El festival de Ravenna ofrece una variedad de manifestaciones culturales y artísticas de una calidad formidable.
El Festival de la ciudad de Ravenna (frente al mar Adriático) es, sin duda, de los más interesantes del panorama internacional, por la forma con que relaciona las diversas artes en un diálogo continuo y abierto y porque lleva ya 25 años de existencia. Veinticinco años caracterizados por una soberbia calidad de propuestas y temas, y que siempre ha sido un modelo de originalidad organizativa. En cada una de sus ediciones dialogan con naturalidad: música clásica, jazz, teatro, danza clásica y moderna, exposiciones y charlas de carácter filosófico ofreciendo un abanico de manifestaciones artísticas impagable. Mérito de los directores artísticos del certamen capaces de invitar junto a figuras de primer plano a artistas emergentes favoreciendo así también el trabajo de los más jóvenes.
Algo evidente también en la edición de este año, cuyo lema ha sido “1914: el año que cambió el mundo”, en recuerdo de los 100 años del estallido la Primera Guerra Mundial. Pocos acontecimientos, en la historia del mundo moderno, han tenido tanta repercusión y un impacto profundo. Entre 1914 y 1918 el mundo, económico, social, cultural y artístico, como también, e inevitablemente, el íntimo y profundo universo de las conciencias individuales se vio afectado de forma irremediable.
La sección relativa a los conciertos sinfónicos del festival ha podido como siempre beneficiarse de intérpretes de primera fila y de programas atrayentes aunque poco vinculados (con la única excepción del concierto de clausura) con el tema esta edición. Yuri Temirkanov frente a la Orquesta Filarmónica de San Petersburgo ofreció una lectura impresionante de la fantasía sinfónica Francesca da Rimini de Tchaikovsky realzando de forma original la modernidad y el profundo lirismo que caracterizan esta obra del gran compositor ruso. Algo que fue evidente también en el Petruška stravinskiano que terminó el concierto.
La Orquesta Filarmónica Checa fue la segunda orquesta invitada. Dirigida por primera vez en 1896 nada menos que por Antonin Dvôrak, ha mantenido inalterada la tradición de su sonido amplio y potente aunque siempre cálido con una gran variedad de dinámicas. La dirigió en Ravenna Valery Gergiev, quien desde el podio valoró sus características con una dirección elegante y precisa, así en la ligereza de la suite del Lago de los cisnes de Tchaikovsky como en la potencia expresiva de los Cuadros de una exposición de Mussorgsky con la orquestación de Ravel.
Los dos últimos conciertos estuvieron a cargo de Riccardo Muti, al frente la Orquesta Cherubini fundada por él hace justo 10 años. El de clausura, el 10 de julio, fue especialmente sobrecogedor gracias a una interpretación soberbia, por intensidad y atención a cada detalle, del Requiem de Verdi. Frente a la batuta de Muti estuvieron, además de la Orquesta Cherubini algunas primeras partes de las más importantes orquestas de los países que participaron en la Primera Guerra Mundial. Junto a ellos los coros Friuli Venezia Giulia y del teatro de Trieste y los solistas Tatiana Serjan, Daniela Barcellona, Saimir Pirgu y Riccardo Zanellato. El concierto, dedicado a los caídos de todas las guerras, demostró por enésima vez la profunda afinidad del director napolitano con esta obra. La cantidad de emociones cambiantes condensadas en todas las secciones de la obra fueron gestionadas con mucha naturalidad y solidez por Muti, componiendo un recorrido narrativo de impresionante unidad y potencia expresiva. Pero el momento más perturbador e intenso fue sin duda el Libera me conclusivo que, gracias a la intensidad interpretativa excepcional de Tatiana Serjan, se convirtió en un grito sofocado y una súplica desesperada, en algún momento melancólica, contra la ineluctable llegada de la muerte eterna.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!