El director tailandés Apichatpong Weerasethakul transita por los dominios de la consciencia, con tal elegancia que nos hace olvidar sus límites.
Estrenada en el pasado Festival de Cannes, la crítica acogió Cemetery of Splendour con la máxima expectación y dos grandes ovaciones (antes y despues de la proyección). Presentada en la sección Un certain regard, a diferencia de Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas, la película que se alzó con la Palma de Oro en 2010, Cemetery of Splendour transcurre en la ciudad natal del director, Khon Kaen (en el noreste de Tailandia) donde una antigua escuela, transformada en hospital, acoge a un grupo de soldados afectados por una singular narcolepsia.
El propio escenario donde se sitúa la acción ya aporta de entrada un marco multitemporal, simbólico, si añadimos, además, que la escuela está construida encima de un antiguo cementerio real, sobre el que gravita todo el discurso, tenemos un sólida base para tejer una gran película; Los largos planos de las excavadoras removiendo la tierra y, con ella, lo que albergó: los rastros infantiles en deberes y juegos escolares, la energía nunca perdida, siempre transformada, los orígenes de todas las heridas, ocultas, arraigadas en el pasado son una obertura perfecta.
Allí se inicia la relación del joven soldado Itt con una mujer de mediana edad, Jenjira (Jenjira Pongpas Widner), con quien pronto llega a conseguir una relación de sincronía, telepática, que se amplía a una joven medium, dedicada también a cuidar a estos particulares enfermos, y en la que participan, una vez más, los vivos y los muertos, los dioses y los humanos, las almas que transmigran y la naturaleza como un elemento indisoluble del ecosistema humano. La lectura mental llega con la conexión, la apertura de canales de expresión, para el encuentro en el territorio común, simbolizado por ese muro que se alza hacia el cielo para deshacerse a continuación, en un mensaje esperanzador.
La preocupación por el medio ambiente, la denuncia de la dictadura y las guerras, así como la exaltación de la condición humana, encuentran su vía de expresión en el cine de Veerasethakul a través de un sugestivo hipnotismo, una fusión de recuerdos, deseos, fantasía, sueño y realidad. Todo ello empapado de emoción profunda y sobria, y un delicado humor que vehicula la contestación política y ayuda a que fluya la interrelación entre los protagonistas, todos ellos tan diferentes a primera vista, en cuanto a sus edades, experiencias, origen e, incluso, entidad. Las princesas/estatua del templo cobran vida espontáneamente y meriendan con los vivos, charlan con naturalidad, nadie se sorprende de nada y, por ello, los espectadores entran sin problemas en el trance, sumándose a ese sonambulismo (¡tan consciente!) de pura magia y tan fácil de compartir.
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