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“Cabaret”: Bienvenidos al auge del nazismo

En Cine y Series 16 marzo, 2022

Sergio Ariza

Sergio Ariza

PERFIL

Cuando el musical parecía totalmente en desuso y agotado, su coreógrafo más renombrado se puso tras la cámara y le devolvió el esplendor perdido, logrando con ello colocar su nombre a la altura de los dos directores de cine más importantes del género, Stanley Donen y Vincente Minnelli. Bob Fosse logró todo esto con Cabaret, un musical atípico que convirtió en una estrella a alguien que era genéticamente perfecta para triunfar en este campo, Liza Minnelli, la hija de Vincente Minnelli y Judy Garland, dos iconos que podían optar al título de mejor director del género y estrella definitiva del mismo.

A principios de los años 70 no es que los musicales no estuvieran de moda, es que eran vistos como la representación viva del viejo Hollywood, en un momento en el que la contracultura y de las protestas políticas, contra Nixon, contra la guerra de Vietnam, se estaba haciendo con los mandos de Hollywood, los famosos moteros tranquilos, toros salvajes de Peter Biskind, el musical parecía representar todo lo que se quería enterrar, el espectáculo escapista por antonomasia, un pasatiempo no comprometido.

Cantando bajo la lluvia había sido, en cierto modo, el cénit del cine musical pero también el momento con el que comenzaron a declinar. Desde ese momento el género había ido perdiendo su fuerza artística y comercial, con notables excepciones, eso sí. Fosse había comenzado en plena época dorada del mismo, llegando a realizar la coreografía de Juego de pijamas, dirigida por uno de los gigantes del género, Stanley Donen. Pero su territorio natural era Broadway donde se convirtió en el coreógrafo/director más respetado en la década de los 60 con obras como Little Me, How to Succeed in Business Without Really Trying o Sweet Charity. Esta última, una adaptación musical de Las noches de Cabiria de Federico Fellini fue la que le dio su primera oportunidad en el cine como director.

Shirley MacLaine, que era amiga de Fosse y su mujer Gwen Verdon, había recomendado la obra al jefe de Universal para convertirla en una película, Fosse consiguió el puesto como director pero Verdon tuvo que ceder su papel protagonista a McLaine, la película se estrenó en 1969, la crítica alabó tibiamente los números de Fosse pero, aun así, fue un desastre comercial que apenas logró recuperar la parte proporcional al salario de MacLaine. Su futuro en Hollywood parecía terminar ahí.

Pero en 1971 Fosse se enteró de que se estaba produciendo una versión cinematográfica del musical Cabaret de 1966, que había dirigido su colega Hal Prince, así que se dirigió al hombre que iba a dirigir la misma, Cy Feuer, y le rogó para que le dejara dirigirla. Feuer le apoyó, pero nadie más en el estudio tenía confianza en un tipo de 45 años con solo una película a sus espaldas, que además había sido un fracaso absoluto. Se barajaron los nombres de gigantes como Billy Wilder, Joseph L. Mankiewicz e incluso Gene Kelly, pero al final Feuer convenció a los peces gordos de que le dieran una nueva oportunidad a Fosse.

Una vez que se hizo con las riendas de Cabaret, Fosse comenzó a perfilarla a su gusto, haciendo varios cambios. De primeras, contrató a Hugh Wheeler para que revisara el guión de Jay Allen. Wheeler era amigo personal de Christopher Isherwood, el autor cuyo semiautobiográfico libro Goodbye to Berlin había sido la inspiración para el musical. Así, Wheeler y Fosse rescataron la historia sobre el gigoló y la heredera judía, además de convertir al personaje de Michael York, Brian Roberts, en bisexual. Roberts estaba basado en Isherwood que era gay, pero en el musical era completamente heterosexual.

Eso sí, el cambio fundamental que hizo Fosse fue decidir que la película no iba a ser un musical al uso, esto es, los personajes no se iban a poner a cantar y a bailar en medio de la calle para expresar sus sentimientos, sino que los números musicales iban a estar restringidos al Kit Kat Klub, el cabaret berlinés donde actúa la protagonista, Sally Bowles. Solo habría una excepción, una única canción aparecería en el exterior, pero sobre ella volveré más adelante. Con esta decisión convirtió a Cabaret en el musical perfecto para la gente a la que no le gustaban los musicales, en definitiva, en el musical perfecto para su época.

Y es que Fosse iba a contraatacar en esta película la noción de que el musical es solo un pasatiempo escapista e iba a hacer una obra dramática que, más que sobre una historia de amor condenada, se centraba en el auge del fascismo, mientras la gente está mirando, ironías del destino, a gente que canta y baila, olvidando sus penas en el cabaret. Es evidente que si Cabaret es una gran película, y lo es, es porque desafía las reglas de su género y además sirve como maravilloso friso de una época, el final de la República de Weimar y la ascensión al poder del nazismo.

«Wilkommen, Benvenue, Welcome«, Joel Grey nos daba la bienvenida en la primera escena de Cabaret al decadente Berlín de principios de los años 30. El maestro de ceremonias que interpreta nos invita a su mundo, nos dice que dejemos los problemas fuera, en el cabaret no hay decepciones, aquí la vida puede ser maravillosa. A su alrededor hay un público en el que se mezclan bohemios, decadentes aristócratas y todo tipo de ralea, un nazi que reparte propaganda es expulsado sin miramientos. Al final de la película Grey repetirá su discurso pero esta vez el espejo nos devolverá una imagen aterradora el público está lleno de camisas pardas y esvásticas, el nazismo se ha hecho con el control, mientras el mundo trataba de no pensar en esos problemas.

Entre medias un par de historias de amor muy bien contadas, la principal es un triángulo amoroso entre el personaje de Liza Minnelli, Sally Bowles, en el papel que la convirtió en una estrella, el de Michael York y el del aristócrata alemán que piensa que podrán controlar a los nazis, una vez que estos den buena cuenta de los comunistas. La otra es entre una joven heredera judía y un joven gigoló que se terminará enamorando de ella y que se descubrirá que también es judío, dejando bien claro que el problema del antisemitismo en Alemania ya estaba antes de la llegada al poder de Hitler y sus secuaces.

Minnelli está resplandeciente y además conecta Cabaret con la época dorada del género, siendo la hija de dos de sus más grandes iconos, Judy Garland y Vincente Minnelli. Fue, además, su padre el que dio la clave para interpretar Bowles, cuando Liza le preguntó al director de Un americano en París en quién se debía fijar para interpretar a esta aspirante a estrella de cine, su padre no lo dudó y le dijo que viera todo lo que pudiera sobre Louise Brooks, la actriz norteamericana que emigró a Berlín en 1929 y protagonizó la excelente La caja de Pandora con el peinado que Minnelli volvería a poner de moda casi medio siglo después.

Tanto sus números, como los interpretados por Grey, son una verdadera maravilla y están integrados a la perfección en la historia, sin necesidad de romper el ritmo. El estilo de Fosse es perfecto para ellos, son grotescos y brutales, como un tortazo a mano abierta, son sexys y decadentes, con cambios de planos bruscos y exagerados, Fosse nos sacude para que estemos alerta, no nos está enseñando cualquier cosa, sino como el mal se hace con el poder mientras la mayoría de la sociedad mira hacia otro lado. A pesar de no ser de los más famosos, uno de los más interesantes es “If You Could See Her”, en la que nos enseña mucho sobre el maestro de ceremonias, es un personaje muy oscuro, casi demoníaco, que se pliega a los vientos políticos y pasa de burlarse de los nazis a convertirse en un títere voluntario. Es el bufón que quiere que no pienses, el de no te preocupes, se feliz.

Sally no se queda atrás, cuando tras romper con Brian vuelve al club e interpreta “Cabaret”, no solo ha dejado atrás el amor en la búsqueda de su sueño de convertirse en estrella, ha dejado cualquier preocupación social, es un canto a cerrar los ojos ante todo lo que está pasando.

Y luego está la única canción que suena fuera del Kit Kat Klub, se trata de “Tomorrow Belongs To Me”, el trío protagonista ha salido de Berlín y para en un pequeño pueblo rural. Allí un encantador muchacho rubio comienza a cantar, con voz angelical, la canción, El sol en la pradera es veraniego y cálido. El ciervo en el bosque corre libre. Pero reúnanse para recibir la tormenta. El mañana me pertenece, poco a poco Fosse va abriendo el primer plano y nos deja ver que el chaval es un miembro de las juventudes hitlerianas, encarnado por el prototipo de perfección de la raza aria, y como, poco a poco, se le va uniendo la enfervorecida masa, terminando con la frase del personaje de Michael York preguntando al aristócrata: ¿Todavía piensas que los podéis controlar…?.

Es uno de los mejores momentos de la película y dice mucho de lo bien rodada que está que, a día de hoy, la canción se ha convertido en un himno de los neonazis y la extrema derecha. Supongo que sus autores, los judíos John Kander y Fred Ebb, no sabrán si reír y llorar. El caso es que es una nueva demostración del increíble trabajo detrás de las cámaras de Fosse que logró con este Cabaret entregar una advertencia clara sobre con qué extrema facilidad los bárbaros pueden tomar el control.

Siempre que la democracia está en peligro y salen peligrosos populismos a relucir es bueno echar una ojeada a esta película. Si cambian el cabaret por las distintas plataformas de entretenimiento y las redes sociales actuales verán que lo de olvidarse de los problemas y mirar hacia otro lado no es algo que ocurriera solo en la República de Weimar. Porque si algo nos deja claro Cabaret es que los culpables de que los nazis, o similares, lleguen al poder son esos honrados ciudadanos que solo quieren que les dejen en paz sin tener que preocuparse de nada más.

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