Brian Eno, que en los primeros tiempos se hacía llamar Eno a secas, tenía el aspecto que se le debe pedir a un músico experimental. Nada de frikis melenudos y sudorosos alrededor de una mesa garabateando obras mastodónticas. Nuestro protagonista resplandecía con la androginia del glam rock donde se había criado, con un impresionante pelo rubio y trajes flamígeros.
Ya desde pequeño cultivaba su legendaria actitud de venir de vuelta de todas las cosas, con tentativas experimentales como golpear pianos con pelotas de tenis. Tras pasar por los primeros dos discos del grupo de glam/art rock Roxy Music, se separó por diferencias con su líder y comenzó una carrera en solitario que al principio no tuvo el mismo empuje… pero él se contentó con su nuevo rango de acción, sorprendido de que a fin de cuentas alguien escuchara sus desvaríos.
Su forma de engendrar música era siempre peculiar. No debemos tomar sus letras muy en cuenta, pues él mismo reconocía que nacían del tarareo. Otro método consistía en bailar para conseguir que el grupo se acompasara a su ritmo. Estos procedimientos poco ortodoxos se concretarán en sus Estrategias Oblicuas: cartas con frases gnómicas que buscan despertar la creatividad en períodos de bloqueo.
El título de su primer esfuerzo en solitario, Here Come the Warm Jets (1974), evoca la urgencia de mear. El estilo es pop de vanguardia, pero pop. Musicalmente, partía de la canción básica y la licuaba, retexturizaba, asignaba nuevos sonidos: una suerte de pop-art. A veces saturado y opaco (como en “Here Come the Warm Jets” o la glam “Needles in the Camel’s Eye”), otras burbujeantes (“Blank Frank”). Pese a la presencia de instrumentos “reales”, todo está bastante sintetizado, lo que genera sonidos más bien fríos, como los de “Baby’s on Fire”, con largo solo del amigo Robert Fripp. Cuando pretende ser un poco más acogedor, como en “Cindy Tells Me” o la paradisíaca “On Some Faraway Beach”, su calidez humana es la del cartel de un resort de vacaciones en el desierto.
Casi simultáneamente, Eno se metió a productor. Con los años se ganará la fama de ser el productor del “álbum experimental” de cada artista, que a veces eran experimentales de antemano, pero a menudo buscaban en Eno la vía más rápida para serlo. La lista es extensa: U2, David Bowie, Talking Heads, Sinéad O’Connor, Ultravox, Devo, Coldplay o Penguin Cafe Orchestra, por citar algunos. Tras publicar su debut en solitario, nuestro inquieto protagonista se atrevió con John Cale y con la Portsmouth Sinfonia, una orquesta que tenía como único requisito que los músicos no supieran nada del instrumento que iban a tocar en ella, y en la que Eno quería demostrar que no era clarinetista.
Antes de que acabara el año 1974 cayó un segundo trabajo: Taking Tiger Mountain (By Strategy), inspirado por una serie de postales revolucionarias chinas y por sus Estrategias Oblicuas. La música no era tan explosiva como en el anterior; el plato fuerte es quizá la canción homónima. Su sucesor, Another Green World, esperó a septiembre de 1975. De nuevo, todo comenzó con un bloqueo creativo, en el que Eno tuvo que modificar el timbre de sus instrumentos y sacar acordes al azar. Lo que salió debió de sorprenderle incluso a él: poco queda aquí del desparpajo glam, y lo que queda se encuentra a un paso del abismo. Solo resisten cinco canciones con voz: el resto son instrumentales, cada una con una personalidad diferente, con frecuencia descaradamente simples, pero efectivas gracias a una depurada orfebrería. Minimalistas y emotivas como “The Big Ship” o “Becalmed”, sombrías o trágicas como “Spirits Drifting” o “Sombre Reptiles”, todas mantienen una calma pensativa. “Zawinul/Lava” y “Little Fishes” son difíciles de aprehender en términos de fraseo melódico, a un paso de la música del Eno por venir.
Entre las que sí tienen voz humana cabe destacar “Golden Hours” o “St. Elmo’s Fire”, ambas con Robert Fripp a la guitarra. No es difícil imaginar la influencia que ejercerán algunas texturas (“Sky Saw”) en el new wave y el synth-pop, y las instrumentales son prueba de que Eno se sentía cada vez más cómodo en el introvertido pellejo de teórico musical y experimentador de profesión con el que ha pasado a la historia.
Solo dos meses después, acuñaba el concepto que definía aquello que buscaba sin saberlo todo este tiempo. Es el llamado ambient, del que se le considera fundador junto a Basil Kirchin. Una música que tiene sentido tanto en la oscuridad de unos auriculares como en un contexto extramusical, fundida con el espacio. Fluye en variaciones leves y a menudo repetitivas, flotantes resonancias que pueden agotar al oído atento y escapar al oído distraído. La idea brotó en parte de la categoría de Erik Satie de “música mobiliario”, música decorativa que está ahí sin llamar la atención, y en parte de la experiencia de escuchar una grabación de harpa casi inaudible, durante una convalecencia por accidente que le impedía levantarse a subir el volumen. Mitológicamente, una escena semejante al descubrimiento fortuito de la abstracción plena por Kandinsky, quien se dio cuenta de que cierto cuadro lucía mejor al revés que al derecho.
En realidad —pese a su márqueting en sentido opuesto— no es la primera vez que Eno se atrevía con un planteamiento semejante. Ya en 1973 había creado un álbum proto-ambient con su inseparable Robert Fripp, llamado (No Pussyfooting), donde la experta guitarra de Fripp era tratada con técnicas de delay desarrolladas entre ambos, y esto aun antes de comenzar Eno su carrera en solitario. Pero es cierto que no tuvo éxito comercial, era más denso y menos transparente, no todo el mérito era suyo y además, cuando concibió Discreet Music venía con el concepto recién horneado bajo el brazo. Así que dejémoslo pasar.
Discreet Music se divide entre el tema título, celeste reverberación de treinta minutos, y tres variaciones libres del Canon en re mayor de Johann Pachelbel, más melódicas. En algunas de estas es imposible reconocer el original, debido en parte a que son “música generativa”, que aspira a reducir la intervención personal del artista mediante la creación de sistemas que evolucionen a su propio ritmo. Generalmente se daban instrucciones distintas a cada músico (con algún tipo de simetría) y se grababa o mezclaba la superposición de pautas.
Eno volvería a hacer un disco con material a la antigua usanza dos años después, Before and After Science (1977), cuyo título anuncia que el tiempo de la diversión se había acabado. Contiene quizá el mejor conjunto de melodías de su carrera, un digno canto de cisne justo antes de zambullirse en el nuevo género ambiental, con títulos tan significativos como (traducidos al español) Música para Aeropuertos, Música para Películas o Música para Instalaciones, y a compaginarlos con su faceta de productor siempre atento a todo lo que hediera a novedad.
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