En un momento de La academia de las musas, una de las protagonistas comenta que se siente triste, porque el hombre con el que mantenía una correspondencia parece haberse apartado de ella. La duda que corroe a la mujer es pensar qué hará con todo lo que le escribió. Qué hará con los sonetos. Con las palabras de amor que le brindó. Su interlocutora no puede más que responderle que no se preocupe, pues las palabras que entregó con amorosa generosidad no son del otro, sino de ella. Las palabras le pertenecen y son el centro de la última y sugerente película de José Luis Guerín.
Guerín ha tomado las clases de Raffaele Pinto, profesor de filología italiana en la Universidad de Barcelona y especialista en la obra de Dante, como punto de partida para su película. A partir de aquí, se desarrollan una serie de encuentros, entre el profesor, su mujer y algunas de las alumnas, las musas a las que alude el título. Las conversaciones giran en torno al amor y, sobre todo, en torno al amor por las palabras y por la literatura. Quizá por eso, el momento más bello de la película es el viaje de alguno de los personajes a Italia, donde encuentran un grupo de pastores que enseñan sus canciones tradicionales a los visitantes y que debaten sobre las posibilidades del lenguaje.
Si no tuviésemos la poesía, que nos salva, seríamos muertos ambulantes, dice uno de los personajes en un momento de la película. Así, Guerín se ha impuesto un reto: poner en escena lo verbal, que bajo su mirada se presenta en planos cortos, de los rostros de los distintos personajes, tamizados por reflejos y sombras.
Ya que la palabra está en el centro del filme, cabe retomar algunas frases del mismo Guerín, que en el Festival de Sevilla presentó su película dejando claro que, pese a su apariencia documental, se trata de una ficción. El gesto del cineasta –el de no dar pie a la duda respecto a la naturaleza ficcional de su película– le honra, pues ha trabajado con actores no profesionales, cuya vida parece confundirse con la construcción de la ficción. Excelente orador, Guerín siempre supo verbalizar el cine. Con La academia de las musas, y de la mano de un grupo de amantes de la literatura, se presta también a poner en escena la palabra.
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