De las lecturas tempranas como puertas al continente Literatura. De la última (portentosa) versión cinematográfica de Macbeth. De la igualdad entre machos y hembras, de la preeminencia del burro sobre el caballo, la playa sobre el monte, etc., etc.
Hay libros cuya lectura temprana conduce directamente del archipiélago Adolescencia a alguna capital del continente Literatura, único continente real, único continente que parece contenerlo todo, todo, todo. Novelas, relatos, dramas y poemas que sujetan el mundo y cada uno de los extraños seres y sentimientos que lo pueblan.
Precisamente la otra tarde leí en ese raro tomo de Harold Bloom, dedicado al genio y a la cábala, que Shakespeare modeló hombres y mujeres más reales que los hombres y mujeres de carne y hueso. Efectivamente, antes de explayarse con Falstaff, sabio de la conciencia humana, y mucho, mucho antes de que la emisón de Mujeres y hombres y viceversa nos hiciera dudar de la verdadera ontología del ser humano, Bloom ya podía decir que Shakesperare pobló el mundo de seres de verdad.
Lo leí entre las páginas de Genios: Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares (tomo delicioso del crítico Bloom), pero en realidad ya lo sabía. Lo sabíamos todos los que leíamos a Shakespeare por puro placer. Parte de mi deseo en esta entrada es recordar, con doloroso placer, la forma temprana en que leímos la obra más fascinante de la etapa de madurez de aquel bardo inaudito y ponerla en relación con la versión de Justin Kurzel, ahora en cartelera, el rostro frío-bello de Marion Cotillard y con un burro.
Todos tenemos libros tempranos que son, aunque entonces no lo supiéramos,aunque nunca lleguemos a saberlo del todo, aberturas al continente sin vallas (territorio lúdico y libre, al decir de Milan Kundera) de la novela y por tanto de la literatura. En mi caso, esos libros tempranos al continente que lo contiene todo fueron dos libros que enumerados parecen tres: Macbeth y Platero y yo.
Sé, por las primeras páginas de los viejos ejemplares en ediciones de Alianza y Cátedra respectivamente, que tenía 13 años cuando seguí el trote de Platero y el afán regicida del barón escocés y que la impresión debió ser (como la versión deMacbeth de Kurzel) profunda y brutal.
Supe por Macbeth qué significan las palabras metáfora y regicidio y que la ambición, como el amor, como el páramo de Escocia suelen envolver a los hombres en distintos tipos de niebla. Que los machos y las hembras nacen y permanecen iguales en cuestiones de lujuria, tenis, inteligencia y crueldad.
Sé que me dio por interpretar a Macduff en el colegio. Sé que fracasé como actor como luego fracasé sucesivamente como soldado, balonmanista, vendedor y marido, pero también sé desde entonces que siempre hay que fiarse de las brujas, que toda fortuna debió comenzar con alguna falta de delicadeza allá en un nebuloso momento del pasado y que las cosas más importantes de la vida son bellas y feas a la vez.
Fue por Macbeth y porque me gusta reírme cuando más tristes se ponen las cosas, que cuando murió mi gata Inquilina (una mañana de niebla escocesa cerca de Godella) tomé su cuerpo frío de reina del sofá, lo llevé a la playa del Saler y mirando al mar repetí la frase de la Escena Quinta del Acto V, esa que sigue al anuncio que hace Seyton de la muerte de la reina:
Life’s but a walking shadow, a poor player
That struts and frets his hour upon the stage
And then is heard no more. It is a tale
Told by an idiot, full of sound and fury,
Signifying nothing
(La vida es una sombra tan sólo, que transcurre, un pobre actor que, orgulloso, consume su turno sobre el escenario para jamás volver a ser oído. Es una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa.)
La fascinación por las imágenes de la imaginación-Macbeth es universal, pues hasta la interpretada por Fassbender y Cotillard disfrutamos tres estupendas adaptaciones: Macbeth (Orson Welles, 1948) con Welles y Jeanette Nolan,Trono de sangre (Akira Kurosawa, 1957) con Toshirô Mifune e Isuzu Yamada, y Macbeth (Roman Polansky, 1971) con Jon Finch y Francesca Annis.
Fassbender y Cotillard son una pareja casi tan sexy como la que formaron Annis y Finch, pero la mirada de Cotillard desprende, como resulta en ella habitual, ese extraño material que tiene que ver con la humanidad y la hermosura. La película entera es deslumbrante desde una consideración puramente visual pero lo que hace de esta versión oscura, brutal, nerviosa, enérgica y malsana en algún punto, una versión a la altura de aquellas tres (si no mejor) es la confianza que, con toda la ambientación violenta y sombría, con toda la estupenda fotografía de Adam Arpakov, con toda la potente puesta en escena, se sigue depositando en la palabra.
¡La fuerza de las palabras!
Palabra: unidad métrica elemental del continente Literatura.
Falta decir algo de Platero (el segundo libro-puerta personal) pero no quisiera subirme al burro sin sugerir que no deberían disgustarnos, sino parecernos bien, la licencias narrativas en el guión de Louiso, Lesslie, y Koskoff en este últimoMacbeth: las cenizas avanzando hacia Dunsinane como metonimia de los bosques que arden (no solo el de Birnam, si no cambia la legislación urbanística pronto no quedarán más bosques que los ardidos) y el final abierto.
¿Final abierto?
Sí, la ambición es indestructible. De hecho hay un ex-presidente que siempre me recordó a Macbeth y que siempre, siempre, siempre amenaza con volver. ¡Ah, la vieja oscuridad de los nuevos siglos oscuros!
Me subo al burro, me subo en Platero y me voy.
Me voy no sin antes reconocer que Platero y yo supuso la entrada a una emoción desconocida, viento raro que se levanta por la noche en la playa, costas vivas de un continente lúdico donde se observan mejor los sentimientos de los hombres.
Desde entonces, debo decirlo también, sólo veo ventajas en los burros, concretamente en los aires sanos que estos se dan, lejos de las ínfulas, las pipas de los solemnes, las carreras por no ser menos y la gravedad.
Sí, a veces pienso que las propiedades de la abertura-Juan Ramón Jiménez tienen que ver con el aire sin pompa de los burros, a los que en todo quiero imitar, a mi simpatía temprana por el mestizaje formal (la prosa poética de JRJ) y, en lo que toca a los ejercicios de admiración, con el asombro admirado por ese tipo de bondad vital que sólo mucho más tarde volvería a encontrar, en habitantes buenos del continente Literatura (continente que sujeta el mundo) pero también del mundo sin sujetar como Bohumill Hrabal, o Kilgore Trout trasunto ficcionado del buen humanista, gran escritor y comprometido seguidor de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles, Kurt Vonnegut.
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