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Verdi y Vivaldi cierran la temporada de la Fenice de Venecia

En Música sábado, 21 de octubre de 2023

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

La actual temporada del Teatro la Fenice que se había abierto con la última obra de Giuseppe Verdi, Falstaff, se cerró este octubre con una de las primeras óperas del compositor, I due Foscari, pertenecientes a esa etapa de su producción que el mismo Verdi llamó “años de prisión”. Años en que Verdi persiguió el intento, finalmente conseguido, de ser reconocido como el más importante compositor de óperas del momento, a pesar de no alcanzar siempre con sus obras la originalidad y tener que llegar compromisos con los teatros que le proporcionaban nuevos contratos. I due Foscari, como otros títulos de esos años, presenta indudablemente altibajos, pero sin duda tiene también elementos muy interesantes y que serán fundamentales para la peculiar idea de teatro musical que con los años desarrolló el compositor. Entre ellos, y fundamental en I due Foscari, el llegar a un color unitario, en este caso oscuro y agobiante que caracteriza el argumento y que Verdi consigue con una dramaturgia esencial, una orquestación en algunos momentos camerística y un enfoque siempre más basado en los avatares psicológicos de los personajes principales.

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Un momento del primer acto de I due Foscari. © Michele Crosera.

I due Foscari, basado en la homónima tragedia de George Gordon Bayron de 1821, fue compuesto sobre el libreto de Francesco Maria Piave en 1844, para el Teatro Argentina de Roma después de que La Fenice la rechazara, ya que había referencias demasiado explícitas a la historia de familias nobiliarias todavía presentes en Venecia. Su argumento transcurre en la Venecia de 1457 y cuenta la historia del joven Jacopo Foscari, hijo del Dux (Doge) Francesco, que es acusado de un crimen que no ha cometido. Para nada sirven las súplicas de la esposa Lucrezia y la imposibilidad de intercesión del padre, obligado a ser neutral a causa de su cargo político. A la tragedia familiar se une un complot organizado por otra familia nobiliaria veneciana, y termina con la muerte del joven, exiliado injustamente, y del viejo padre destrozado por el dolor y el enfado provocados por la enésima injusticia hacia su linaje.

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Francesco Meli en segundo acto de I due Foscari. © Michele Crosera.

Pese a ser obra de Verdi y uno de los títulos más interesantes de su época juvenil, I due Foscari es una de sus óperas menos representadas en los teatros, sin excepción en cuanto a Teatro la Fenice donde faltaba desde 1977. La producción estrenada hace unos días en el coliseo veneciano, y que procedía de la Fundación de Maggio Musicale Fiorentino, presentó una puesta en escena de calado muy tradicional, pero bastante anodina. El marco escénico, así como los trajes de Luigi Perego mostraron una Venecia histórica bastante oleográfica y postiza, basada en pocos elementos que, en lugar de subrayar la intimidad del drama, parecían actuar como simple marco a una mera ilustración de un especifico lugar escogido. Lo mismo dígase de la puesta en escena de Grischa Asagaroff, que en todo momento eludió y quitó fuerza dramatúrgica a la ópera como a su calado intimista.

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Un momento del segundo acto de I due Foscari. © Michele Crosera.

Mucho mejor fue, por el contrario, la realización musical de Sebastiano Rolli que se convirtió en protagonista de esa transformación de interpretar a Verdi, alimentada por las ediciones críticas de sus partituras y que llevan a eliminar el énfasis vocal y el estruendo orquestal (que el mismo Verdi detestaba) valorizando en su lugar las indicaciones expresivas que llevan a sonoridades controladas, para que finalmente prevalezca una actuación natural y sin excesos “melodramáticos”. Rolli, al frente de unos excelentes Orquesta y Coro de la Fenice, consiguió todo esto con creces, trasmitiéndolo igualmente a los tres intérpretes. Dos de ellos, a ciencia cierta, no tuvieron problemas en acercarse a sus papeles de forma respetuosa al dictado verdiano, ya que los estrenaron hace diez años en Roma, nada menos que con Riccardo Muti.

Luca Salsi se impuso en el papel del viejo dux Foscari gracias a su intensidad vocal, una dicción perfecta y una gran autoridad interpretativa, sobre todo en el final donde aparece como gran protagonista. Lo mismo puede decirse de Francesco Meli, siempre capaz de lucir un timbre luminoso y de ofrecer un enfoque cautivante a su personaje —en este caso el joven Jacopo Foscari—, pese que su voz presenta ya preocupantes señales de un desgaste que esperemos sea sólo momentáneo. Impresionante fue, finalmente, la Lucrezia Contarini de Marigona Qerkezi. La cantante croata, que posee un instrumento vocal perfecto para el papel de la esposa de Jacopo —que oscila entre la ferocidad de una rabia incontenible y una melancolía inconsolable— fue modélica en todo momento, gracias a su amplio registro vocal, sus agudos llenos y nunca gritados y las sutilezas de un canto lírico de extrema dulzura. Lástima que luciera sus capacidades en solo una de las funciones. Remarcable Riccardo Fassi en el papel muy breve, pero importante, de Jacopo Loredan.

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Un momento del tercer acto de I due Foscari. © Michele Crosera.

La Fenice en este final de temporada rindió también otro homenaje a Venecia poniendo en escena en el Teatro Malibran una de las óperas más interesantes y originales de Antonio Vivaldi, compositor que el mundo entero conoce sobre todo por su música instrumental, pero que en su época fue uno de los operistas más influyentes de la Serenissima. El Orlando Furioso, estrenado por primera vez en el Teatro de Sant Angelo de Venecia en 1727, basado libremente en el conocido poema de Ludovico Ariosto, es de hecho una verdadera joya del teatro barroco veneciano, gracias a su perenne invención musical que permite un diálogo siempre interesante entre el virtuosismo de los intérpretes y el acompañamiento orquestal.

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Un momento del Orlando Furioso de Vivaldi. © Roberto Moro.

Algo que se puso en evidencia en la lectura modélica ofrecida por el especialista Diego Fasolis frente a una orquesta de la Fenice, que utilizó instrumentos originales de la época, y un reparto donde destacaron sobre todo la Alcina de Lucia Cirillo, el Ruggiero de Kangmin Justin Kim, la Angelica de Michela Antenucci y el Astolfo de Luca Tittoto. Algo menos impactantes la Bradamante de Loriana Castellano y el Medoro de Laura Polverelli aunque perfectamente encajados en el diseño interpretativo de Fasolis y en la puesta en escena de Fabio Ceresa, simple y tradicional, pero muy eficaz al subrayar el mundo fantástico de Ariosto visto por Vivaldi y su libretista Grazio Braccioli. Gran éxito al final de la velada y de muy buen auspicio para el Tamerlano previsto para el año que viene dentro de un proyecto muy interesante de revalorización del repertorio operístico de Vivaldi.

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