puede ver en Lost In Translation, una película que también acaba con unas palabras susurradas que no podemos oír. La gente habla de lo que puede decirle Bill Murray a Scarlett Johansson al final pero ¿qué es lo que susurra Tony Leung en su agujero? ¿Qué secreto entierra allí? Parece claro que es su amor por ella o, quizás (quizás, quizás), lo que debió hacer para que terminaran juntos.

Y es que si por algo se puede distinguir la filmografía de Wong Kar-wai es por su relación casi fetichista con el romance, Wong es un romántico y como tal en su idealización del amor este es más fuerte en lo que pudo haber sido que en su consumación, por eso las últimas frases: Él recuerda aquellos años como si mirara a través del cristal de una ventana cubierta de polvo. El pasado es algo que podemos recordar pero no tocar y todo lo que se recuerda es borroso y vago. Y es que el cine del maestro suele girar sobre las decisiones que tomamos pero, casi más importante, sobre las que no tomamos, las que nos persiguen toda la vida, las que ofrecen múltiples posibilidades, en definitiva, un cine y una película que nos responde al cómo, al cuándo y al dónde, con un enigmático, y sensual, quizás, quizás, quizás…

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