El veterano músico californiano Kid Congo Powers, integrante de unas cuantas formaciones míticas de la historia reciente del rock, comienza esta noche su gira española presentando su tercer álbum junto a The Pink Monkey Birds.
En un mundo medianamente cuerdo, ni siquiera haría falta titular esta pieza con tantas referencias ajenas. La obra de Kid Congo Powers, y más en los últimos cinco años, se sostiene por sí sola. Pero en un contexto en el que ya resulta mucho pedir que el grueso de los fans de Wilco dediquen cinco minutos de su tiempo a los deliciosos (y nada opacos) The Autumn Defense (satélite de aquellos), sería de ilusos pensar que cualquiera de los seguidores de las Malas Semillas australianas, aquellos Calambres que supuraban mugre desde la Gran Manzana o incluso aquel cavernoso Club de la Pistola californiano presten una brizna de atención a la obra de un músico que pasó, y no precisamente de puntillas, por aquellas tres formaciones y en momentos clave de sus trayectorias.
El chicano Brian Tristan (que así se llama nuestro hombre) no solo detenta muchas de las trazas que han jalonado algunos de los capítulos más brillantes de aquellas bandas: también ha sido un músico inquieto que no ha dejado de colaborar en proyectos en los que ha quedado marcada su impronta en las últimas décadas. Especialmente reseñables son su aportación vocal en Moss Side Story (1988), el deslumbrante y cinemático debut en solitario de Barry Adamson (quien también pasó por los Bad Seeds de Nick Cave) o la rugosa y casi abisal guitarra que sostuvo algunos de los mejores cortes de Caught in a Trap and I Can’t Back Out ‘Cause I Love You Too Much, Baby (1998), uno de los álbumes más escalofriantemente austeros y doloridos de la carrera de Mark Eitzel (American Music Club).
Con tal bagaje, no resulta extraño que los tres discos que ya ha facturado junto a The Pink Monkey Birds, su banda de acompañamiento en los últimos años (Kiki Solis al bajo, Ron Miller a la batería y Jesse Roberts a la guitarra), responda a un concepto del rock fangoso y sombrío, al tiempo que poderosamente infeccioso. El más reciente, Haunted Head (2013), no es una excepción, por cuanto en él no faltan ni el alto octanaje del garage rock más genuino, ni la virulencia del blues en su versión menos purista, ni el rock’n’roll cavernoso ni algunas atildadas cualidades psicodélicas. Incluso apuntes de surf rock. Su directo, que promete cuerpo, sudor y quién sabe si algo de sangre, se pasea hoy mismo por La [2] de Apolo en Barcelona, mañana martes por Valencia (Wah Wah), el miércoles por Madrid (Charada) el viernes por León (Valentino’s) y el sábado por Andoain (Andoaingo Rock Jaialdia).
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