La Tierra news: estas semanas, tal como ha sucedido desde antiguo, algunos seres humanos describen como «inhumanos» los actos atroces perpetrados por otros seres humanos…
El tema de Outfit “Slowness” es agradable, incluso para escribir en Word, pero más agradable resulta evitar el lugar común: ponerse ocurrente al hablar del ser humano. Uno diría que éste tiene que ver con la fragilidad, la novela y el afán de transportar un barco por la Amazonia de Perú (Fitzcarraldo), con el envaramiento, el amor, la inclinación por el eslogan y las coronitas de laurel. Si quisiera ir de joven y ocurrente añadiría que son consustanciales al humano la vanidad, el porno, la bulla, los bombardeos y la digresión… pero no voy por ahí. Cuando uno crece está con la estreptomicina y no con la tuberculosis.
El Homo sapiens es la única especie conocida del género Homo que perdura. Es probable que no sea la más hermosa ni la mejor. A mí me gustaba más la descripcion trinomial (Homo sapiens sapiens): apuntaba sugestivamente la idea de conciencia (en el material sentido en que puede tener conciencia una máquina): seres que saben que saben.
¿La conciencia nos hace humanos?
No, la conciencia tiene que ver con la responsabilidad (para Sartre con la libertad que caracteriza la existencia), pero no es lo que nos define como humanos: hay máquinas conscientes (con programas de revisión de sus acciones) e individuos que se tiran a la piscina desde los balcones y aún nadie me ha explicado de forma convincente la relación de la opción binomial (homo sapiens) con el inquietante descarte del nexo filogenético entre el neandertal y la actual humanidad.
¿Nos hace humanos pensar?
Tampoco. Las máquinas tienen conciencia y piensan. Es por ello que traducen idiomas y nos ganan al ajedrez. Un libro que nos hace a todos más inteligentes es el clásico de Jack Copeland, Inteligencia Artificial.
¿El libre albedrío? No, las máquinas, de acuerdo con Copeland, también pueden tener libre albedrío: basta incluir alguna función que conlleve el azar y lo aleatorio (como esas que seleccionan números de la Primitiva). Ni la conciencia, ni la inteligencia, ni la libertad son patrimonio humano.
Tampoco sonreír nos hace humanos. Hay delfines risueños y presidentes de gobierno que al intentar sonreír les sale una mueca difícil y dolorosa de observar. Yo mismo he pensado que, en lo que toca a la cuestión de la inteligencia, el lenguaje y la pericia en la analogía nos hace inteligentes: utilizar para perderse por la nieve (como Walser) una raqueta. Pero, de acuerdo con la neurobiología es posible que tampoco sea así. ¿Las emociones?
La peligrosa vía de la empatía
Buscar en las emociones lo que hace humano al hombre es una vía peligrosa llena de equívocos. En la ficción Blade Runner, se recurría a un test empático para comprobar la humanidad del hombre frente al Nexus 6: el Voight Kampff. En la novela de K. Dick, el test es más elegante (de acuerdo a las elegantes tesis de Alan Turing). Se buscan respuestas emocionales: si parece emocionarse como humano entonces es humano, pero si el examinado carece de ellas eso no significa que no sea humano; en la versión más arriesgada (y peligrosa) del film de Ridley Scott, si se carece de empatía entonces no es humano.
La empatía no nos hace humanos: el pasado Black Friday vimos humanos correr desesperados a comprar sorteando a otros humanos esparcidos por el suelo ¿Eran acaso Nexus 6? No lo creo.
Todo esto nos pone pesimistas.
Pesimismo antropológico
Otra opción para definir qué somos en tanto que humanos consiste en fijarnos no en las virtudes (lo que somos de más respecto a los animales) sino lo que somos… de menos. En estos casos se destacan aspectos ligados a la brutalidad, la violencia, la mezquindad, el desvarío o la barbarie. A mí me gustan mucho estás vías (me resultan más creíbles). Van en la línea tragicómica de Schopenhauer, Nietzsche (el hombre como voluntad de poder), Cioran, en la poética de condiciones humanas de Ferrer Lerín, en la del magnífico dibujante y guionista Pedro Vera (el hombre como ser que tiende a la ranciedad).
La guerra es una constante y no parece descabellado buscar en ella la nota desdichada que hace humano al humano. ¡El nombre más hermoso («Ministerio del Aire») se ha dedicado a la guerra! Hablando de aviadores, la obra de Malraux La condición humana (1933) nace precisamente de la observación de lo que de forma paradójica llamamos actos inhumanos (llamamos actos inhumanos a aquellos provocados por seres humanos). Malraux criticó el sistema colonial, los desmanes contra la población indígena, la fealdad de la desigualdad social, la represión, la persecución política: usos humanos.
En Malraux, la dedicada pericia de los torturadores (quehacer humano) coexiste con rasgos que muchos coincidimos en señalar como humanos: soledad frente al destino, dignidad ante la adversidad, solidaridad con los desfavorecidos y ansia de transcendencia.
La condición humana (la de Arendt) también echa luz a esta entrada. Hannah Arendt comenzó estudiando el amor, pero luego se volcó en algo que, según creo, tiene que ver con lo humano: la naturaleza apátrida, los parias y los advenedizos (como en el cine de Werner Herzog) .
La banalidad, la humildad, el escepticismo son buenos caminos para comprendernos mejor: la vía negativa. De acuerdo con la antropología de Arnold Gehlen, lo que caracteriza al hombre no es lo que tiene de más, sino lo que tiene… de menos: el ser humano es un animal que nace sin código de conducta. Todo, todo, todo lo aprende.
La Alemania nazi de Gehlen y Heidegger (lo humano como estar “arrojado ahí”) rasgó el tejido moral occidental en un cortísimo período, gracias a crímenes inhumanos que nadie pensaba posibles en humanos. En el hablar confuso de Heidegger (una sofisticada máscara filosófica sobre el rostro de la superstición), el ser humano es descrito como «destructor de mundos» en clara oposición al supersticioso concepto de Dios.
Sin embargo, la experiencia de lo humano es más rica que el extravío o el dolor (¡más rica que el cine-gore de Iñarritu, Haneke o Ken Loach!); además, de acuerdo con Herzog: el hombre hace cosas monstruosas sin ser él, propiamente, un monstruo.
Vamos concluyendo: hay dos formas elementales de conocer. (1) Conocer las cosas que nos rodean precisamente porque nos manejamos con ellas. (2) Distanciarse de las cosas para conocerlas (no necesariamente mejor sino de otra forma): hacer de lo que conocemos, un objeto.
En esa segunda posibilidad se insertan antropólogos, sociólogos y una extensa variedad de ciencias. Para Richard Claude, sociológo de los derechos humanos: «El estudio de la inhumanidad del hombre hacia el hombre, la guerra y los abusos sobre los derechos todavía está falto de teorías.»
Un saber que se interese de forma científica en conocer qué circunstancias (da igual de qué tipo sean) permiten condiciones en las que el humano se comporta cruelmente y qué otras hacen que éste actúe de forma, si no alegre, al menos pacífica con otros humanos.
En los colegios debería estudiarse educación para la ciudadanía, pero también antropología y sociología de las religiones (han hecho a Dios a la medida del hombre y por ello el balance de su existencia no es inouco sino negativo: han provocado más muerte, ignorancia y dolor que otra cosa) y en lo que toca a la historia, la historia como osario desbordante, la cansina persistencia de actitudes asesinas de los hombres: esos bípedos genocidas. Sólo en el siglo XX murieron de forma atroz 200 millones de personas. Hoy, más de 300.000 mueren asesinadas al año, esto es, en manos de otros seres humanos. ¿Por qué insistimos en llamar inhumano a algo que nos caracteriza? ¿Por qué ese empeño en hacer como que es cosa de otros en lugar de estudiarnos mejor?
Desde joven me han tranquilizado las películas de terror ¡al menos sabía que eran ficción! Es por ello que si pienso en el otro, lo hago como en el film de Mulligan: el humano y lo inhumano son la misma persona.
Y uno de ellos carga por la noche con el otro.
Hermosos: Otros “Ministerios del Aire” (posibles)
Malditas: Mezquindades
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