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“El buen italiano”, entre lo humanitario y el viaje interior

En Cine y Series miércoles, 24 de julio de 2024

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

Sería interesante saber por qué el director Alberto Barbera decidió inaugurar el 80 Festival de Venecia con la obra de un realizador que hasta el momento no ha dirigido películas especialmente logradas, como Indivisibili e Il Vizio de la speranza para reemplazar la esperada The Challenger de Luca Guadagnino, cancelada por la notoria huelga de los trabajadores de Hollywood. De hecho, tampoco El buen italiano destaca demasiado por eficacia y originalidad, aunque resulte seguramente más centrada que las anteriores. De Angelis transforma una aventura basada en hechos reales, protagonizada por el comandante de submarinos italiano Salvatore Todaro (un intenso Pierfrancesco Favino) en 1939, en una especie de teatro de las ideas con la cámara casi siempre pegada a  las caras de los submarinistas, poniendo el énfasis, no tanto en las acciones como en las palabras de los personajes.

En octubre de 1940, mientras navegaba por el Atlántico, el submarino Cappellini es atacado por un buque mercante belga con las luces apagadas, el Kabalo, que abrió fuego contra la nave y la tripulación. En el combate, Todaro hunde la embarcación pero hizo historia rescatando a 26 náufragos, para desembarcarlos en el puerto más seguro, que en ese caso fue la bahía de Santa María en las Azores. Cumplir la ley del mar supuso para el comandante asumir el riesgo de ser visible para el enemigo, a cambio de salvar las vidas de los rescatados.

Comandante

Pierfrancesco Favino en El buen italiano.

El largometraje no carece, sin duda, de cierta invención en la imagen, que en algunas ocasiones roza lo visionario, como sucede en algunas escenas submarinas y en los recuerdos del personaje principal. Sin embargo, a menudo toda esta inventiva se ahoga dentro de un mecanismo narrativo algo cansino y con una retórica no siempre contenida. Para el rodaje de la película, que tuvo lugar en Taranto y Roma, se reconstruyó al detalle el submarino Cappellini de 1940, de 73 metros de eslora y 70 toneladas de acero, a partir de los planos archivados en la Oficina Histórica de la Marina italiana. En su construcción, en colaboración con Cinecittà, participaron más de 100 profesionales, entre ingenieros, constructores y artesanos.

La salvación de los náufragos del navío belga hundido por el submarino comandado por Todaro se transforma así en una narración que se queda a mitad entre la valorización de un gesto humanitario (que no cabe duda que quiere aludir a los naufragios de los inmigrantes) y  la visualización del viaje interior del submarinista y de su equipaje. Lo que falta es el equilibrio entre estas dos componentes y por esto la película acaba por bloquearse, teniendo dificultad en avanzar y dejando así espacio a imágenes sin duda cautivantes, pero incapaces de encajar totalmente dentro del guion.

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