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“Don Giovanni” abre el Maggio Musicale de Florencia y La Fenice presenta un sugestivo “Orfeo ed Euridice”

En Música domingo, 14 de mayo de 2023

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

La Ópera de Florencia y La Fenice de Venecia han abierto sus programaciones de mayo con dos obras clave del repertorio operístico del siglo XVIII: el Orfeo ed Euridice de Christoph Willibald Gluck y el Don Giovanni de Mozart.

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Luca Michieletti en la escena final del segundo actode Don Giovanni © Michele Monasta-Maggio Musicale Fiorentino.

A pesar de la crisis financiera de la Fundación de la Ópera de Florencia y el cambio de parte de la programación presentada hace pocos meses, la edición número 85 del Festival del Maggio Musicale Fiorentino (el festival más antiguo de Europa desde su primera edición de 1933) se abrió con el previsto Don Giovanni de Mozart. Puesta de lado la nueva producción que tenía que llevar la firma de David Putney, el teatro ha presentado la puesta en escena de Giorgio Ferrara vista ya en el Festival de Spoleto en 2017, y recogida por la directora de escena Stefania Grazioli con las escenas de Dante Ferretti y Francesca Lo Schiavo y los trajes de Maurizio Galante. Ambientada casi en su totalidad dentro de un cementerio con luces bastante anodinas y una actuación muy tradicional y poco sugerente, la puesta en escena fue el aspecto más débil del espectáculo.

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Luca Michieletti, Marcus Werba y Benedetta Torre en el final del primer acto de Don Giovanni © Michele Monasta-Maggio Musicale Fiorentino.

Faltó fundamentalmente lo que es imprescindible en esta obra maestra: el movimiento, el dinamismo, la ambigüedad que caracteriza la figura de Don Giovanni y que contagia a los personajes que lo rodean, el equilibrio entre el aspecto cómico y el trágico, así como también la emoción terrorífica que suscita la llegada de la estatua en el final de la ópera. Todo lo que aconteció sobre el escenario careció de esta forma de interés, debido también a una actuación convencional pese a intérpretes de calidad.

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Luca Michieletti, Marcus Werba y Anastasia Bartoli en el segundo acto de Don Giovanni © Michele Monasta-Maggio Musicale Fiorentino.

Lo mejor del espectáculo recayó de esta forma en la sección musical. El veterano director Zubin Mehta (que dirigía su cuarto Don Giovanni en Florencia) fue capaz de una versión siempre cautivante de la ópera y con momentos muy acertados como la escena del cementerio y el final del segundo acto. No cabe duda de que su interpretación hace referencia a una visión algo litúrgica y proto romántica de la obra, hoy en día superada por versiones, más o menos recientes, y más cautivantes en lo que se refiere a ritmo teatral de la ópera, como las de Giulini, Muti o Abbado. No obstante, consigue igualmente seducir el espectador gracias al control prodigioso del sonido orquestal (gracias también a la excelente calidad de la Orquesta del Maggio, una de las mejores si no la mejor de Italia), a la atención dada al texto cantado y la siempre eficaz relación entre foso y escenario.

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Luca Michieletti y Marcus Werba en la esecra del cementerio del segundo acto de Don Giovanni © Michele Monasta-Maggio Musicale Fiorentino.

El reparto logró seguir con acierto la lectura de Mehta sobre todo en lo que se refiere a los personajes de Don Giovanni y Doña Ana. Luca Michieletti, tras el éxito con el mismo personaje bajo la batuta de Riccardo Muti en Turín hace pocos meses, confirmó su afinidad total con la figura del famoso seductor gracias a su atractiva voz y su acertada presencia escénica. Jessica Pratt fue asimismo una acertadísima Doña Ana, no sólo debido a sus notorias calidades vocales, sino sobre todo por su capacidad de acercarse al texto de Da Ponte sin que se perdiera en ningún momento la letra. Más dificultades tuvo Anastasia Bartoli (Doña Elvira) debido a una voz poco agraciada y nada adecuada al repertorio mozartiano. Eficaz, pero algo superficial a nivel interpretativo, fue el Leporello de Marcus Werba, mientras que muy acertada fue la pareja de campesinos Masetto y Zerlina inmejorablemente interpretados por Eduardo Martínez y Benedetta Torre. Tradicional y lamentablemente con pocos matices el Don Ottavio de Ruzil Gatin y correcto el Commedatore de Adriano Gramigni.

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Cecilia Molinari, Mary Bevan en el primer acto de Orfeo ed Euridice ©Michele Crosera. ©Michele Crosera.

Mucho más interesante fue la puesta en escena del Orfeo ed Euridice que el Teatro la Fenice presentó entre finales de abril y principios de mayo gracias a la elegante simplicidad y profundidad interpretativa que caracterizó la puesta en escena del veterano Pier Luigi Pizzi. Con ocasión de la edición del Maggio Muiscale Fiorentino de 1976, Pizzi había realizado el decorado de una de las producciones más apreciadas en absoluto de la ópera de Gluck, la que veía como director de escena al nunca olvidado Luca Ronconi y como director a un joven Riccardo Muti. Acercándose por primera vez como director de escena (así como autor de los decorados y de los trajes) a esta obra clave (junto a Alceste) de la Reforma de la ópera italiana propuesta por Gluck y el libretista Ranieri de’ Calzabigi en lo años sesenta del XVIII, Pizzi ha seguido en parte el eje de esa antigua puesta en escena siguiendo la pauta de la simplicidad y esencialidad con el uso de la tecnología digital de hoy en día.

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Cecilia Molinari, Mary Bevan y Silvia Frigato en el tercer acto de Orfeo ed Euridice. ©Michele Crosera.

El mítico relato del cantor Orfeo que baja al mundo de los muertos para recuperar a su esposa Eurídice, transcurre así en un escenario prácticamente vacío, con escaso decorado, que se anima solo gracias a los movimientos de los intérpretes y la proyección de cielos con nubes y de cipreses, tanto sencillos como emocionantes. El coro, a la manera del de la tragedia griega, comenta a un lado del escenario los acontecimientos, casi abrazando emocionalmente a los tres personajes principales. Un milagro de intensidad emotiva utilizando mínimos recursos.

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Cecilia Molinari, Mary Bevan en el segundo acto de Orfeo ed Euridice. ©Michele Crosera.

Menos cautivante, por el contrario, fue la realización musical dirigida por Ottavio Dantone. Su interpretación careció de emoción debido a una conducción muy apresurada del tiempo y a una escasez de matices, sobre todo en lo que es esencial en la ópera de Gluck: la relación entre texto y música. Afortunadamente, la buena actuación de los cantantes mitigó parcialmente la decepción originada por la dirección, sobre todo gracias a la prueba muy acertada de Cecilia Molinari, un Orfeo con un color de voz algo claro para el papel, pero capaz de la justa intensidad. No menos eficaz fue la Eurídice de Mary Bevan y correcta Silvia Frigato en el pequeño papel de Amore. Éxito contundente al final de velada para todos los artistas con una verdeara ovación para Pizzi todavía muy brioso  pesar de sus 93 años.

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