El cine dentro del cine es un género en sí mismo, de hecho el cine lleva hablando de sí mismo desde hace casi cien años. Desde que Buster Keaton se metió dentro de una película en El moderno Sherlock Holmes ha habido infinidad de referencias y de ángulos. Hemos visto el shock que supuso el paso del mudo al sonoro, hemos contemplado lo que ocurría tras los focos y las grandes estrellas en el Hollywood clásico, también hemos visto a la cámara convertirse en vampiro y nos hemos metido ocho veces y media en la mente de un director bloqueado.
Los cineastas han sentido repulsión y amor absoluto por su medio y lo han reflejado a la perfección, si el cine dentro del cine nos ha dado tantas obras maestras (podría haber hecho otra lista casi igual de buena solo con las películas que se me han quedado fuera, cosas como En un lugar solitario, Cinema Paradiso, La rosa púrpura del Cairo, Boogie Nights, El juego de Hollywood, El guateque, El fotógrafo del pánico, Barton Fink, A través de los olivos, Adaptation. El ladrón de orquídeas o Dolor y Gloria) es porque ha permitido a sus autores hablar de ellos mismos y de cosas muy personales. Así hemos visto a Marcello Mastroianni haciendo de Federico Fellini, a Michel Piccoli haciendo de Jean-Luc Godard, a Antonio Banderas haciendo de Pedro Almodóvar o a François Truffaut haciendo de… François Truffaut.
Así que aquí van diez fascinantes ejemplos del cine girando la cámara sobre sí mismo.
Los viajes de Sullivan (1941)
John L. Sullivan es el director de comedias más importante de Hollywood, pero no está contento, quiere reflejar la realidad social, el mal momento por el que están pasando muchos compatriotas bajo la Gran Depresión, así que decide olvidarse de comedias ligeras y adaptar un libro, O Brother, Where Art Thou, que es una seria exploración de la situación de los oprimidos.
En el estudio quieren que siga haciendo comedias y, además, le dicen que poco puede saber sobre oprimidos desde su mansión en Hollywood. Así que Sullivan decide arremangarse la camisa, coger el Rolls Royce y encaminarse a la próxima estación de tren para experimentar de primera mano lo que es ser un sin techo. Ese es el argumento con el que comienza esta película que se adelantaba varios años a su tiempo.
Preston Sturges se confirmaba como uno de los mejores guionistas y directores de Hollywood con una sátira social sobre una época en la que ricos y pobres vivían en realidades totalmente distintas. Sullivan aprenderá por las malas el valor de una carcajada, riéndose de asuntos muy serios, pero sin dejar de enseñarlos. Además, en otro giro metacinematográfico la película que quería hacer, O Brother Where Ar Thou, se terminaría rodando cuando los hermanos Coen (apasionados del cine de Sturges) decidieron bautizar a su original adaptación de La Odisea con ese mismo nombre, llenándola de referencias y guiños a la película de Sturges.
El crepúsculo de los dioses (1950)
Billy Wilder posa su mirada en los lugares fuera de los focos de Hollywood y el resultado es escalofriante, un aspirante a guionista termina de gigoló de una antigua estrella del Hollywood mudo, que tiene de criado a su ex marido, un ex director de cine, al que da vida el mismísimo Eric Von Stroheim.
No es el único actor que parece interpretarse a sí mismo, la estrella de una época olvidada que no parece darse cuenta de ello (Usted es Norma Desmond. Salía en las películas mudas. Era usted grande / Soy grande. Son las películas las que se han hecho pequeñas) es la antigua estrella de cine Gloria Swanson (que rodó una película con Stroheim, de la que aparecen imágenes en la película), sus olvidados compañeros en la lúgubre partida de cartas, Anna Q. Nilsson, H. B. Warner y el gran Buster Keaton, o Cecil B. DeMille, que parece uno de los pocos supervivientes de aquella primera época.
Wilder dispara contra una industria sin memoria, y un público que tampoco parece recordar, hasta llegar al memorable final: No hay nada más, sólo nosotros, las cámaras, y toda esa gente maravillosa en la oscuridad… Sr. De Mille, estoy preparada para mi primer plano…
Cantando bajo la lluvia (1952)
Cantando Bajo La Lluvia es muchas cosas, la principal es ser una de las mejores recetas contra la depresión, pero también es una muy interesante historia sobre el cataclismo que supuso para la industria el paso del mudo al sonoro, tras el enorme éxito de El cantante de jazz.
Aquí vemos como muchas estrellas quedaron de repente fuera de juego, como la Norma Desmond de El crepúsculo de los dioses, pero también cómo la calidad de las películas bajó, ya que durante el periodo mudo varios directores habían conseguido que la cámara volara, logrando verdaderas maravillas, pero ahora había que mantenerlas fijas para posicionar los micrófonos.
También vemos como uno de los géneros que logró sacarle todo el partido a la nueva técnica fue el musical, del que esta película es su culmen absoluto con varios de los mejores números de la historia del género, del famoso baile bajo la lluvia de Gene Kelly, al buenos días más optimista de la historia, sin olvidar las piernas de Cyd Charisse o a Donald O’Connor saltando por las paredes para hacernos reír.
Eso sí, lo mejor de todo es como todos y cada uno de ellos están integrados en la historia haciendo de la suma de todo algo mucho más grande.
Cautivos del mal (1952)
Con un gran guión de Charles Schnee (autor, entre otros, de los libretos de Río Rojo o Los Amantes de la Noche) Vincente Minnelli nos muestra el lado menos amable del Hollywood dorado, el de los grandes productores como David O. Selznick, Darryl F. Zanuck o Val Lewton.
Kirk Douglas entrega una de sus mejores actuaciones como Jonathan Shields, un productor dispuesto a hacerse un nombre en Hollywood sin ningún miramiento. La historia está contada por tres personas que trabajaron con él, el director Fred Amiel (Barry Sullivan), la estrella de cine Georgia Lorrison (Lana Turner) y el guionista James Lee Bartlow (Dick Powell) que son también reflejos de otros, parece que Amiel estaba basado en Alfred Hitchcock, al igual que Von Ellstein era una mezcla entre Erich von Stroheim, Josef von Sternberg y Fritz Lang.
Lo mejor de la película es la sutileza con la que está contada, Shields está muy lejos del héroe de la época y mucho más cercano a los antihéroes actuales, desde luego está lleno de defectos y es difícil catalogarle como una buena persona, pero tampoco es exactamente un villano, siendo tan duro consigo mismo como lo es con todos los demás, además de que nadie puede quitarle que ama al cine por encima de todas las cosas, aunque entre esas cosas estén la moral y la ética.
El desprecio (1963)
Llegamos al año 1963 en el que dos de los mayores gigantes de la historia del cine se autoanalizaron a través de dos películas maravillosas. Primero vamos a hablar de Jean-Luc Godard. El enfant terrible de la Nueva Ola se encontraba con su primera película de amplio presupuesto, con un actor internacional como Jack Palance y una estrella absoluta como Brigitte Bardot, así que ¿qué hace Godard? Una película sobre un guionista al que un productor ofrece mucho dinero para participar en su primera superproducción, una adaptación de La Odisea, a la vez que atraviesa por una crisis matrimonial y existencial sobre si es correcto o se está prostituyendo (o, por lo menos, a su atractiva mujer).
Por si faltara poco mete a Fritz Lang interpretándose a sí mismo, saca desnuda a Bardot pero quitándole cualquier tipo de sensualidad (parece ser que lo de sacar a Bardot desnuda fue una “sugerencia” de los co productores norteamericanos) y luego mete otra escena en la que el productor de la ficción, interpretado por Palance, se ríe ostensiblemente mientras ve los desnudos filmados por Lang en la película dentro de la película.
Pero más allá de esto la película destaca por la fundamental escena en el apartamento compartido por Michel Piccoli, que interpreta al guionista, y Bardot, que interpreta a su mujer. En ella él va vestido con la ropa del propio Godard y ella se pone una peluca morena parecida al pelo de la mujer de Godard en la realidad, la también actriz Anna Karina. Y es que, como comentaría más tarde Piccoli, El desprecio es una película totalmente autobiográfica y tiene a Godard auto cuestionándose en relación al amor, a la literatura, al dinero y al propio cine. De ahí ese inicio en el que el director de fotografía, Raoul Coutard, gira la cámara y nos graba a nosotros, los espectadores.
Fellini 8 ½ (1963)
Pero si El desprecio era una gran película, lo que hizo Federico Fellini con 8 ½ fue entregar una de las dos o tres películas más importantes de la historia del cine. Fellini convierte su bloqueo creativo e una obra maestra, parece como si la estuviera rodando según se le está ocurriendo.
La película era la octava de su filmografía, la ocho y medio el episodio que había filmado en Bocaccio 70 junto a De Sica, Visconti y Monicelli, de ahí el título. Es también la película que más claramente divide su filmografía y la que hace de pico absoluto, y es que, como si contar ese bloqueo le hubiera secado las ideas, la segunda parte de su carrera sería mucho más irregular que la primera, llena de maravillas como La strada, Los inútiles, Las noches de Cabiria o La dolce vita.
Fellini es el protagonista absoluto de la función, desde el título, escondido tras la máscara de su actor fetiche, Marcello Mastroianni. En este juego de espejos, realidad y ficción se mezclan. Una metaficción en la que se dan cita, cogidas de la mano en el gran circo que es la propia vida, todas las neuras y miedos de un hombre que se definió a sí mismo como un gran mentiroso, pero que con esta película dejó ver más de sí mismo, y de paso del proceso creativo de un artista, que las que podría recoger cualquier biografía de mil páginas.
La noche americana (1973)
La capacidad de François Truffaut para enseñar su amor por el cine está en cada fotograma de su filmografía, en cada página que escribió, no en vano dejó escrito que siempre he preferido el reflejo de la vida que la vida en sí misma, por lo que es normal que la película más apasionante de su carrera sea este homenaje al hecho de hacer películas.
Es evidente su amor por todos los que participan en ellas, por los actores, ya sean unos estúpidos arrogantes o personas normales, por los técnicos y, en definitiva, por cada persona que forma parte de ella. Un amor que contagia a sus personajes, como esa actriz que exclama Yo, por una película dejaría a un hombre, pero por un hombre nunca dejaría una película. Y es que Ferrand/Truffaut tiene claro que el cine es la salvación, sea cual sea el resultado, En un principio se espera dirigir una obra maestra… luego se espera acabar la película, aunque en este caso lograra claramente el primer objetivo.
Arrebato (1979)
El cine como un vampiro y la cámara como chupa sangres, ya era algo a lo que se había acercado Michael Powell con El fotógrafo del pánico, pero el español Iván Zulueta lo llevó mucho más lejos con su gran obra maestra, Arrebato. La cámara es el subidón total para alguien que sabía bastante sobre adicciones.
Zulueta llega a la esencia del cine a través del personaje interpretado por el misterioso Will More, se trata de una sumisión absoluta a la imagen en movimiento, de un ser devorado por el cine, quedando para siempre enganchado al placer, al subidón, al arrebato que le proporciona. Una película diferente y cautivadora, la dosis perfecta para devoradores de celuloide…
Ed Wood (1993)
La mejor película de la prometedora carrera, en aquel entonces, de Tim Burton. El director muestra toda su simpatía por alguien con tanto entusiasmo por el cine como el mismísimo Orson Welles. El hecho de que luego uno filmara la peor película de la historia y el otro, la mejor, no los hace tan distintos, pues ambos amaban su profesión.
No hay ni pizca de ironía en esta película y Burton muestra la misma simpatía hacia Wood que hacia su corte de freaks e inadaptados, capitaneados por un excelente Martin Landau dando vida al mítico Bela Lugosi, en los últimos años de su carrera. Es una película llena de ternura, triste y divertida al mismo tiempo, pero que nos ahorra el sentimentalismo barato. Johnny Depp estaba estupendo dando vida a Wood y Burton pareció vaciarse tanto en esta película que solo volvería a rodar una más a su altura, Big Fish.
The Artist (2011)
Los críticos a la película de Hazanavicius le reprocharon que The Artist no era más que un ejercicio de estilo anacrónico, se hablaba de una película menor, dispuesta a todo por contentar al público, pero The Artist era la extensión de lo que proponía Los viajes de Sullivan, el cine como maravilloso lugar escapista en el que olvidar, aunque fuera por hora y media, los problemas de la vida real.
También es una extensión de los temas de Cantando bajo la lluvia sobre el enorme cambio que supuso el paso del cine mudo al sonoro, y lo difícil que resultó para muchos su adaptación al nuevo medio. La película está llena de homenajes al cine de los 20 y los 30, de las grandes producciones hollywoodienses de Douglas Fairbanks o Rodolfo Valentino, pasando por momentos de slapstick y expresionismo alemán, para terminar con un sentido homenaje al primer género que supo utilizar el sonoro en toda su plenitud, los musicales, con un bonito recuerdo a Fred Astaire y Ginger Rogers.
Que sea una película muda no impide su comprensión, porque sus imágenes hablan y cada plano de esta película contiene más información que muchas superproducciones actuales. Puede que su historia y su mensaje salgan de la fundamental Cantando bajo la lluvia pero poco importa si, al igual que con ésta, uno sale de verla siendo una persona más feliz.
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