Hermosos y malditas se presenta, o quizás más correctamente, se sitúa. Apunta aquí el bloguero algunas intenciones geográficas pero también sentimentales que habrán de orientar el blog en adelante. Se recomiendan cuatro grandes novelas y, veladamente, una forma de estar en el mundo. Se acaba sugiriendo dos hermosos y previniendo, en este caso, de unas malditas.
Aquí se parafrasea un título de Fitzgerald y toca una explicación: Fitzgerald fue un gran escritor, un escritor Hype, pero si nos orienta un poco aquí es porque fue, en todos los sentidos y no sólo en el geográfico, el escritor de nuestro oeste. Dicho de otra forma, estamos al este de Fitzgerald en todos los sentidos, no sólo en el geográfico. Sentimental, emocional, sociológica, jurídica y políticamente quedamos al este de Fitzgerald. A su lado, Bajo el volcán resulta sentimentalmente más fría que un porno alemán y los otros grandes escritores del siglo, Marcel Proust, Franz Kafka y James Joyce son, sociológicamente hablando, tres bolcheviques.
Puestos a dejar las cosas claras, nuestro imaginario personal quedó fijado para siempre al este de Fitzgerald. Pero ¿por qué para siempre al este de Fitzgerald? Porque la rosa de los vientos se rompió, porque igual que el oeste es la pendiente hacia el ocaso del sol en su movimiento aparente, el oeste es también el vertedero de las piezas del oeste en tanto que oeste, como mostraron Sam Peckinpah y el Crack-up; porque la historia de progreso hacia la libertad terminó, pero no bien, como Francis Fukuyama se apresuró a decir, sino mal, bastante mal, fatal. No es casualidad que las obras maestras de los cuatro grandes escritores del siglo aparecieran casi a la vez: El proceso (Kafka, 1925), Ulises, (Joyce, 1922), En busca del tiempo perdido (Proust, 1927). El gran Gatsby, (Fitzgerald, 1925).
¿A qué venía todo esto, por amor de Dios? Ah, a que si alguien no vio Shoah (el documental de ocho horas de Claude Lanzmann sobre el holocausto), el mundo terminó mal y quedamos para siempre arrastrados por el pasado, al este de Fitzgerald en todos los sentidos. Pero estamos bien. Adorno dijo que después de Auschwitz no podría haber poesía, pero extrañanemte ocurrió todo lo contrario y hoy no conocemos a nadie que no escriba poesía. Tantos son.
Somos del este donde todo está sublimado, por eso queremos cambiar el mundo, la novedad es que podemos ponernos nuestro mejor traje. Como podría haber dicho Woody Allen: el mundo es un lodazal, una letrina, sí, pero es donde ponen las mejores películas.
A veces para cambiar el mundo resulta más revolucionario un minuto de introspección que una semana de caceroladas, pero ser hermoso, maldita, justo, o buena persona no se consigue repitiendo un mantra, igual que a uno no se le empieza a acelerar el ritmo del corazón sólo por darse a sí mismo firmemente la orden de enamorarse.
Hermosos: Los Fitzgerald, Zelda Sayre y Francis Scott Fitzgerald.
Malditas: las guerras, las guerras.
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