Amazon Studios se plantea qué habría pasado si los nazis hubieran ganado la guerra, en su adaptación de la novela homónima de Philip K. Dick.
The Man in the High Castle, la última serie original de Amazon Studios basada en la novela homónima de Philip K. Dick (Blade Runner), responde muy bien al adjetivo “provocativo”. El hecho de estar ambientada en los años 60 en unos Estados Unidos gobernados a dos partes por el Imperio del Japón y el Tercer Reich aporta mucho, pero es ese contexto alternativo el que le permite abordar temas más sugerentes, alejado el foco de las nuevas banderas que ondean en Union y Times Square.
El concepto sci-fi de The Man in the High Castle transporta al espectador a un mundo que tan fácilmente podría haber sido el suyo —de haber ido bien la ofensiva Barbarroja o haber fracasado el Día D, por ejemplo. Pero es un escenario que, aun lejano en el tiempo (y el espacio), guarda similitudes tanto con la realidad que palpamos ahora como con la que ha impregnado de tinta las hojas de novelas como 1984 o V de Vendetta.
A lo que se llega con The Man in the High Castle, y esas otras realidades con las que la serie se equipara, es al dibujo de una distopía capaz de cuadrar esquemas sociales y políticos ficticios en el ahora.
Sería baladí referir a los logros de los trabajos de George Orwell, Alan Moore o el propio Dick, pero sí cabe confirmar que la primera temporada de The Man in the High Castle no descarta su herencia literaria para convertirse en un entretenimiento de a pie, sino que recoge muchas de las ideas del texto en el que se inspira para proponer un relato audiovisual a la altura de su premisa.
El piloto de The Man in the High Castle sirve así como presentación de personajes, mundo y mitología. Los Estados Unidos están divididos entre los Estados Pacíficos, en manos de Japón, y los Estados Unidos de América, en manos del Gran Reich Nazi. Y como protagonistas están una joven de San Francisco adaptada a la cultura nipona (¡también hace aikido!); Juliana, y su novio artista que trabaja en una fábrica de armas de réplica, Frank; un doble agente neoyorquino, Joe, que recibe órdenes del Obergruppenführer, un alto oficial de las SS llamado John (!) Smith (!!); y el ministro de comercio japonés, Nobusuke Tagomi, quien trata de evitar una guerra con los nazis dado el delicado estado de salud de Hitler y las ansias de conflicto de sus sucesores.
Con semejante reparto, e historias tan diferentes, The Man in the High Castle tiene a su disposición tramas con las que explotar géneros muy dispares sin que se sienta todo como un montón de desvaríos. Pero los primeros episodios, sobre todo tras el piloto, no concretan pretensiones, o al menos no establecen un raíl sobre el que guiar a los personajes, lo que despierta dudas sobre el hacia dónde quiere ir la serie —y el cambio de disposición a partir del cuarto episodio es buena prueba de ello.
Claro que esta dificultad es algo que ya se le ha visto a muchas de las series de Amazon o Netflix. Al pertenecer al (ya único) género del bingewatching —el que permite ver una temporada entera de una tacada—, producciones como Bloodline, Daredevil o esta The Man in the High Castle pueden dedicar sus primeros trotes a construir las bases de su propuesta y llegar al tramo final de temporada con muchos más pilares sobre los que asentar ambiciones.
En el caso de The Man in the High Castle, la serie pasa de la aventura al espionaje demasiado rápido y casi sin dejar saborear el fascinante viaje de Juliana y Joe, uno desde cada parte de Norteamérica, a la zona neutral (y sin ley) del continente, en las Montañas Rocosas. Porque, pese a lo críptico y tedioso de los dos capítulos (2º y 3º) que transcurren allí, el atractivo del terreno desconocido, del misterio por resolver y del peligro por ser descubiertos (o asesinados) era parte de un cóctel al que era difícil negarse, sobre todo con tramas en paralelo demasiado distantes.
Pero la suerte corre del lado de Frank Spotnitz, creador de la serie, y el cambio de juego hace olvidar esa empresa momentánea por las Rocosas para enlazar a todos los personajes con una misma línea argumental. Es este además un nexo que sirve para ver con más profundidad la que es la tesis más interesante de The Man in the High Castle: ¿Qué han hecho estos 15 años de nuevo gobierno autócrata sobre los personajes? ¿Qué están dispuestos a aceptar para seguir con sus vidas? ¿Por qué deberían luchar para cambiar el statu quo?
Es ahí, en el abrazo de una cultura extranjera que te gobierna o en el rechazo por el establishment que te amedrenta, donde The Man in the High Castle es más provocativa.
Para los personajes, son necesarias unas películas para pensar siquiera en la existencia de una alternativa al mundo en el que viven. El hecho de que sea un ente externo, sea un macguffin (las películas, que cambian a Juliana) o un deus ex machina (la hermana de Frank, que le cambian a él), el que despierte ese interés por aspirar al cambio plantea lo que nadie parece querer preguntarse a estas alturas: ¿estamos tan seguros de que este es el mundo que nos ha tocado vivir que ya no hace falta tocarlo?
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