Arthur Brown y la estirpe del rock teatrero

En Música lunes, 04/08/2025

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

A veces parece que pasan más cosas encima de los escenarios de rock que fuera de ellos. Tenemos al llorado Ozzy Osbourne decapitando a un murciélago, a los enfermos de Mayhem tirando cabezas de cerdo al público y al inimitable Iggy Pop embadurnándose de mantequilla de cacahuete y tirándose él. Kiss escupían fuego, Alice Cooper escupía saliva al público y Marilyn Manson lanza esputo y mocos a fans y paparazzis (y orina sobre los cáterins de Korn). 

Aunque puede haber alcanzado su cuestionable cumbre con los apocalipsis escénicos de G. G. Allin o Throbbing Gristle, lo que hoy llamamos shock rock existía de una forma u otra mucho antes. En cierto modo, el rock se ha valido del factor de shock desde los movimientos insinuantes de Pelvis Presley. Wendy O. Williams, de Plasmatics, daba conciertos enteros prácticamente en tetas antes de que naciera la comentada Tove Lo. Satanismoocultismo eran ya viejas obsesiones del rock cuando se volvieron mainstream en los años setenta. La teatralidad y el escándalo son intrínsecos desde los inicios de esta música robada a los negros de Estados Unidos. Si en los setenta Ozzy Osbourne despegaba como el “Príncipe de las Tinieblas”, ¿quién, entonces, era el rey?  

Nos tendríamos que remontar, cuanto menos, a un candidato al parlamento del Reino Unido. Hablamos del tipo que, en el momento de su suicidio a los 58 años, tenía el récord Guinness de haberse presentado a (y haber perdido) más elecciones en el país (39). Se trata de Screaming Lord Sutch, nacido David Edward Sutch, fundador del partido Official Monster Raving Loony Party  (Partido Oficial de Monstruos Lunáticos Delirantes).

Otro récord en su haber es el de haber facturado el álbum más malo de la historia, de acuerdo con una encuesta de la BBC de 1998:  Lord Sutch fue el hombre capaz poner a Jeff Beck y miembros clave de Led Zeppelin a trabajar en la peor música de todos los tiempos (y titularlo Lord Sutch and Heavy Friends; 1970). Es fascinante esa insistencia en el factor sch(l)ock por parte de alguien que, cuando quería, podía regalarnos joyas como la protopsicodélica «The Cheat«.

En sus décadas en la escena, Sutch se vistió de muchas cosas sobre las tablas, aunque lo más rememorado es su entrada dentro de un ataúd y su imitación de Jack el Destripador. El féretro y su nombre artístico son homenaje a una figura anterior, que se nos escapa un tanto del rock: Screamin’ Jay Hawkins. Hawkins era un bluesman guasón con toques dandis en el vestuario hasta que un buen día facturó una especie de balada blues chillada, “I Put a Spell On You” (1956), que le reportó la fama, un hit para las antologías y una vida agitada que produjo entre 33 y 75 hijos. En adelante, el bluesman saldría al escenario dentro de un ataúd y acompañado de una calavera humeante y serpientes, con colmillos emergiendo de su nariz; imaginario «vudú» de una América segregada. ¿Cuál fue el hechizo de aquella sesión de grabación que le cambió la vida? Todos estaban borrachos. 

El heredero más directo de Screamin’ Jay Hawkins es quizá el truhán de escenario Arthur Brown. Al menos, se le asemeja en la absoluta falta de seriedad. El título de su banda y debut: The Crazy World of Arthur Brown (1968). Con una música estrictamente psicodélica, el británico anticipaba el corpse paint del futuro metal extremo y se incendiaba la cabeza (el gorro), asustando a más de uno. Su mayor éxito es precisamente “Fire”, en el que se centra el citado álbum, con diversos anticipos y augurios: primero en “Prelude/Nightmare” y luego en “Fanfare/Fire Poem”, versos sinestésicos que guían finalmente hacia el hit. El resto tiene un sonido parecido, aunque esa “Time” hace pensar en la posterior de David Bowie y la cara B se abre con una versión –otra más– del “I Put a Spell on You” de su maestro.

El pecado de Arthur Brown fue querer ser rompedor también en lo musical. El segundo álbum de The Crazy World of Arthur Brown fue archivado por la disquera porque pensaron que su extraño material no vendería. Su siguiente banda, la profética Kingdom Come, terminó de perder una base de fans que, aparentemente, buscaban solo la bufonada.

Todo muy inocente si se compara con la escalada de escándalos del rock en décadas posteriores. En su personaje escénico, “El dios del fuego infernal” queda más cerca del circo y los buscavidas del rock provocador que de la seriedad mortal de los edgelords del black metal noruego, quienes recibieron una posible influencia indirecta de Brown a través de la banda británica Venom. Es también citado como referente por el estrafalario King Diamond. Alice Cooper, que hizo carrera del modelo que dio a Brown un solo éxito, describe una epifanía al verlo en directo en su primera juventud: «¡Fue como si vinieran todos mis Halloweens a la vez!». 

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