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Billy Wilder, el cínico con corazón

En Cine y Series 31 marzo, 2022

Sergio Ariza

Sergio Ariza

PERFIL

Soy un escritor, pero claro, nadie es perfecto. Esas son las palabras que Billy Wilder eligió para el epitafio de su tumba. Considerado uno de los mejores directores de cine de todos los tiempos el bueno de Wilder siempre se tuvo, por encima de todo, como escritor, como alguien que contaba historias. Y eso es lo que hizo toda la vida, contar historias, ya fuera como periodista en Austria, taxista en Berlín o guionista en Hollywood.

A Wilder le gustaban tanto las historias que nunca se supo cuando contaba una anécdota real o la adornaba hasta hacerla ficción. De entre las muchas historias que contó, las mejores terminaron siendo rodadas, aunque otras se las quedó para él mismo, como cuando contó que cuando llegó a Nueva York, huyendo de los nazis y sin apenas conocimiento del inglés, logró pasar la aduana, irregularmente, gracias a un funcionario cinéfilo que cuando Wilder le contó que escribía películas, le dejó pasar con una única condición, haga buenas películas, cuenta Billy que le dijo. Si la anécdota es cierta Wilder fue mucho más allá de su promesa pues no solo hizo buenas películas, sino que hizo tres o cuatro de las mejores de todos los tiempos y un buen puñado de maravillas más. Y es que parece claro que nadie es perfecto pero, a la hora de contar historias, Billy Wilder estaba bastante cerca de serlo.

Billy Wilder

Charles Brackett (guionista), Billy Wilder (director) & Doane Harrison (editor) en el set de El mayor y la menor (1942).

Con 26 películas como director a sus espaldas he decidido recorrer su carrera a través de mis diez favoritas, una lista cuya enormidad se confirma ante la brillantez de las ausentes, cosas tan notables como Sabrina, Irma la dulce, En bandeja de plata, La vida privada de Sherlock Holmes o ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?.

Perdición (1945)

A Wilder le gustaba escribir con otra persona, al principio era porque no dominaba bien el idioma, luego porque siempre pensó que estaba bien oír una segunda opinión. Su pareja de escritura más importante fue Charles Brackett con el que encontró el éxito en EEUU cuando comenzaron a escribir para el director favorito de Wilder, Ernst Lubitsch. Para él escribieron La octava mujer de Barba Azul o Ninotchka, pero de su colaboración también surgieron otras películas maravillosas como Medianoche o Bola de Fuego. Brackett también continúo junto a Wilder cuando este se puso detrás de las cámaras y comenzó su carrera como director. Pero cuando se interesó en adaptar la novela de James M. Cain Perdición, Brackett no quiso participar, no le gustaba Cain y consideraba que la novela era demasiado lúgubre. Así que Wilder se buscó otro compañero y este fue, nada más y nada menos, que el mejor escritor de novelas negras del mundo, Raymond Chandler. Los dos escritores no terminaron por llevarse bien, pero el resultado fue magnífico, Wilder estaba a cargo de dar la estructura y el novelista entregaba alguna de las mejores líneas como una que marcó a Wilder: Nada está tan vacío como una piscina vacía.

El caso es que Perdición es uno de los mejores films noirs de la historia, además de la película que puso su nombre entre los más grandes de Hollywood. Una película dura y cínica, una fotografía en blanco y negro perfecta, una Barbara Stanwyck entregando a la femme fatale definitiva y un guión perfecto que no dejaba ningún cabo suelto y convertía a la película en la perfecta definición del cine negro.

Días sin huella (1945)

En los años 40 y 50 el alcohol era una parte fundamental de la vida del hombre estadounidense, solo hace falta ver las películas de la época o series tan bien documentadas como Mad Men, pero el alcoholismo era un tema casi tabú en Hollywood. Billy Wilder lo rompió con este Días sin huella en el que entregó un relato fiel, honesto y duro sobre esta adicción. La película estaba basada en un libro de Charles R. Jackson y contaba con una inmensa actuación protagonista a cargo de Ray Milland.

La película tenía una visión tan descarnada y realista que la industria del alcohol trató de evitar que se viera, ofreciendo 5 millones de euros a la Paramount para que no estrenara la película. La productora se negó y Wilder consiguió un gran éxito de crítica y público con esta gran película que abrió la puerta para cosas como Días de vino y rosas o Leaving Las Vegas. Nuevamente en su papel Wilder bromearía años después con Cameron Crowe sobre la oferta que recibió Paramount: Si me hubieran ofrecido a mí personalmente los cinco millones, la habría destruido.

El crepúsculo de los dioses (1950)

La última colaboración con Brackett fue, para una gran mayoría, la gran obra maestra de su carrera. El momento en el que exiliado europeo le ponía el famoso espejo esperpéntico de Valle-Inclán a su hogar de acogida, Hollywood. La película era una especie de declaración de amor-odio, llena de reproches pero también de fascinación y de oscura poesía sobre un sitio fascinante pero que utiliza a los que se ven tentados por su cegador reflejo como quiere y luego los olvida, desde los más humildes de sus técnicos a sus más grandes estrellas acaban abrasados por su intensidad como si fueran polillas. Y es que, como dice Norma Desmond, el personaje interpretado por Gloria Swanson, en una de sus escenas más míticas: No hay nada más. Solo nosotros. Y las cámaras y toda esa gente maravillosa en la oscuridad.

Wilder utiliza el metacine, como ese increíble momento en el que reúne a sus tres protagonistas a ver una antigua película muda dirigida por uno de ellos, Eric Von Stroheim, e interpretada por Swanson, además de romper varias reglas, como el hecho de que la película nos la cuente un muerto, y en la que los gloriosos zombies del cine mudo, ese cameo de Buster Keaton, se pasean por una ciudad que no respeta a sus leyendas.

No hay nada más. Solo nosotros. Y las cámaras y toda esa gente maravillosa en la oscuridad.

A pesar de ser una película gigante que contradice a su protagonista cuando suelta otra de sus icónicas frases, Aún soy grande, son las películas las que se volvieron pequeñas, su tono lúgubre no fue bien recibido por los mandamases de la ciudad de las estrellas, es conocida la anécdota de que después de un pase privado Louis B. Mayer se levantó y gritó para quien quisiera oírle ¿Quién se cree que es este desgraciado? Ha deshonrado a la industria que le hizo y le alimenta. Deberían alquitranarle, emplumarle y echarle de Hollywood. A lo que el Dios de Fernando Trueba, al que los nazis ya le habían echado de Europa, respondió con otra de sus mejores frases: Soy el señor Wilder, y puedes irte a tomar por culo.

El gran carnaval (1951)

A pesar de Mayer El crepúsculo de los dioses fue un éxito y estuvo nominada a once Oscar, pero Wilder no se estaba ganando muchos amigos en la industria, y menos en los agobiantes tiempos del McCarthysmo. Así que cuando en 1951 estrenó una de las películas más duras de la historia, El gran carnaval, muchos le dieron la espalda.

Billy Wilder aparca el humor y entrega una película tan negra como las pinturas de Goya, logrando que se nos descomponga el cuerpo con su mirada hacia su antigua profesión, el periodismo, del que deja ver su lado más amarillista y sensacionalista. La película gira en torno a Charles Tatum, interpretado por Kirk Douglas, un periodista sin escrúpulos que ve en una tragedia la posibilidad de montar el circo mediático que le devuelva a la primera división, sin importarle las vidas que pueda destrozar. A pesar de que Tatum es alguien sin escrúpulos a la hora de conseguir lo que quiere, no es el peor personaje que aparece, y es que los buitres siempre revolotean en torno a las tragedias. Una nueva lección de cine de Wilder con una de sus películas más amargas. A pesar de tener más de 70 años sigue siendo tan relevante como el día en el que se rodó, solo que quizás ahora pensemos que Wilder se quedó corto.

Traidor en el infierno (1953)

La película de la que beben todas las posteriores sobre campos de prisioneros, de La gran evasión a la serie Los héroes de Hogan, por no hablar de su enorme influencia en MASH. Wilder la abre con un voz en off diciendo que está harto de películas heroicas sobre la guerra, la suya es una visión mucho más realista, en la que el protagonista es un tipo cínico que en vez de soñar con escaparse, decide sacar tajada de las condiciones del campo y llevar el capitalismo extremo al campo de prisioneros. Pero cuando empiece a parecer obvio que hay un chivato en su barracón todos los ojos se girarán hacia él.

William Holden está enorme como el sargento J. J. Sefton, que tendrá que descubrir quién es el topo, no por patriotismo ni nada parecido, sino para salvar su propio pellejo. El tono es perfecto, aunque es cierto que las partes cómicas protagonizadas por los personajes de ‘Animal’ Kuzawa y Harry Shapiro no han envejecido especialmente bien, pero el resto de la película es brillante, desde un Otto Preminger perfecto como Mariscal del campo, al resto del reparto.

Billy Wilder escribió el guión junto a Edwin Blum, adaptando la obra de Donald Bevan y Edmund Trzcinski, que habían sido prisioneros de verdad en el Stalag 17 del título original. Pero el resultado es puro Wilder, como ese final con una frase perfecta para cerrar la película, no hay falsos heroísmos, el personaje de Holden intenta liberar al rico heredero porque sabe que puede sacar una buena tajada de ello, tampoco hay reconciliación final o falsos abrazos entre Sefton y el resto de compañeros sino una maravillosa frase final: Si os vuelvo a ver, finjamos que nunca nos hemos conocido.

Testigo de cargo (1957)

Con Testigo de cargo Billy Wilder cogió una obra de teatro de Agatha Christie y la convirtió en un fantástico drama judicial con un reparto de campanillas en el que aparecen Charles Laughton, Tyrone Power (en su último papel) y una magnífica Marlene Dietrich. Llena de giros y con un gran sentido del humor, principalmente a cargo de la pareja formada por Laughton y Elsa Lanchester, su mujer en la vida real, Testigo de cargo es un clásico indiscutible del género judicial gracias a su magnífico guión, en el que el sarcasmo de Wilder se funde con la intriga de Christie, la magnífica puesta en escena y al enorme carisma de sus actores protagonistas.

Con faldas y a lo loco (1959)

Siete años le costó hallar un heredero fijo para el puesto de coescritor de Brackett, pero cuando lo encontró ya no hubo más cambios. I. A. L. Diamond se convirtió en coguionista de Billy Wilder con Ariane en 1957 pero fue con esta obra maestra de la comedia con la que demostró que estaba más que a la altura del puesto. A Wilder y a Diamond les gustaba tanto su propio guión que solían leerlo en voz alta para reírse a carcajadas. Así de bueno era, con casi una genialidad en cada línea del diálogo. Pero es que, aparte de ser una de las películas más divertidas de todos los tiempos, Con faldas y a lo loco era también una bofetada en la cara a los valores de la sociedad de su época, una película libre en la que torpedeaban todas las convenciones sociales y venían a decir que para ser feliz no hay leyes ni convenciones que valgan.

No olviden, una vez que se hayan repuesto tras escuchar la mejor frase final de una película, que Con faldas y a lo loco (es mejor ese intraducible juego de palabras original, Some Like It Hot, que hablaba de un tipo de jazz y también de Marilyn Monroe) fue escrita por un par de tipos que se llamaban realmente Samuel Wilder e Itec Domnici, y estaba interpretada por una actriz que se llamaba Norma Jeane Mortenson, que era conocida como Marilyn Monroe, e interpretaba a una cantante que se llamaba Sugar Kowalczyk pero se había cambiado el nombre a Sugar Kane, por no hablar del actor Bernie Schwartz al que todos conocían como Tony Curtis, e interpretaba a un saxofonista llamado Joe, que se disfraza de una mujer llamada Josephine para escapar de un gángster pero que, también, se hacía pasar por un multimillonario llamado Junior que hablaba con el mismo acento que Cary Grant, para conquistar a Sugar…

El apartamento (1960)

Cuando hablaba de El crepúsculo de los dioses decía que una buena parte de la crítica la consideraba la mejor película de su carrera, bien pues yo estoy entre los que piensan que tiene, increíblemente, una película mejor. Y es que El apartamento es la culminación de la carrera de Billy Wilder, la película en la que el gran cínico de Hollywood demostraba que detrás del cinismo y el humor negro había un gran romántico. Pocas historias más bonitas hay en Hollywood que la de ese pobre hombre llamado C.C. Baxter, interpretado por su actor fetiche, Jack Lemmon, y la ascensorista del sitio en el que trabaja, Fran Kubelik, una brillante Shirley Maclaine en el mejor papel de su carrera.

Wilder vuelve a sacar el colmillo para enseñarnos una sociedad con una evidente doble moral y una escalera de ascenso social (que Kubelik sea ascensorista no es una casualidad) que es mucho más turbia de lo que nos contaba el sueño americano, con una sociedad dispuesta a vender su alma por un ascenso. Baxter es el perdedor definitivo, un solitario oficinista que ve pisoteada varias veces su dignidad hasta que encuentra algo más importante que el trabajo por lo que tratar de recuperarla, el amor. Cállate y reparte.

Uno, dos, tres (1961)

Junto a Con faldas y a lo loco, esta es la película más puramente divertida de Wilder, ayudado aquí por un James Cagney en estado de gracia, soltando sus diálogos a la velocidad del rayo y dándole a su personaje, todo su ingenio y picaresca. Billy Wilder reparte a un lado y a otro del Telón de acero (¡Nunca criaré a mi hijo como un capitalista! – Cuando cumpla 18 años dejaremos que decida que quiere ser, si un capitalista o un comunista rico) y entrega la comedia definitiva sobre la Guerra Fría, mezclando la Coca-Cola con el muro de Berlín y varios dardos a sus antiguos vecinos alemanes. Wilder se vuelve a mostrar sarcástico ante el idealismo de Otto; ¿Pero es que todo el mundo es corrupto en este mundo? – No conozco a todo el mundo; claro que no deberíamos olvidar que a este judío polaco Auschwitz le quitó algo más que el idealismo, perdiendo a su madre y varios familiares en los campos de exterminio, así que es normal que dijera aquella frase de Los optimistas murieron en las cámaras de gas, los pesimistas tienen todos piscinas en Beverly Hills.

Primera plana (1974)

Billy Wilder fue el responsable de crear una de las parejas cómicas con más química de la historia, la formada por Jack Lemmon y Walter Matthau. Fue con En bandeja de plata en 1966, película por la que Matthau ganó el Oscar como actor secundario, pero mi película favorita de ambos es esta Primera plana en la que Wilder lleva al cine por tercera vez la obra de Ben Hecht y Charles MacArthur dándole un cambio fundamental, convertir al personaje interpretado por Hildy Johnson en un hombre. A pesar de no ser muy apreciada por la crítica de la época, ni por el propio Wilder, esta es una de sus películas más negras y ácidas, pero, a la vez, más divertidas, como si hubiera mezclado El gran carnaval con En bandeja de plata. La última gran película de un director irrepetible.

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