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David Lynch, el buen hindú

En Cine y Series domingo, 9 de febrero de 2025

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

David Lynch. David Lynch. David Lynch. Murió uno de los últimos cineastas con personalidad que no iban todo el rato de modernos. De hecho, iba de védico. Solo con mucha renuencia nos atrevemos a mojar la pluma en esta tinta, en esta sangre. No buscamos analogías fáciles o la enésima pista tortuosa (el fuego es una deidad védica a la que se ofrecen sacrificios). Pero cansa que se hable tanto del imaginario de Lynch, que se interprete cada frase de cada escena, sin hablar de la religión que Lynch asumió, la que practicaba y a la que dedicaba buena parte de su fortuna: el hinduismo.

Lynch era hindú, es decir, seguidor del gurú hindú Maharishi Mahesh Yogi, practicante de la Meditación Trascendental de este y entusiasta de la visión del mundo hindú, tal como la presentaba el Maharishi. La Fundación David Lynch, creada en 2005, se dedica a llevar esta técnica de meditación a estudiantes y personas desfavorecidas. Tales hechos, sobradamente conocidos, han sido toreados por las plumas del cine con una mezcla de desinterés y mala fe. A fin de cuentas, el Maharishi es “el gurú de los Beatles“, que conquistó a figuras señeras de la contracultura de los años sesenta y setenta. “El gurú”, dicen otros, “de los ricos”, acusado de sugerir a los Beatles un diezmo de los royalties del White Album y de organizar Enlightenment Courses de un millón de dólares para gente como… David Lynch. La implicatura es evidente: nuestro director habría caído, como tantos otros, en las redes del Marishi y sus adeptos cazafortunas.

David Lynch

David Lynch y Bob Roth, CEO de David Lynch Foundation, en un fotograma de Shadows of Paradise, el documental sobre la Meditación Transcendental.

Todas estas consideraciones caen por su propio peso. El Maharishi tenía un discipulado más transversal de lo que parece y Lynch no era otra cosa que un embrión de director en apuros cuando se inició en la meditación (recibió “su mantra”, en el sistema del Maharishi) en 1973. Nada de jet set en su vida todavía. Esclareceremos el affaire del Maharishi y los Beatles en una futura entrega; en cuanto a Lynch, parece que meditó dos veces al día desde aquella iniciación en 1973, sin saltarse una sesión. Que pescaba ideas coleteantes en esas meditaciones ya lo explicó él en un curioso libro. Hasta ahí se le reconoce: todos sabemos que Lynch se inspiraba meditando, que la meditación era su gallina de huevos-mundo. También le ahorró un suicidio tras el desastre que fue su Dune (1984). En 2003 pagó su millón de dólares para el famoso Enlightenment Course y volvió cambiado y dispuesto a montar una fundación.

Es la salida fácil. Entender la meditación como una especie de buceo en el subconsciente o la imaginación personal. El Maharishi habría ayudado a Lynch a ser más Lynch, signifique lo que signifique esto. Que las ideas más “religiosas” del Maharishi pudieran influir en el imaginario tan idiosincrático del autor parece descartable, ridículo. Sin embargo, es lo que sucedió.

En una entrevista de 2019 con el entonces cómico Russell Brand, Lynch exponía la doctrina de los cuatro yugas (edades) descendentes del hinduismo para centrarse en la que nos ha tocado vivir, el decadente kali yuga:

Es un 75% de no felicidad y un 25% de felicidad, y aún puede descender a cero. Es un tiempo difícil, es un tiempo de sufrimiento, pero las almas pueden entrar en este yuga y se puede decir que no todo es malo pero [también] que todos merecemos estar aquí en esta época.

No todo son malas noticias, continúa Lynch: nos encontramos en los inicios de la era astrológica de Acuario, que supondrá un remanso de paz de unos dos mil años “o más o más o más”, tras lo cual continuaremos muriendo y renaciendo hasta presenciar lo peor de este kali yuga, pues todavía le quedan 427.000 años. Luego, seguiremos naciendo y renaciendo durante innumerables ciclos de edades por venir. La única escapatoria permanente es la “vía para la paz” que trajo el Maharishi: la posibilidad, incluso en estos días aciagos, de alcanzar la Iluminación mediante la confluencia en la Consciencia cósmica, gracias a una técnica de meditación que nos permite “trascender” un poco cada día.

David Lynch

La diosa tántrica Chinnamastā, en una litografía bengalí del siglo XIX.

¿Son las oscuridades de Lynch un arte para el kali yuga, el espejo de un mundo que se pudre? ¿Refleja su cine una oscuridad creciente que nos envuelve y acaso nos enloquece? ¿No será que estas narrativas nos desconciertan porque responden a una cosmología hinduista que ignoramos (con pinceladas de gnosticismo pop)? El director hacía una asociación significativa cuando le preguntaron (en Madrid) por su amor por las dualidades: la realidad fundamental es el “campo interior” de la Unidad (brahman, en sánscrito), pero el mundo ilusorio (māyā) que aparece a los sentidos, el que “regresa” cuando emergemos del sillón de meditación, nos lanza dualidades, dobles, esquinas y quizá doppelgängers.

El imaginario popular del hinduismo no puede ser más diferente al de David K. Lynch. Dioses con cabezas de animales, mucho colorido, festivales multitudinarios, piedad popular bhakti… Si se examina más a fondo, el hinduismo, en sus escuelas shaktistas y tántricas, contiene algunas de las imágenes más perturbadoras y aun surrealistas entre las religiones del mundo, aunque siguen teniendo un regusto más indio que filadelfino. Lejos de Lynch, y de su gurú, estas corrientes. El Maharishi se adscribía a (sus interpretaciones personales de) la más luminosa filosofía vedanta. Lynch deslizó citas de las Upaniṣads en el libro referido y en las proyecciones de Inland Empire. Él y su maestro propagaban la luz, Creatividad, Conciencia, la Paz y el Amor. Pero reconocían que vivían en una era de violencia ciega y dualidad desenfrenada, de seres ominosos invisibles al ojo desnudo, en un universo perpetuo e infinito cuyo mecanismo interno tiene, para nosotros, la característica de lo impensable (अचिन्त्य).

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