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Terry

En La viñeta torcida, Lifestyle viernes, 6 de junio de 2014

Álvaro Pons

Álvaro Pons

PERFIL

Fulgencio Pimentel vuelve a revolucionar el panorama editorial patrio del noveno arte con una propuesta valiente que recupera el modelo de antología para dar a conocer los nuevos caminos que surca la historieta de hoy: Terry.

Hay en Terry algo de fetichismo autoconsciente, de cierto narcisismo formal que, por otra parte, y paradójicamente, no es incompatible con su necesaria y forzosa naturaleza de elemento de digresión. Porque Terry nace como una antología de inquietudes ante lo establecido, con espíritu de escaparate de objetos imposibles que rompan la monotonía del lector para provocar su reflexión ante la osadía de la vanguardia.

No es, desde luego, una propuesta novedosa si nos atenemos a la historia, porque la revista editada por Fulgencio Pimentel, que se presenta como primer número de un contenedor más amplio de lógico nombre Pilón, sigue las enseñanzas marcadas por la americana RAW en su día, una publicación que rompió moldes transformando el modelo de publicación periódica en revista del cómic de autor, en la Europa de los 80, en una antología cuyo objetivo claro era abrir nuevas ideas y sacudir un mercado que se anquilosaba en su obsesión por fagocitar la cultura y el arte como expresiones industriales.

La revista de Art Spiegelman y François Mouldy marcó el camino de todas las que vinieron detrás, desde las americanas como MOME o Kramer’s Ergot a vecinas como Lapin o Clafoutis o propias como Madriz, El Ojo Clínico, Medios Revueltos o Nosotros Somos Los Muertos, llegando con orgullo hasta este Terry que mantiene intacto ese espíritu de maravilla que busca combinar, con tino, la reivindicación de la respetable modernidad del pasado con la atención a la vanguardia más radical de un presente que define las líneas del futuro más cercano. Un equilibrio que sólo se puede conseguir desde el eclecticismo desvergonzado y abierto que sepa encontrar las sutiles marcas que convergen y divergen en el tempo artístico para encontrar lazos casi invisibles pero poderosos entre lo aparentemente disjunto.

Como hacen los de Fulgencio Pimentel, editorial que demuestra que su ya proverbial exquisito gusto en la elección de catálogo no se detiene ahí, rebuscando tanto en las canteras del fanzine de hoy como en los cajones más olvidados para encontrar verdaderas joyas. No quiero hacer aquí un pormenorizado detalle de todas las maravillas, sin excepción, que suponen las historietas que componen la antología, pero me gustaría dar dos ejemplos de esa filosofía que marca su confección.

Primero, más que nada por canas, el de Seiichi Hayashi, todo un referente de esa vanguardia que reescribió el manga en términos adultos a través de Garo. De él conocíamos aquí su magistral Elegía Roja, pero son muchas las historias cortas que todavía permanecían inéditas y que permiten componer con mayor riqueza el complejo perfil de un autor revolucionario.

La historia incluida en Terry, Vivíamos entre las flores, es perfecto ejemplo de esa reflexión íntima que el autor va embelleciendo con su lenguaje gráfico, con esa cadencia lenta, casi morosa, que toma foco en los detalles y los contornos, en esa periferia de las escenas que esconde miradas perdidas y momentos congelados en el tiempo.

Un relato de la relación entre un hijo y una madre escrito con una rabia aparentemente contenida por esa composición que traduce a la página las enseñanzas de Resnais en Hiroshima Mon Amour, pero que explota con sutileza a través del agresivo contraste cromático. Poesía gráfica de delicado lirismo que logra una historia bellísima en su depresiva realidad, y que además muestra una modernidad que sigue siendo hoy completamente vanguardista.

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Para el presente Terry, nada mejor que el sorprendente trabajo de Los Bravú, que en Porto Louro crean un conjunto de imposible clasificación, que nace quizás de los cuentos ilustrados infantiles para proyectarse en dinosaurio de Monterroso reescrito en cetáceo, para renacer como despiadada denuncia de la realidad corrupta que nos envuelve. Al leer la historia he tenido la sensación de ser testigo de una historia  que crece, que toma forma y consciencia de sí misma ante los ojos del lector sin solución de continuidad, manteniendo intactos todos los elementos de su rápida evolución en un ejercicio de inusitada coherencia, que potencia sus mensajes a través, sorprendentemente, de esa ingenuidad infantil que empapa todo el relato.

Me cuesta dilucidar si es un calculado juego de apariencias o un simple artificio inesperado, pero es lo de menos: se llega a él desde un planteamiento transparente que hace cómplice al lector desde el primer momento en que entra en ese juego, que trastoca la avidez de la etiqueta clasificadora para crear algo fascinante.

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Son sólo dos ejemplos, hay mucho más en Terry, desde la traducción del hilo temporal en un barroco exceso de la línea clara que plantea Jose Ja Ja Ja a la descarnada realidad aséptica de la ficción abducida de Olivier Schrauwen, pasando por el retrato de la desgracia ineludible de Peter Joaio o el delirio jugoso de Gonzalo Rueda.

Terry es, por derecho propio, una celebración del noveno arte de obligado cumplimiento.

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