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¿Y si el “cassette” fuera la medida exacta de la estupidez humana?

En Música jueves, 28 de abril de 2016

Jorge Salas

Jorge Salas

PERFIL

La recuperación comercial del cassette, un formato físico obsoleto en plena era del streaming, vuelve a poner en evidencia la insoportable impredecibilidad de las modas.

Probablemente, la sentencia más apurada sobre el insoportable alcance de la estupidez humana sea aquella en la que Einstein hacía referencia a la infinita condición de la misma, en comparación con la del propio Universo. Sin embargo, el matiz que reveló la escritora Edith Sitwell con su propia actitud se acerca mucho más al drama atemporal de la estupidez humana. Soy paciente con la estupidez, decía Sitwell, pero no con aquellos que están orgullosos de ella.

La voluntad, la jactancia. Esa sería seguramente la más precisa y justa de las formas de medir el tema de la estupidez, al menos en el siglo XX; en el XXI existe un amplio abanico de escalas a partir de las cuales calibrar la estulticia de la civilización occidental. Una de las más precisas es sin duda la de la absurda moda de los cassettes, ya en la segunda década de la centuria.

¿Y si el cassette fuera la medida exacta de la estupidez humana? Si utilizamos la escala Sitwell y partimos de la base de que, en efecto, los miembros de esta nueva ola de adoración vintage no se citan en callejones oscuros para intercambiar efectivo por cintas, sino que lo hacen con luz y taquígrafos, no debería ser demasiado complicado establecerlo. Si pudiéramos traducir la idiotez del individuo moderno en la cantidad de cassettes nuevos que adquiere y posee, si fuera posible cuantificar la equivalencia de una unidad de cassettes y otra de cretinismo, entonces probablemente estaríamos ante la piedra de Rosetta de la vaciedad. La cuadratura del círculo de la bobada. La proporción áurea de la idiotez humana.

Twin cassette recorder

Twin cassette recorder

Existe un matiz fundamental en toda esta cuestión, el de la pulsión coleccionista que afecta de igual manera a vinilos y, por qué no decirlo, libros, pinturas e incluso productos de promoción de Star Wars. El valor de lo antiguo, de lo único, diferencia meridianamente la acumulación diogenesíaca de productos del coleccionismo. Existiría, pues, una especie de excepción en el hecho de formar parte de la moda de los cassettes, pero no hacerlo del modo al que la industria le interesa. Lo mismo sucede con los vinilos: los coleccionistas, los fieles del vinilo, ya los compraban antes de que las grandes superficies decidieran ampliar el espacio que les dedican y las discográficas hincar el diente al pastel con ediciones surrealistas, sin más sentido que el del homenaje a la esquizofrenia técnica. Y los compraban en los lugares destinados a ello: las tiendas de discos. Algunas siguen abiertas, por cierto, esperando que todo ese público dirija hacia ellos su mirada.

La recuperación del cassette, que ha llegado silenciosamente agazapada detrás de la del vinilo con la cara del que se cuela en el metro con el billete del de delante, abunda en lo vintage de la forma, o del formato, no tanto en la del contenido. Como muchas de las estupideces retro de la última década, las cintas de cassette han vuelto merced al impulso del nicho indie. Desde hace tres años, por ejemplo, existe el Cassette Store Day, simultáneo en Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda y Alemania; el año pasado Green Day reeditó Dookie en cassette para la ocasión. Junto a la reedición de un disco que, efectivamente, se editó en cassette en su momento, convivían tirabuzones ridículos como los de Surfer Blood o Foals, liderados por treintañeros cuyo desarrollo musical tuvo lugar ya en plena edad de oro del CD: la popularidad del formato permitió superar en ventas, primero al vinilo en 1988, y después al ahora renacido cassette en 1991.

No importa que los CDs fueran el modelo de escucha preferido durante el apogeo de la banda. Hace poco han reeditado gran parte de su trabajo en vinilo y, ahora, gracias a una nueva colaboración con SRC Vinyl, comparten discos clásicos en una tirada limitada de cassettes de edición especial. Así explicaban el año pasado en Billboard la reedición de cuatro discos de Blink-182: de Dude Ranch en 1997 o Enema Of The State en 1999, al homónimo de 2003. Ahora que por fin habíamos llegado al estado perfecto de la música de Blink-182, la intangibilidad del streaming, esto. Sólo falta que se anime Fred Durst.

cassette store day El Hype

Puedes definir nuestro modelo operativo como terco y estúpido, declaraba Steve Stepp, presidente de National Audio Company, en 2015 a Bloomberg. Dinero llama a dinero y estupidez, a estupidez. NAC, en Estados Unidos, es uno de los pocos fabricantes de cassettes que resisten, lo que le ha llevado a la victoria por abrasión: en 2014 fabricaron más de 10 millones de cintas y 2015, con un 20% más de ventas, fue el mejor año de la empresa desde que se fundó en 1969. Probablemente lo que ha hecho de verdad que nuestro negocio haya crecido más rápido que nada es el movimiento retro. Ese movimiento viene auspiciado tanto por grandes conglomerados como Sony, como por discográficas independientes como la californiana Burger Records (fundada en 2007), que prioriza el cassette por delante de cualquier otro formato con más de 400 cintas en su catálogo.

Mientras Burger Records abunda en la asociación del cassette con el punk, el garage y la cultura del DIY en general, que tanto bien le hizo a la música en el pasado (entre finales de los 70 y los 80 en Inglaterra, de los 80 y hasta mediados de los 90 en USA), la industria musical, amparada en el victimismo de la eterna crisis del formato, ha encontrado algo más que vaciar de significado para poder venderlo con facilidad. Aceptando que la dimensión de la estupidez humana y su jactancia, al respecto de la misma tiende, efectivamente, a infinito, la pregunta es si la única tabla de salvación de la humanidad reside en que, entre adquisición y adquisición, alguien se dé cuenta de que tendrán que recuperar también el walkman.

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