La mirada de esos ojos profundos de una mujer india es la imagen que más hondo ha excavado el imaginario colectivo. Quizás es por eso que cuando te invito a visitar la India, tus ojos, los de esta otra mujer que lee, dudan.
Sorprende, nada más llegar, que la mujer hindú se cubra el cabello como la musulmana, pero con el sari. Por más que el calor húmedo de Bombay arrecie, no es común dejar ninguna extremidad al descubierto. Los hombres visten camisas de manga larga y pantalones acampanados que, acompañados de los característicos bigotes, nos hacen pensar en una vuelta a los 70, pero con máquina del tiempo. Por mucha confianza que tengan, o íntimo sea el espacio, los hombres nunca se despojarán de su camiseta interior. Sólo la clase alta viste a la moda internacional, y muchas utilizan los baños de las discotecas de hoteles de cinco estrellas para cambiarse a su ropa más atrevida. Sólo ellas (y allí) descubren sus piernas.
El pudor y la vergüenza de la desnudez van acompañados del miedo a la violación (de todo tipo). La India dispone de vagones de tren sólo para mujeres. En Pakistán los centros comerciales (y algunos restaurantes) son sólo para “familias” en fin de semana; un eufemismo que encubre la prohibición de hombres solteros que buscan la mirada de esas mujeres debajo de su velo.
La mirada obscena en los ojos de hombre es, no obstante, más perceptible en países de cultura latina, donde el macho puede ser abiertamente sexual y la mujer no. En la India la sexualidad masculina también es censurable. Es más, toda muestra de afecto entre personas de sexo opuesto es motivo de vergüenza fuera del dormitorio matrimonial. Las parejas furtivas paran la moto de espaldas a la autopista, o utilizan el sari como refugio en los recodos de la bahía para esconder la unión de sus manos.
En la India los hombres creen en una Jane Austen del siglo XX: los indios también creen en Bollywood. Después de un duro rodaje de casi tres meses, uno de los ayudantes de dirección (22) me dijo que iba a ver a su novia por fin. Al día siguiente, nos relató la noche: “La llevé a un restaurante italiano y bebimos vino a la luz de las velas…”, “¿y después, qué?”, pregunté. “Después, la llevé a su casa…”, “y después, qué…”, “después, se despidió…”, ” y después, qué?”. “Nada”. A los demás receptores (hombres todos), no pareció faltarles ningún elemento de la historia y su mirada tenía un fondo de bokeh.
Los retratos de mujeres liberadas no suelen triunfar en la taquilla india. Una película bien narrada sobre las diferencias sociales y la mujer en Bombay, con actuaciones nada costumbristas, como Dhobi Ghat (2010) es calificada de occidentalizante, ya que comienza con un one-night-stand entre Aamir Khan (marido de la directora) y Monica Dogra.
Vidya Balan consigue romper esa regla con dos de sus películas. En 2011 triunfa en los goyas de India (Filmfare) con The Dirty Picture, un retrato de una actriz del cine erótico del sur. La cinta, que comienza con una escena “solarizada” (efecto de editor amateur, imaginad el resto), describe perfectamente la naïve mirada pícara masculina en India (detrás de una sonrisa tonta), que busca imaginar más allá de lo que se muestra en una mujer sumisa y recatada. Como suele pasar en Bollywood, lo más erótico fue el cartel.
En 2012, vuelve a arrasar en taquilla con Kahaani (Cariño), un thriller sobre una mujer embarazada que busca a su marido, supuestamente secuestrado, en el ruido y caos de Calcuta (literalmente capturado fuera del guión, con el tembleque de una Canon 5D desenfocada). En ambas, los actores masculinos son los que ayudan a Balan a progresar en la historia, como pasó con 7 Khoon Maaf de Pryanka Chopra (una revisión de la viuda negra de 2011 en la cual la mujer es la víctima).
Aun así, estas mujeres demostraron lo que Cate Blanchett tuvo que promulgar al recibir el Oscar de este año a la mejor actriz: Las películas con mujeres como centro de la narrativa no son nicho. El público quiere verlas.
De hecho, los dos largometrajes que he rodado en Bollywood tienen a una mujer como protagonista de la historia. En ambos casos, el actor masculino que las acompaña no puede llegar siguiera a plantearse que él pueda ser el secundario o supporting. Uno se apoderó del set y acabó dirigiendo la película, una historia que poco tiene que ver con lo escrito en el guión. Otro se hizo productor ejecutivo y manejó los hilos para que, al menos en metraje, su personaje sea el más visto.
El cine intenta reflejar la realidad, pero si la realidad ya está filtrada, ¿no pone esas gafas el cine delante de nuestra mirada?
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