Como la princesa Aurora, hay marcas de moda que duermen un plácido sueño durante años. La maldición de estas firmas no es culpa de un huso -en las costura, pincharse en el taller es tan habitual como pinchar en ventas-, sino haber perdido al nombre propio que la alumbró.
Ejemplos hay a puñados, tanto de las que siguen roncando como de las que recibieron el beso del príncipe y viven una nueva época, un nuevo romance con su público. En los cuentos los finales siempre son felices, pero en el negocio de la moda hay bellas durmientes que habrían preferido permanecer en el letargo. No siempre el príncipe (a.k.a., el director creativo) es azul.
Lagerfeld y Chanel son el ejemplo paradigmático de beso acertado, de modisto audaz y respetuoso que sabe recrear una y mil veces el universo de la firma para quien trabaja. De hecho, si somos estrictos, Chanel le debe más a Karl que a Coco y difícil lo tiene quien haya de sustituir al alemán al frente de la maison.
Uno de mis despertares preferidos ha sido el de Schiaparelli, cuyas colecciones están en manos de Bertrand Guyon (en la imagen de cabecera de este post). La apabullante estética surrealista que impregnaba las creaciones de Elsa Schiaparelli -némesis de Mademoiselle Gabrielle Chanel- está reviviendo, engrandecida y exquisita, sobre la pasarela y sobre las siluetas de celebrities como Tilda Swinton o Nicole Kidman.
Dos que nunca durmieron han corrido suerte desigual. A Lanvin, Alber Elbaz le dio besos de tornillo, envolventes como volantes, y Bouchra Jarrar, ahora, le da castos besitos en la mejilla. A Dior, Maria Grazia Chiuri parece estar dándole collejas…
Como en el amor, la fidelidad entre marca amada y director amante es la clave del éxito. La traición al legado de la casa, se paga cara. ¿Verdad, Balenciaga? O no tanto… Porque uno de los pocos casos de bella durmiente española se basa, precisamente, en el abandono de las directrices del fundador y en el abrazo de la estética de su director creativo. En Delpozo, con Josep Font, poco queda de los colores caldera tornasolados y de las siluetas teatrales y lopedeveguescas de don Jesús. A cambio, la marca explota con maestría y hasta el infinito el talento constructivo y el dominio del color de Font. ¿Traidor? No, solo un creativo enorme, superior al original. Un príncipe más bello que la mismísima Aurora.
Por eso, mientras se logre comer perdices, bienvenidos sean los besos.
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