La directora de Tenemos que hablar de Kevin (2011) adapta la novela del mismo título de Ariana Harwicz, Die, My Love, en lo que algunos podrían considerar un empático estudio psicológico de la depresión post parto. Lynne Ramsay cuenta con Jennifer Lawrence (también productora) para interpretar a Grace, una joven escritora neoyorquina que se muda al campo con su marido, Jackson (Robert Pattinson), en lo que fuera la casa del tío de este, junto al hogar familiar donde se crió. Ramsay pasa rápidamente, en pocas escenas, por la euforia de la reciente mudanza y el embarazo, para situarnos en la menos excitante vida de una esposa que pasa la semana sola en ausencia de su marido, que trabaja fuera, y cuyo estado mental se deteriora gradualmente. Los efectos de la depresión comienzan a ser visibles en la negligencia que se instala a su alrededor, las fantasías sexuales con un misterioso motociclista (LaKeith Stanfield) y las repetidas escapadas del hogar, en plena noche.
El clima perturbador se acrecienta con el fallecimiento de su suegro, Harry (Nick Nolte), el sonambulismo consecuente de la suegra, Pam (Sissy Spacek), quien a pesar de todo es la única mano tendida para ayudarla, mientras que las escenas de discusión histérica, violencia y desesperación se multiplican con Jackson. Las casas de las dos familias son sombrías, rezuman recuerdos inconfesables, pero no son el único escenario de la desgracia. El bosque, el granero y sobre todo el coche familiar son testigos de la impotencia y la falta de recursos de Grace para salir del pozo de angustia que poco a poco la transtorna. Infidelidades insinuadas con la repetida presencia de preservativos en la guantera, incontables intentos de empezar de nuevo y un ingreso en el hospital son los diferentes episodios con que la directora describe la deriva psicológica de la protagonista y la reacción de su pareja.
Recurriendo a la boda como último recurso de consolidación de su relación, el espectador solo puede reconocer la inhabilidad para manejar el drama y ayudar realmente a su mujer. Si es un estudio de la depresión post parto, sería básicamente de su nefasta gestión por parte del entorno, aun con las mejores intenciones. En este sentido, Ramsay opone la evolución canónica del duelo de Pam y su recuperación con la imposible rehabilitación de su nuera. Asistimos atónitos a una repetición de escenas que, con su acumulación, no colaboran a clarificar, ni a enriquecer la caracterización psicológica de Grace. Al contrario, logran en su lugar saturarnos y desentendernos de la angustia y el dolor de su depresión, de su violencia autoinfligida, de los brotes psicóticos que la conducen a un callejón sin salida.
Visualmente, gracias al magnífico trabajo de Seamus McGarvey (Expiación), sentimos la decadencia de las casas necesitadas de renovación, y el claustrofóbico aliento de sus anteriores moradores, como si hicieran imposible para los nuevos respirar un aire fresco y propio. Los bosques, los paseos inquietantes al amanecer, poseen una fuerza que casi compensa de los excesos de la historia, mientras que la música tiene una presencia importante desde las primeras escenas. Las imágenes que nos muestran la llegada de la joven pareja a la casa se ilustran con una sucesión eufórica de estas con cámara fija, siempre inundadas de metal, además de la composición original de Ben Frost.
La propia directora interpreta al final de la película su versión de “Love Will Tear Us Apart”, de Joy Division. La magnífica banda sonora de Die, My Love también incluye a Lou Reed, David Bowie (“Kooks”) y The Chipmunks, pero no logra compensar la falta de matices o la penetración de la propuesta de Ramsay. Por otra parte, el recital doliente y desesperado de Lawrence (solo ensombrecido por el talento de Spacek) convierte Die, My Love en un vehículo de lucimiento y plataforma de despegue hacia una nueva temporada de premios, demostrando que la protagonista de Madre! (2017) no olvidó la lección.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!