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“Abril”, Dea Kulumbegashvili se supera

En Cine y Series jueves, 5 de septiembre de 2024

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

El apabullante debut de Dea Kulumbegashvili con Beginning (2020) convirtió a su segundo largometraje, Abril, en uno de los estrenos más esperados del 81º Festival de Venecia. La película que es una coproducción italo-franco-georgiana ha contado con el apoyo de Luca Guadagnino, desde que la descubriera en el Festival de San Sebastián.

La joven directora georgiana ha arriesgado todavía más que en su primer filme, apelando a la entrega del espectador ante una obra personalísima, comprometida, de una estética significativa. La obertura ya nos instala en un territorio propio, íntimo, plasmado en un ser fantástico, cuya forma humanoide, fatigada, tratando de avanzar en un charco de oscuridad contrasta con el sonido despreocupado de voces infantiles que chapotean y ríen, desde las profundidades de la memoria, con un significativo diseño de sonido de Lars Ginzel, que nos hará vibrar durante todo el filme. Esta criatura volverá a aparecer a lo largo del filme en diferentes situaciones, pero jamás relajada. A continuación, un parto en primer plano, nos lleva a la protagonista, la doctora Nina (extraordinaria Ia Sukhitashvili) que, asistiendo a la madre, acabará temiendo por su puesto de trabajo a causa del desenlace del alumbramiento.

A partir de ahí, los fantásticos planos de Arseni Khachaturan nos permitirán adivinar, en fuera de campo, u observar en un rincón del encuadre el día a día de Nina en el hospital, en sus visitas domiciliarias, y en sus expediciones benévolas a un territorio, no solo inhóspito geográficamente, sino temido y evitado por sus colegas. En la Georgia del siglo XXI el atavismo, la vergüenza que impregna las costumbres y brutaliza a las mujeres es un freno para su bienestar. Lo que Kulumbegashvili nos muestra con tanta crudeza como sencillez es el lastre que la maternidad no deseada supone para las mujeres, anuladas bajo el yugo masculino, víctimas de la violencia machista, los abusos familiares y su limitado (casi siempre inexistente) acceso a los anticonceptivos o a la interrupción del embarazo.

Abril April

Lo que sobre el papel parece un filme naturalista, de denuncia social, o incluso un thriller, posee un calado superior, que lo convierte en una introspección en carne viva, donde la turbulenta relación de Nina con su propia feminidad está representada en ese ser casi humano, pero defectivo, informe, una autoimagen inclemente a la que se sobrepone una racionalidad feminista y decidida. La valentía de la doctora en su trabajo, donde arriesga lo único que tiene (en un momento dado le dice a su jefe que su trabajo es lo único que tiene que perder) es el ancla que la sustenta emocionalmente. El resto es una decisión tan personal como conflictiva, que se patentiza en sus encuentros con hombres al azar, su relación con su compañero y expareja David (Kakha Kintsurashvili) y las repetidas humillaciones que sufre por parte de amantes ocasionales o familiares de sus pacientes.

Nina no es una misionera abnegada sino una profesional que se vale de sus conocimientos para mejorar las vidas de las mujeres a cualquier precio, y al mismo tiempo es una de ellas, que ha elegido con libertad cómo vivir, sin que ello implique una negación de su propio dolor, de una herida interior cerrada en falso, para poder seguir adelante.

La fotografía de Abril, cada encuadre, la forma de filmar la naturaleza en su esplendor y renacimiento, pero también simbólicamente, como tierra enfangada que atrapa desde la infancia a las mujeres, paralizándolas, bloqueándolas, es tan elocuente como la escena nocturna del mercado de reses, donde el toro semental desafía con su imponente volumen a las escuálidas vacas. Dea Kulumbegashvili ha dirigido la película más artística de la 81ª edición del Festival de Venecia, donde todos sus elementos forman un poderoso conjunto, que resuena en el espectador con tanta efectividad como la brillante partitura del compositor Matthew Herbert (The Horse). Abril es un filme para sentir bajo nuestra propia piel, es La Pianista que Haneke nunca habría podido filmar.

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