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Las 10 mejores Palmas de oro del Festival de Cannes

En Cine y Series martes, 7 de junio de 2022

Sergio Ariza

Sergio Ariza

PERFIL

El Festival de Cannes acaba de cerrar la edición que celebraba su 75º aniversario, una fecha redonda que me ha llevado a bucear en su extensa lista de ganadores para elegir mis diez películas favoritas entre todas las ganadoras de la Palma de Oro, algo harto complicado si tenemos en cuenta el enorme nivel de las premiadas, que ha hecho que se queden  fuera de esta selección películas tan maravillosas como Milagro en Milán de Vittorio de Sica, Los paraguas de Cherburgo de Jacques Demy, M*A*S*H de Robert Altman, All That Jazz de Bob Fosse, Desaparecido de Costa-Gavras, Paris, Texas de Wim Wenders, Barton Fink de los hermanos Coen, Underground de Kusturica, Secretos y Mentiras de Mike Leigh, El pianista de Polanski, La vida de Adèle de Abdellatif Kechiche, Un asunto de familia de Hirokazu Koreeda o Parásitos de Bong Joon-ho.

El tercer hombre (Carol Reed, 1949)

La primera vez que el Festival de Cannes entregó el premio gordo a una única película fue en 1949 y no pudo tener un mejor comienzo. A pesar de que la alargada sombra de Orson Welles (la misma que sirve de presentación a su personaje en esta película) haga que mucha gente piense que esta es una película del creador de Ciudadano Kane, su director fue el gran Carol Reed. Nadie puede negar la enorme influencia de Welles pero esta es una obra de Reed, claro que el hecho de que su protagonista sea Joseph Cotten, el actor fetiche de Welles, tampoco ayuda. Y eso por no hablar de que el verdadero protagonista en la sombra de esta película, Harry Lime, está interpretado por el propio Welles que entrega el más carismático de los malos del cine, un chantajista inmundo, capaz de aprovecharse de las miserias de la posguerra europea pero del que, como le pasa al personaje de Alida Valli, es imposible no sentirse atraído. Y eso es gracias a una de las entradas más famosas de la historia del cine; el maullido de un gato, unas (alargadas) sombras y la sonrisa ladeada de Welles; y a su propia explicación para su mísero comportamiento: Recuerda lo que dijo no sé quién: en Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras matanzas, asesinatos… Pero también Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!. Una obra maestra de cine más que negro, negrísimo.

El salario del miedo (Henri-Georges Clouzot, 1953)

Esta película de Henri-Georges Clouzot es una de las pocas que puede presumir de ganar el mismo año el gran premio de los dos festivales más importantes de su tiempo, el Oso de Oro en Berlín y la Palma de Oro en Cannes. Podemos decir que con total justicia, pues el director francés entrega una película nihilista dividida en dos partes, una primera que sirve como presentación de los personajes y una segunda en la que tienen que llevar un camión lleno de nitroglicerina que puede explotar en cada bache del camino. Clouzot fue uno de los grandes discípulos de Hitchcock, algo que sería mucho más evidente en su siguiente película, la maravillosa Las Diabólicas, pero aquí ya maneja a la perfección el suspense que supone ese truco de la bomba debajo de la mesa. Pero, además, el director francés tampoco se olvida de la crítica social, centrándose en esos perdedores y desposeídos de la sociedad que están dispuestos a arriesgar su vida por un salario (mínimo) del miedo, con un tono realista y duro.

La dolce vita (Federico Fellini, 1960)

No es solo una de las mejores Palmas de Oro de Cannes, sencillamente una de las mejores películas de todos los tiempos. Fellini sigue apartándose del neorrealismo y sigue creando un mundo propio, entregando una película tan existencial como las de Ingmar Bergman (con el que le unía la admiración mutua por el trabajo del otro, a pesar de parecer polos opuestos, el frío nórdico y el apasionado latino). Pero Fellini termina ofreciendo una leve puerta a la esperanza al final, con la aparición de la chica de blanco, eso sí, para ese momento Marcello Rubini (un magistral Marcello Mastrianni) ya ha renunciado a ella, devorado por el hastío existencial, como le pasará a ese heredero espiritual suyo que es el Jep Gambardella de Sorrentino en La Gran Belleza. Son dos tipos con algo de talento y no demasiados escrúpulos que intentan encontrar algo de sentido a la vida mientras pululan por la elitista y decadente sociedad que forma la alta burguesía italiana, y los parásitos que se mueven entre ella. La derrota moral más amarga, filmada de la forma más bella.

Viridiana (Luis Buñuel, 1961)

La única ganadora española del festival de Cannes en sus 75 años de historia, y lo hizo compartiendo galardón con Una larga ausencia de Henri Colpi, vio como el régimen franquista, que se consideraba a sí mismo el garante de la religión católica en Occidente, ganaba el Festival de cine más famoso del mundo con una película que fue considerada blasfema por el Vaticano. Buñuel le entregó a Franco el regalo envenenado más subversivo del mundo, una maravilla en la que se mostraba implacable con la beatería, el fetichismo, la falsa caridad cristiana y el cinismo. Sus mendigos eran como los pobres de Los olvidados, y le servían para describir la realidad de la pobreza y de los abandonados de la sociedad burguesa como lo que eran, un caldo de cultivo para la miseria, la violencia y la marginalidad. Un lugar imposible de abandonar, una vez que has nacido en él. Buñuel sorteó con valentía la censura e incluso metió el final más escandaloso de la historia, gracias al único cambio que le obligaron a realizar en la película, en el que el personaje de Viridiana llamaba y se quedaba sola en la habitación de su primo. Buñuel, socarrón, lo cambió por una partida de tute que conducía a un ménage à trois (No me lo va a creer, pero la primera vez que la vi me dije: ‘Mi prima Viridiana terminará por jugar al tute conmigo’). Buñuel canta las cuarenta.

El gatopardo (Luchino Visconti, 1963)

Si había alguien capaz de llevar a la pantalla la famosa obra de Giuseppe Tomasi di Lampedusa ese era Luchino Visconti, miembro de una de las familias más antiguas de la aristocracia lombarda. Su cámara capta con todo lujo de detalles un mundo de esplendor y riquezas que se está derrumbando ante nuestros propios ojos. El director italiano se identifica con ese príncipe de Salina, al que da vida a la perfección Burt Lancaster, y con esa aristocracia que contempla su propia desaparición como clase ante la pujanza de la burguesía. El italiano nos presenta un gran fresco, imbuido de una nube de nostalgia, de más de tres horas de duración, del que se podría decir que es la superproducción europea por antonomasia, más centrada en sus personajes que en grandes escenas de batallas. La belleza y melancolía de presenciar tu propio derrumbe.

Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976)

El mundo del cine ha tenido muchas duplas míticas entre directores y actores; John Ford y John Wayne, Alfred Hitchcock y Cary Grant, Frank Capra y James Stewart, Akira Kurosawa y Toshiro Mifune, Billy Wilder y Jack Lemmon; pero puede que ninguna sea tan estrecha como la que formaron Martin Scorsese y Robert De Niro. Taxi Driver fue su segunda colaboración, tras la notable Malas Calles, y la que les encumbró definitivamente en el mundo del cine, gracias a la Palma de Oro de Cannes. La película es dura y violenta, a veces cuesta mirar a la pantalla, y no solo en sus escenas violentas, sino también en el resto de momentos, como en esa incómoda cita en la que el personaje de De Niro termina llevando al de Cybill Shepherd a un cine porno, y es que Scorsese y De Niro se llevaron todos los focos, pero el guión de esta película es uno de los mejores de todos los tiempos. El responsable fue un Paul Schrader que puso mucho de sí mismo en el personaje principal, Travis Brickle, ese antihéroe al borde de la depresión y la locura, una bomba de relojería a punto de explotar en el Nueva York de los 70, decadente y cercano al infierno. Eso sí, la frase más conocida de la película, el You talkin’ to me? que Brickle se dice a sí mismo en el espejo no fue escrita por Schrader sino improvisada por un De Niro en estado de gracia. Pocas películas reflejan mejor el sentir de su tiempo como Taxi Driver y los traumatizados EEUU de mediados de los 70, con la resaca de Vietnam y el Watergate todavía coleando.

Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979)

Puede que fueran las dos partes de El Padrino las que encumbraran a Coppola como el director por excelencia de los 70′, pero Apocalypse Now fue el gran proyecto personal de su carrera, una radical adaptación de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad que se llevaba el argumento a la Guerra de Vietnam. Rodarla fue tan infernal como el viaje que describe la historia, quizás más, alargándose tres años, en los que pasó de todo, incluyendo tifones, un ataque al corazón de su protagonista, Martin Sheen, varias crisis nerviosas y el hecho de que los helicópteros del ejército filipino, en pleno rodaje, se dieran la vuelta para atacar a la guerrilla. Pero para cuando el titular de Apocalypse when? ya era una broma recurrente en la prensa, Francis Ford Coppola entregó el filme (anti)bélico más grande de la historia. Si nadie duda, ni siquiera Mario Puzo, que El Padrino es bastante superior a su fuente literaria, yo soy de la opinión que aquí también supera la obra original de Conrad, y eso que esta vez la fuente también era una obra maestra, pero es que con Apocalypse Now el director logra dar vida al horror, convirtiendo a la guerra en el escenario perfecto para los locos y desquiciados, los únicos capaces de sobrevivir en el corazón de la tinieblas, respirando las esencias del napalm por la mañana.

Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994)

Quentin Tarantino ya había dado mucho que hablar en Cannes cuando presentó Reservoir Dogs en 1992 pero la campanada final, el momento en el que se convirtió en el referente de la década, llegó en 1994 cuando Pulp Fiction ganó la Palma de Oro y se convirtió en uno de los fenómenos cinematográficos de la década. La estructura cronológica alterada se convirtió en la marca de fábrica para el cine de los siguientes años, véase Amores Perros, Snatch, cerdos y diamantes o Memento, y los guiones que incluían frases tarantinianas se multiplicaron. Tarantino volvió a jugar magistralmente con la banda sonora, creando muchas escenas a partir de canciones, muchas de ellas de música surf. Además, la escena de baile entre John Travolta y Uma Thurman pasó a ser tan icónica para el cine como el célebre baile del primero en Fiebre del sábado noche. Pulp Fiction fue el homenaje definitivo de este ex empleado de videoclub a todas las películas que le gustaban, un batiburrillo en el que se mezclaba el cine de Hong Kong con Jean Luc Godard, Sergio Leone con Melville, y las películas blackexplotation con el cine negro. Pulp Fiction fue una película sobre cultura pop que se convirtió en cultura pop y su aluvión de préstamos/homenajes, al final, se convirtieron en un estilo totalmente personal, tan imitado como único.

El árbol de la vida (Terrence Malick ,2011)

La quinta película en casi 40 años de carrera de Terrence Malick era poesía filmada, un viejo proyecto del director en el que se sintió más libre que nunca. El árbol de la vida no tenía una narración al uso sino que estaba contada en verso, siendo mucho más críptica que una narración convencional, en la que el espectador debía poner mucho más de sí mismo. Era una película difícil de explicar porque hacía partícipe al espectador y, como tal, cada uno sentía la experiencia de forma personal. Es lo que pasa con la poesía, alguien podía a encontrar el sentido de la vida en un poema y a otro dejarle absolutamente indiferente. Yo no encontré el sentido de la vida en ella, pero es una película que me emocionó totalmente. En cómo estaba narrada estaba su mayor triunfo, alejándose de cualquier convencionalismo para entregar una narración que en momentos parecía ser heredera de 2001, una odisea del espacio, aunque sin perder nunca su originalidad. La historia de un niño marcado por el autoritarismo de su padre y, a la vez, por su angelical madre, un personaje casi místico que les hace valorar y amar cada detalle de la vida, no es sino la excusa para que Malick nos enseñe algo totalmente distinto a lo que estamos acostumbrados a ver, un viaje por los detalles más microscópicos de la existencia y a la vez por la inmensidad del cosmos. La película hizo que nos planteáramos muchas preguntas pero no las respondió. Es una de esas películas que se quedaban grabadas en tu cabeza nada más acabar los títulos de crédito.

Amor (Michael Haneke, 2012)

Michael Haneke ya había ganado la Palma de Oro con La cinta blanca tres años antes pero creo que con Amor se superó a sí mismo, volviendo a sacar el bisturí de cirujano del alma humana y volviendo a enseñarnos cosas que preferiríamos no ver. En este caso, nuestra propia mortalidad y decadencia al hacernos viejos. Haneke nos presenta a una pareja que ha sobrevivido meridianamente bien al paso del tiempo, pero se centra en el momento en el que uno de los dos, en este caso ella, comienza a mostrar signos de decrepitud. Haneke nos lo vuelve a mostrar con su franqueza y crudeza habitual, pero esta vez también hay una ternura y una emoción que no son tan habituales en su cine. Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva dan un recital interpretativo en una película que podría reclamar el título como la más importante de la notable filmografía de su reconocido director.

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