No pasa nada por decir que nos hemos equivocado y dar marcha atrás, rediseñando un sistema económico y un sistema de comportamiento individual y social, donde el objetivo sea la felicidad del ser humano. Quizá así volvamos a mirar el cielo.
Recuerdo que la gente de mi pueblo miraba al cielo y sabía cuándo iba a llover o cuánto soplaría el viento. Hoy, en mi pueblo no queda nadie que sepa leer los mensajes en las nubes, sencillamente, porque no hay nadie.
Llevamos siete años de crisis, una crisis económica, política, social, personal etc., y todo lo que se nos ocurra poner después de esta mal interpretada palabra. Creo que no estoy aprovechando la oportunidad que me da esta crisis de recuperar buenos conceptos en mi vida.
La consecuencia de no ser suficientemente responsable respecto a mi felicidad es tener los gobernantes que ahora sufro, son personas que gastan lo que tenemos, y lo que no, en apuntalar el sistema actual, en lugar de buscar fórmulas para reinventarlo.
Es un sistema que se mantiene irremediablemente gracias a un crecimiento continuo, donde los mercados marcan las pautas y las personas bailamos al son de cifras y estadísticas financieras. Nada importa si trabajamos 8 o 14 horas al día, si la educación de nuestros hijos mejora su comportamiento social o empobrece su felicidad, si la sanidad decide no atender a un ser humano por falta de recursos; que nada importa si somos felices, si nos reímos, si tenemos amigos o nos desahucian por no pagar la cuota del piso, del coche, de la moto o del ordenador, lo único que sigue importando es que consumamos cada vez más. Pero, como decía Chias, el mercado son personas.
Ese consumo desaforado de un 20% de la población mundial está llevando a tambalear las estructuras de nuestro planeta, ese consumo que tiende a infinito en un planeta finito es una evidencia irrefutable que obviamos, como lo hacemos con nuestra muerte. Vivo como si no me fuera a morir nunca.
Quiero participar en la creación de una economía real, esa que se puede sentir con las manos, donde las personas gobiernen sobre los mercados y la tierra recupere algo más de protagonismo, porque somos el 97% los que vivimos sin cultivarla, donde los artesanos nos vuelvan a ofrecer productos de calidad y se incentiven las economías locales, que suponen las raíces necesarias para cualquier sistema que queramos construir. Quiero participar en una economía donde se minimice el comercio transnacional y se dé marcha atrás en el proceso de industrialización y de globalización. Sencillamente, porque no tenemos 10 planetas como éste para vivir.
Creo que hemos dado la espalda al ser humano y a su naturaleza. En los últimos años, hemos utilizado criterios racionalistas, materialistas o científicos y quizá va siendo hora de primar los valores personales, la sostenibilidad, la ecología y el medio ambiente, lo espiritual del ser humano, retomar comportamientos saludables, en economías de felicidad, incorporando conceptos científicos con valores éticos, Economía y Psicología juntas.
No pasa nada por decir que nos hemos equivocado y dar marcha atrás para rediseñar un sistema económico y un sistema de comportamiento individual y social, donde el objetivo sea la felicidad del ser humano. Quizá así volvamos a mirar al cielo.
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