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Danza y cine al desnudo

En Escenas miércoles, 25 de octubre de 2017

Sara Esteller

Sara Esteller

PERFIL

Hay muchas películas que se sirven de la danza para contar una historia o parte de ella, y no hablamos solo de los musicales, pero ¿cuántas piezas de danza hay que introducen el cine para contar la suya? Recientemente, hemos visto ejemplos como el de Mauricio González con Wakefield Poole, una revisión pornoballetística de El Lago de los Cisnes, a Cris Blanco creando sus propias películas dentro de una pieza escénica o a Pere Faura mostrando como Cantando bajo la lluvia o Fiebre del sábado noche le hicieron enamorarse del baile.

Magdalena Leite y Aníbal Conde, uruguayos de nacimiento y residentes en México, presentan en Barcelona Dance, Dance, Dance, una singular pieza, en la que recrean algunas famosas escenas de películas de Tarantino, Mendes, Godard, Lynch, Kubrick, Ozon o Leth. Será en la Sala Hiroshima el 29 de octubre, dentro del ciclo ORO dedicado a coreógrafos de la escena contemporánea iberoamericana.

Leite, bailarina y coreógrafa, y Conde, artista visual y escénico, mantienen con España una relación constante y ahora mismo se encuentran en residencia de creación en La Casa Encendida y el CA2M de Madrid haciendo crecer LOS40; con ellos hemos hablado de su próxima presentación en Barcelona. Dance, Dance, Dance comienza en 2012 cuando el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de México invita al colectivo AM a crear material coreográfico a partir de la pregunta ¿dónde se archiva la danza?, nos cuenta Leite. A partir de ahí nosotros nos preguntamos, ¿cuáles son las únicas danzas que se pueden archivar? Y la conclusión fue que las de las películas.

El papel que se le otorga al movimiento en un film es evasivo, opera como distensión en tramas duras, es una forma de escapismo, comenta Conde. Y tan duras, una de los primeros momentos de la pieza se centra en una escena de La naranja mecánica, cuando Conde reproduce las poses de los cuatro cristos danzantes.

Fotografía: Leo Martins

Fotografía: Leo Martins

Si en su origen Dance…  fue una pieza que se representó en un cubo blanco durante nueve días, cuando salió del MUAC comenzó una nueva vida que la ha traído hasta este 2017, después de haber recorrido numerosos festivales y salas de Suramérica, Europa y Estados Unidos. Una de sus paradas más célebres fue en la Judson Church de Nueva York, espacio mítico donde en los 60 se desencorsetaría la danza y otras artes de la mano de creadores como Trisha Brown, Steve Paxton o Lucinda Childs.

Fotografía: Nicolás Der Agopián

Fotografía: Nicolás Der Agopián

Si bien la pieza se ofrecía “desnuda” de los habituales ornamentos escénicos (iluminación, música, escenografía…), Leite y Conde bailaban con ropa hasta que llegó el momento de despojarse de ella, algo que sin duda cambió por completo, no la intención, pero sí la recepción de la obra. Buscamos esa dislocación, porque si bien por una parte la obra es muy accesible al público al estar hecha desde una base tan sólida de la cultura popular como es el cine, el desnudo añade un elemento distorsionador nos cuentan.

El desnudo puede provocar rechazo y en ese caso quien no lo tolera se va. Pese a que es una obra que funciona en salas pequeñas, con el espectador cerca, en 2014 nos vimos programados en un gran festival en Acapulco. La noche antes, con casi 2000 boletos vendidos, estábamos nerviosos. Pero salimos al escenario y al poco estaban todos aplaudiendo, añaden.

En Dance… vemos recreadas escenas tan conocidas como el baile del film Gotas de agua sobre piedras calientes, de François Ozon, con esos iniciales contoneos de trasero al ritmo de En el amor todo es empezar de Rafaella Carrà en su versión alemana; o la famosa escena de culto de Bande à part de Godard; Napoleon Dynamite de Jared Hess, donde ese joven de aspecto inseguro se arranca en un frenético baile; la fantasía de Kevin Spacey en American Beauty -en la escena de las cheer leaders-; o el archifamoso dúo de John Travolta y Uma Thurman en Pulp Fiction al compás de You Never Can Tell de Chuck Berry.

Algunas de las escenas están desprovistas de la banda sonora. En estos casos, se dispara un mecanismo que hace que el público ponga en su mente la música, nos dicen sus creadores, como en el caso de la escena de Flashdance que remite inmediatamente al Maniac de Michael Sembello. Esta es otra de las claves de esta pieza, que acumula varias capas de lectura, mientras desgrana con desparpajo una sucesión de bailes y temas conocidos por todos.

Artistas trashumantes, conectados con redes internacionales, residentes en aquellos lugares donde les llevan sus piezas o sus investigaciones, ¿se consideran Leite y Conde de algún lugar? Somos latinos, producto de la política, la economía y la historia más allá de los clichés. Surge otra pregunta, ¿hay algún denominador común entre los creadores de su entorno? Los artistas se hacen preguntas similares, unos llegan desde una narrativa más convencional y otros llegamos desde otras que buscan no ser las de siempre. Cuestionamos y experimentamos, sentencian.

Danza

Su próximo proyecto LOS40 se estrenará en el CA2M en enero: Trata la influencia de los videoclips en la forma de moverse de la gente. Hemos hecho 45 entrevistas, hemos indagado en México, Argentina, ahora en Madrid… Y llegamos al cine estructural del que han bebido algunos de los más conocidos directores de videoclips. Una entrega próxima que promete emociones.

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