Con un título que replica el original de su película El enigma de Gaspar Hauser (1974), Blackie Books acaba de publicar en español (traducción de Marina Bornas Montaña) el último libro de Werner Herzog, una obra subtitulada Memorias, que en orden casi cronológico repasa sus experiencias vitales y creativas más destacadas. En Cada uno por su lado y Dios contra todos, el director de cine y ópera, escritor, actor y guionista, entre otros oficios, se remonta a su nacimiento en Múnich, en el otoño de 1942, de donde se mudaría su familia a un aislado pueblo de la frontera con Austria. La determinación limítrofe con la obsesión y la temeridad que Herzog ha mostrado en películas y en escritos, y que le ha llevado a emprender (y casi siempre terminar) proyectos casi suicidas, ha sido según nos explica una característica de su personalidad desde su infancia. Como él mismo confiesa, nunca le han abandonado como buen soldado, el sentido del deber, la lealtad y el coraje (aunque el desafío a la autoridad lo contradiga). Desde las primeras páginas, el autor no tiene espacio para sombras, ya que su relato de miseria y penalidad —desde los días en que en un valle perdido, iba descalzo en verano, porque solo tenía zapatos de invierno—, es una odisea de dureza y lucha, que el joven Werner afronta sin rechistar, convencido de su destino y más que dispuesto a sacar lo mejor de las circunstancias.
A pesar de provenir de una familia acomodada —con un abuelo que era una eminencia de la arqueología y una madre doctora en Biología—, el abandono de su padre, que tuvo dos familias sucesivas más, les dejó a expensas del hambre como refugiados de guerra, con una única pieza de pan de racionamiento semanal (le ha quedado la costumbre de comer deprisa) y ni siquiera una cama para dormir, en unas condiciones de vida de un primitivismo casi medieval. En Sachrang no tenían ni agua corriente ni electricidad y preparaban jarabes de hierbas para engañar al estómago, una vida dura que explica que se jacte de sacarse muelas sin anestesia o le den puntos a lo vivo: Definir aquello como masoquismo sería sin duda un error. Formaba parte de mi forma de entender el mundo y vivir la vida. Suponemos que el hecho de comerse en público sus propios zapatos en 1978, por perder una apuesta, o saltar sobre un campo de cactus, por una promesa a sus actores, podría encajar en esa cosmovisión.
Sin embargo, los recuerdos de infancia no son en absoluto traumáticos, ya que Herzog parece comprender su situación, e incluso alaba el desapego afectivo de una madre siempre leal, que no se inmiscuía demasiado en sus vidas —lo aprendíamos todo sin instrucciones—, pero que les dejaba a él y su hermano cuatro horas diarias a la intemperie al salir de la escuela, lloviera o nevara. El director, que hizo su primera llamada telefónica a los 17 años, no fue al cine hasta los doce (sin quedar impresionado), abandonó sus estudios en la adolescencia y partió a Grecia a la aventura, con un negocio de compraventa de coches alemanes. Esa combinación de intrepidez, rebeldía (ofrece diversos relatos de desafío a la autoridad, cruce de fronteras ilegalmente, contrabando, calumnia y allanamientos habituales) y disciplina (hasta el día de hoy, una buena parte de mí no es más que dura disciplina) exigía un movimiento constante, y a ser posible a pie. Herzog ha sido gran valedor de los beneficios de la caminata, de los desplazamientos en su forma más primitiva. Una de sus hazañas más recordadas fue el viaje de más de 770 kilómetros entre Múnich y París, para visitar a la directora Lotte Eisner, gravemente enferma y que convirtió en su libro Del caminar sobre el hielo.
Si hay dos formas de hacerlo, Werner Herzog opta por la más arriesgada e inexplorada, ya sea la vertiente de la montaña más agreste o la selva más plagada de guerrilleros, tribus aisladas o enfermedades tropicales; reacio al academicismo, posee una cultura enciclopédica (su libro favorito es el Oxford English Dictionary), estudia Latín y Griego por tradición familiar, y alberga una curiosidad abisal que necesita saciar por completo y de las fuentes más doctas. Cuando rueda películas difíciles siempre lleva la traducción de 1545 de la Biblia de Martín Lutero y La Segunda Guerra Púnica de Tito Livio. En cuanto al Instituto de cine y televisión de Múnich, le sirvió para aprender los rudimentos del oficio en poco más de una semana y robar una cámara, lanzándose de inmediato a sus propias producciones gracias a premios y becas. Entre sus compañeros de partida, el neurólogo y escritor Oliver Sacks, el escalador Reinhold Messner, Bruce Chatwin (de quien heredó la legendaria mochila de cuero y adaptó Cobra verde), Ryszard Kapuscinski y sus propios hermanos, cómplices y leales colaboradores, tabla de salvación en los momentos más oscuros. Detestaba a Günther Grass, por su vehemente oposición a la reunificación alemana, adora al actor Michael Shannon y encuentra excepcional a Nicolas Cage (quien considera su papel en Teniente corrupto superior al que le valió un Oscar en Leaving Las Vegas), pero por encima de todos valora a Bruno S. (Bruno Schleinstein), de quien afirma que era como un marginado que sale tambaleándose de una noche larga y mala, confundido, hacia un día deslumbrante y aún peor. Nunca habrá otro como él en el cine. Herzog es amigo de Terrence Malick y Joshua Oppenheimer y pesar de haber colaborado con Alexander Kluge y Wim Wenders, solo cuenta como amistad la de Volker Schlöndorff, su individualismo no le permite considerarse parte del Nuevo Cine Alemán, le produce incomodidad ser incluido, porque cree que sus películas han ido por otros derroteros. Por supuesto, hay espacio para Klaus Kinski, recordando su primer encuentro en la casa de huéspedes donde vivía como un parásito hasta que la madre de Herzog lo echó con determinación, aunque su relación ya se contó en su día en Mi querido enemigo, (1999), con todo tipo de detalles.
Respecto a su labor creativa, Herzog se pregunta si ¿Hay imágenes que yacen latentes en nuestro interior y que solo algún impulso puede despertar? Yo creo que sí, y de alguna manera he perseguido esas imágenes en toda mi obra, como es el caso del barco de vapor arrastrado por una montaña, la metáfora principal de ‘Fitzcarraldo’. Sé que es una gran metáfora, pero no sé decir de qué. Así mismo, afirma que Hay una serie de motivos recurrentes en su cine que casi se basan en experiencias directas de la vida real. Normalmente, las películas no son para pensamientos abstractos. Entre esos motivos circulares, por ejemplo, el coche que da vueltas sobre sí mismo en También los enanos empezaron pequeños (1970) es una imagen que proviene de su experiencia como soldador a los diecisiete años.
La que denomina verdad extática (la cuestión de los hechos, la realidad y la verdad) ha sido tratada extensamente en sus películas y esta es su particular definición del documental, género que ha cultivado en múltiples películas: La verdad no tiene por qué coincidir con los hechos, contra el postulado del denominado cinéma vérité, ya que como autor no quiere desaparecer por completo y ser una mosca en la pared, por el contrario, él quiere ser un avispón que pica. Una posición que le valió furibundos ataques de quienes reivindican la verdad para el género del cine documental […] Yo siempre veo la verdad como una actividad, una búsqueda, un intento de aproximación, no como una estrella fija en el horizonte. Y posiblemente debamos tener muy presente esta premisa porque quizá sea la clave con que debemos leer Cada uno por su lado y Dios contra todos en cuanto a los hechos, la realidad y la verdad.
De acuerdo con lo narrado por el autor, la vehemencia ha arrasado con la duda, los errores de cálculo y la ponderación de los peligros en la vida del director de Nosferatu, vampiro de la noche (1979), el arrojo le ha proporcionado experiencias inéditas (y por supuesto, igual de exitosas) como la dirección operística (sin haber escuchado ninguna antes) y otras cercanas a la muerte en sentido literal. Según sus relatos, ha escapado milagrosamente de matanzas y accidentes en innumerables ocasiones. Herzog rechaza de plano la cultura de la droga (Siempre me ha repugnado. Tampoco creo que me hicieran ningún bien, porque, de todos modos, hay demasiadas tormentas desatadas en mi interior), y abomina del psicoanálisis (Preferiría morir antes que acudir a un psicoanalista, porque considero un error lo que hacen […] iluminar las sombras más oscuras convierte a las personas en “inhabitables”). No tiene smartphone, pero se presta a participar en la saga de Star Wars, Los Simpson o en las películas de Harmony Korine, de quien se considera mentor, aunque tenga que trabajar con milennials a quienes asustan las cucarachas. Puede que a alguien le sorprenda que una persona tan apegada a la naturaleza salvaje, sea un volcán o un ochomil, elija Los Angeles para vivir (solo ve tres o cuatro películas al año), pero siempre ha valorado ese optimismo pragmático de los EE.UU. y en sus propias palabras, él y su esposa Lena decidieron vivir en la ciudad con más sustancia.
Las 346 páginas de Cada uno por su lado y Dios contra todos son una lectura, en efecto, sustancial, obra de un narrador hipnótico, que se expone y también se oculta, con la maestría del prestidigitador y la capacidad evocadora de imágenes de uno de los artistas más genuinos y dotados de la historia del cine.
Foto cabecera © El Hype.
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