Bruce LaBruce, un iconoclasta queercore

En Cine y Series martes, 02/09/2025

Manolo Gil

Manolo Gil

PERFIL

Estamos de enhorabuena. La editorial Cántico del Grupo Almuzara, dentro de su colección “Los juncos salvajes”, nombre que encierra un guiño a la película homónima de André Téchiné, acaba de publicar Diarios porno, del cineasta, fotógrafo y escritor canadiense Bruce LaBruce. Considerado como uno de los máximos exponentes del queercore, su obra forma parte de los fondos del MoMA de Nueva York y ha influido en artistas como Kurt Cobain y Jeff Koons. La misma editorial publicó en 2024 Contra la cultura, un compendio de artículos sobre cine, moda, arte y pornografía del mismo autor. Textos descarnados, sumamente inteligentes y transgresores, en los que LaBruce une universos aparentemente contradictorios y antagónicos para generar nuevas paradojas provocadoras políticamente incorrectas. Dardos contra los convencionalismos sociales, entre ellos los que provienen de la estetización de la cultura, especialmente de la cultura gay, a la que acusa de haber perdido su carácter contestario, sobre todo ahora que campa la ultraderecha por doquier, algo que es extensible a otros movimientos sociales reivindicativos surgidos en los 70 y 80. Para este creador fiel a sus ideas marxistas y profundamente iconoclasta, el arte es provocar y ofender. Cuando no tambalea nada, es porque se ha convertido en puro onanismo.

Bruce LaBruce

Hace años que sigo a LaBruce. Leo todo aquello que cae en mis manos sobre él y he visionado algunas de sus películas en plataformas de pago y en algún portal de contenido para adultos. No frecuento festivales internacionales, que es la manera más fácil de seguir su obra. Afortunadamente, Internet todo lo democratiza y lo universaliza. Aun así, quiero agradecer públicamente la iniciativa de Editorial Cántico por acercar por primera vez al lector en español el pensamiento de este artista a través de los dos títulos mencionados. Esperemos que en un futuro lleguen algunos más, incluso sus álbumes.

Leer LaBruce es viajar por la cultura underground de los últimos cuarenta años. Es hacer convivir en igualdad de condiciones lo culto y lo popular, lo pop y lo camp con el punk más radical y el porno gay más bizarro, porque estas son las armas que utiliza para destruir algunos tabúes de la cultura occidental.

Bruce LaBruce

Considerado por algunos críticos como el filósofo del porno o el pornógrafo punk, Bruce LaBruce (Southampton, Ontario, 1964), nombre artístico de Justin Stewart, estudió en la Universidad de Toronto, donde se especializó en cine y ciencias políticas. A principios de los 80, publicó sus primeros artículos en Cine-Action!, revista universitaria de tendencia marxista, y en otras cabeceras canadienses como BLAB y Eve MagazineEn esta misma década lanza su propio fanzine J.D.s, coeditado con G.B. Jones, para el que escribe todo tipo de textos y manifiestos. J.D.s seguía la estela de los fagzines de Nueva York, San Francisco y París, que contaban con la colaboración de artistas y escritores como Pierre & Gilles, Paul Morrissey, Tom of Finland, Divine, Edmund White y Paul Bowles.

J.D.s. Bruce LaBruce

El fanzine de LaBruce encontró rápidamente su lugar en la contracultura norteamericana de aquellos años como un zine queer punk que desarrollaba una narrativa de fuerte carga política contra el sistema neocapitalista. La especulación sobre el significado de las iniciales J.D. de la cabecera – J.D. Salinger, James Dean, Juvenile Delinquents, Jack Daniels– le ayudó a conectar con los colectivos más jóvenes y contestarios. El éxito de J.D.s hizo que la firma de  LaBruce fuese habitual en revistas británicas, norteamericanas y canadienses como Gay Times, ExClaim, The National Post, Black Book, Dazed and Confused, Toronto Life y Talkhouse.

Paralelamente a la publicación del fanzine, escribe y dirige sus primeros cortos en super 8mm, en los que mezcla las técnicas y estructuras del cine independiente con el porno gay y el punk, como venía haciendo en J.D.s. No Skin off My Ass (1991) es su primer largometraje, rodado en Super 8 y alargado a 16 mm. Aquí, el propio Labruce interpreta un peluquero enamorado de un skinhead. El film utiliza de manera inmersiva la sexualización de la iconografía nazi y la fetichización de la violencia homofóbica con una clara intencionalidad de denuncia política. La intersección de los universos skin, punk y queer será una constante en su producción artística, lo que le permitirá derribar las fronteras que constriñen la construcción de las identidades.

LaBruce utiliza el porno gay como una retórica para luchar contra el puritanismo y la hipocresía. Fiel a una de las características del movimiento de liberación homosexual de los 60 y 70 —inicialmente llamado movimiento de liberación sexual— que empujó el sexo hasta límites extremos, experimentales y poco convencionales, el canadiense utiliza el porno gay como una toma de conciencia frente a los impulsos sexuales reprimidos de la sociedad, Una provocación social ante el miedo al sexo homosexual que manifiestan tanto los sectores más conservadores que lo condenan como los de cierto progresismo que lo toleran siempre que sea políticamente correcto. Desde la izquierda radical, LaBruce se enfrenta a este puritanismo complejo, ascendente y contradictorio, instalado en el seno de una sociedad hipersexualizada que es capaz de exaltar la cosificación del hombre y la mujer y, al mismo tiempo, generar movimientos anticuerpo y antisexo en aras de nuevos contextos de presumible progreso social. El canadiense se opone a todo ello con un inmisericorde relato visual y textual queercore.

El maridaje del cine indie con el queercore le abrirá las puertas de Hollywood. En 1996 rueda Hustler White, codirigida con Rick Castro y en la que aparece Tony Ward, modelo y pareja de Madonna en aquellos años, que acabará siendo un actor habitual en sus películas. La cinta triunfa en el Festival de Sundance y Labruce se convierte en uno de los máximos representantes del New Queer Cinema, junto a Castro, Gus van Sant, Todd Haynes y Gregg Araki.

Hustler White hace que también se interese por la fotografía, lenguaje que había estudiado en la Universidad de Toronto, pero que hasta entonces no había despertado su atención. Trabaja para Inches y Honcho, revistas norteamericanas de porno para las que hace reportajes de moda con modelos skin y punk no profesionales. Su obra fotográfica, una mezcla de rabia y glamur, se expondrá en galerías de todo el mundo, aunque nunca estará exenta de polémica. En 2011 presentó 400 polaroids en la Galería Wrong Weather de Oporto, Portugal. Este material tenía que participar posteriormente en la Polaroid Rage: Survey 2000 – 2010, pero fue retenido en la aduana canadiense por escabroso. Meses más tarde, en febrero de 2012, realiza Obscenity para la galería madrileña La Fresh Gallery, que dirige la artista y activista trans Topacio Fresh, en la que participan como modelos Rossy de PalmaPablo Rivero, Alaska y Mario Vaquerizo. La exposición investiga los límites de lo sacro y lo profano a través de la iconografía religiosa cristiana. Unos días después de la inauguración, la galería sufre un atentado al lanzarse contra su fachada un cóctel molotov que no llega a explotar.

Bruce LaBruce

Los límites de la sacralidad cristiana aparecen de nuevo en los largometrajes It is Not the Pornographer That is Perverse… (2018) y Saint-Narcisse (2020). El primero está  formado por cuatro cortometrajes interrelacionados. Los dos primeros, Diablo in Madrid y Uber Menschen, fueron filmados en la capital de España, mientras que Purple Army Faction y Fleapit, lo fueron en Berlín. En el film, el actor porno gay español Allen King interpreta a un lúbrico diablillo que surge de una tumba y siembra el desconcierto entre los visitantes de un cementerio madrileño con los que realiza todo tipo de prácticas sexuales. Un ángel, interpretado por el actor porno gay norteamericano Sean Ford, intenta poner orden en el camposanto y su lucha con el diablo acabará en una tórrida sesión de sexo que romperá los límites entre ambos prototipos morales. Al final, ángel y diablo formarán una unidad inseparable en la que no existirá el dominio del uno sobre el otro.

 

Bruce LaBruce

Saint-Narcisse, por su parte, se aleja un poco de la estética indie para revisitar el mito clásico de Narciso. LaBruce convierte la historia del joven enamorado de su propia imagen en un relato incestuoso de erotismo gay, poliamor, violencia y redención. El protagonista descubre accidentalmente que tiene una madre lesbiana y un hermano gemelo que es novicio en un misterioso monasterio cristiano. Mantiene relaciones con la novia de su madre, se enamora de su hermano y lo libra de las garras bondage del prior del convento, que lo considera la reencarnación de San Sebastián, icono gay con el que LaBruce rinde homenaje a Derek Jarman. El resultado es un delirante alegato contra la familia y la religión a partir de la destrucción del tabú del incesto, mecanismo de dominación patriarcal, sobre el que se basa la sociedad occidental. El canadiense ya había vapuleado los vetos sobre la familia en Gerontophilia (2013), película con la que Saint-Narcisse comparte ciertos aspectos estéticos.

Como hemos indicado anteriormente, una de las características más sobresalientes de la obra de LaBruce es la unión de la alta cultura y la cultura de masas en un mismo campo de inmanencia. El cineasta ha confesado en varias ocasiones la influencia que ha tenido en su formación cultural el fenómeno exploitation de los 60 y 70, especialmente el cine erótico y porno de aquellos años y el cine de terror de la serie B, en particular las películas de George A. Romero. Para LaBruce, estas producciones, tras su aparente banalidad, encierran un discurso crítico contra la guerra y la decepción política. Night of the Living Dead hace que quede fascinado por los zombis.

Personaje fuertemente arraigado en la cultura popular norteamericana a través del cine, el cómic y el videojuego, y exportado a todos los confines del planeta, el zombi es un muerto viviente sin identidad, errabundo, plano, carente de personalidad. Un nihilista incomprendido que no encuentra alicientes ni futuro en la sociedad en la que vive. Estas características harán que muchos jóvenes de la Generación Z  se identifiquen con él.

Aunque los argumentos de la mayoría de las películas y videojuegos proponen su exterminación para que descansen en paz y no supongan una amenaza para el establishment, los zombis muestran una polisemia muy interesante. Mientras son entendidos como la deshumanización del contrario, del diferente, como el paso previo a la exclusión social y su aniquilación, también representan, como defienden ciertas corrientes filosóficas de los 90 y 2000, la gran metáfora de la sociedad tardocapitalista. El zombi, el deshumanizado, el apartado del mundo real, es un prototipo social que vive la crisis del estado del bienestar y la transición de las democracias liberales parlamentarias a un totalitarismo financiero, tecnológico y patriótico postdemocrático con la consiguiente destrucción del medio ambiente. Tránsito para el que, de momento,  la modernidad parece no encontrar alternativas.

LaBruce hace un interesante uso del gorn (gore y porno) en producciones como Otto; or, Up with Dead People (2007) y L.A. Zombie (2010). Considerada como una obra de culto en la que se invierten los roles -la amenaza son los humanos no los zombis-, Otto; or, Up with Dead People, presentada en la Berlinale de 2008, se mueve en las procelosas aguas del softcore y el terror bizarro. Desarrolla la surrealista historia de un zombi con problemas de identidad —no come carne humana—, que conoce a una neogótica directora de cine que le propone rodar un documental sobre sí mismo en el contexto de una revuelta de zombis contra la sociedad de consumo. Con estos mimbres, la película desarrolla un relato anti-sistema que contiene una de las frases más irreverentes de la historia del gore: Lázaro fue el primer zombi; Cristo el segundo. Una cita que, salvando las distancias, no estaría muy alejada de la santa locura crística que planteó Erasmo de Rotterdam en su Elogio de la estupidez a principios del siglo XVI.

Convertida en película de culto desde su rodaje, con estreno polémico en el Festival de Cine de Locarno, L.A. Zombie fue prohibida en el Festival de Cine Underground de Melbourne, donde la policía registró el domicilio australiano del director para requisar la cinta e impedir su proyección por contener desnudos masculinos frontales y escenas de necrofilia. En este film, LaBruce da un paso más en su narrativa gorn al presentar un misterioso alienígena de enorme pene irregular, interpretado por el actor porno francés François Sagat, que surge del mar, aunque nunca queda claro si se trata de un extraterrestre o un indigente esquizofrénico. Este personaje recorre la ciudad de Los Ángeles resucitando cadáveres de mendigos, drogadictos, narcotraficantes y participantes en una orgía BDSM mediante el coito con las heridas y regándolos con su semen negro. Si en Otto; o, Up with Dead People los zombis huían de los humanos, en L.A. Zombie plantea una resurrección zombi-gay como metáfora de la insurrección de las clases subalternas y la instauración de un nuevo orden social.

The Visitor (Bruce LaBruce)

Un personaje que también surge de las aguas, en este caso un negro desnudo en el interior de una maleta que aparece a orillas del Támesis, clara referencia a la crisis de los refugiados en Europa, es el protagonista de The Visitor (2024), la última película de LaBruce hasta el momento. Presentada en la sección Panorama del 74º Festival Internacional de Cine de Berlín, está protagonizada por Bishop Black, un conocido actor afrodescendiente de porno ético, subgénero que busca la igualdad entre hombres y mujeres. Este film es un remake de Teorema (1968) de Pier Paolo Pasolini, cineasta muy admirado por el canadiense. La película cuenta cómo este extraño visitante llega a la mansión de una adinerada familia a cuyos miembros seduce produciéndoles un vacío vital postcoito. El film denuncia las diferencias sociales y los discursos fascistas que vetan la inmigración. La película encierra algunas citas coprofágicas que nos evocan Saló o los 120 días de Sodoma (Pasolini, 1975).

Podemos hallar los filmes mencionados en diferentes plataformas de la red, al igual que Pierrot Lunaire, título que quiero destacar para finalizar este artículo por varias razones. En primer lugar, por su extraordinaria belleza; en segundo lugar, por ser un título atípico en la filmografía de Labruce; y en tercer lugar, por estar basado en el ciclo de canciones atonales de Arnold Schönberg, uno de los compositores de las primeras vanguardias del siglo XX, por el que siento una especial debilidad. La película se basa en el montaje teatral que el propio LaBruce dirigió de esta obra para el teatro Hebbel am Ufer de Berlín en 2011. En la obra original, el personaje de Pierrot está interpretado por una actriz, pero LaBruce hace que lo interprete un actor trans, convirtiendo la pieza de Schönberg en una reivindicación de la transexualidad. La película obtuvo el Teddy Award 2014 a la mejor película de temática LGTBIQ+ de la Berlinale de ese año. Todo dicho.

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