Game Gear, la consola portátil por excelencia, un mastodonte negro de la que todos renegaban. Si tenías una te convertías, abrazabas una nueva religión. Odiabas a Game Boy, la encarnación del mal. Adorabas a un erizo azul y siempre guardabas una colección de pilas en el bolsillo, eras precavido. Eras el perdedor.
¿Has tenido una Game Gear? ¿Cómo te sentías? Era raro. Nadie te comprendía pero, en el fondo, sabías que eras mejor que ellos, esos inútiles que utilizaban la Game Boy, un ladrillo que se tornaba de un color amarillento y cuya pantalla era en blanco y negro. Pobres infelices. Ahí estaban, jugando a decenas y centenares de juegos cada año, experiencias de paso mientras tú empatizabas con los dos o tres que tenías, para siempre. Eso era amor. Nunca lo entendieron.
Su precio era mayor, la duración de las pilas infinitamente menor, la pantalla minúscula, te destrozaba el pantalón vaquero y malformaba sus bolsillos, el catálogo de juegos era irrisorio en comparación con la consola innombrable. Pero aun así te sentías Dios. La “chavalada” cambiaba cromos de Son Goku mientras tú te introducías en mundos paralelos y a pleno color, exactamente 4096 (jódete Mario). Tenías el Master Gear Converter que te permitía jugar a Master System en tu ordenador. Ya tenías la Master System, pero es que era portátil. Joder, hasta tenías un glorioso sintonizador de televisión. Aún así te renegaban. Las marcas hacían pocos juegos, no pasaba nada, la propia Sega se encargaba de abastecer tus ansias homicidas con “ninjas” de colores, con mil y un juegos de Sonic y algún otro protagonizado por su vergonzante compañero de dos colas.
Eras el raro, el rico, el chamán de las seis pilas AA. Sabías que el puercoespín era mucho más “molón” que el fontanero gordo con bigote. Todavía nadie te hacía caso, todos querían probarla, pero al final sus padres les compraban aquella otra consola. No tenías amigos con quien jugar ni intercambiar juegos, daba igual, tus manos bastaban para divertirte en la soledad de tu casa. Todavía recuerdas los ecos de tu risa, en tu habitación, sin amigos el fin de semana, sin cine ni McDonalds, pero tu pantalla era a color.
En apenas siete años se vendieron casi 11 millones de unidades de Game Gear, la innombrable 119 millones. “Bah”, qué más daba, la guerra había empezado y tú, sin saberlo, estabas apoyando al bando perdedor, eras un confederado que apostaba por la marca más “guay” del momento y que, primero, perdió la guerra con Nintendo, más tarde la perdió consigo misma al dejar de fabricar consolas y por último, ha dejado de priorizar el desarrollo de juegos para abrazar el mercado de smartphones y tablets (infamia, calumnia). No pasa nada. Recuérdalo, tu consola tenía pantalla a color y ellos se ganaron a conciencia las dioptrías en un año, tú tardaste algo más. Daba igual. Game Gear, pantalla a color. Todavía lloras con esa elección que marcó tu vida, pero no lo reconoces públicamente. Pantalla. Color. Era lo único que importaba.
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