Tras su exitosa presentación en diversos festivales internacionales, llega a nuestras pantallas ’71, de Yann Demange, una de las sorpresas del cine europeo del pasado año.
Para su debut en la dirección cinematográfica, Yann Demange, realizador curtido en el terreno catódico, parece haber tomado como fuente de inspiración no confesa una de las películas esenciales del cine británico de la primera mitad del siglo XX como es Larga es la noche (Odd Man Out, Carol Reed, 1947), de la que brinda una suerte de reverso: si en aquella, el líder de una célula del Sinn Féin (el brazo político del IRA) era acosado por las fuerzas policiales, en ’71 será un oficial del ejército británico (un Jack O’Connell de convincente presencia física camino del estrellato tras sus papeles en Starred Up e Invencible) quien se vea obligado a luchar por la supervivencia al ser abandonado por sus compañeros en pleno centro neurálgico del IRA. Idéntica unidad de espacio (Belfast) y tiempo (una interminable y pesadillesca noche) acoge ambas ficciones.
Demange posee una destreza inusual para rentabilizar dramáticamente el espacio diegético (las angostas callejuelas de ladrillos de un color rojizo que preludian el derramamiento de sangre) al reforzar su apariencia de laberíntica trampa letal para el protagonista mediante el uso del gran angular, que acrecienta las líneas de fuga de la imagen (las paredes parecen aprisionar y ahogar al desdichado personaje) y engrandece las distancias que ha de recorrer con tal de escapar de sus perseguidores. En este sentido, ‘71 no difiere tanto del producto televisivo que diera fama al realizador (su aplaudida Dead Set), pues en ambos se juega con personajes asediados por una amenaza (en la serie, los concursantes de una edición de Gran Hermano han de hacer frente a una epidemia zombi que brota en el plató televisivo).
El osado reto de Demange en su ópera prima consiste en trasladar la sensación de claustrofobia a un espacio abierto. De vigorosa narración, ’71 descubre a un incipiente cineasta que rehúye los tópicos (al contrario que otras producciones semejantes, la banda sonora de David Holmes no recurre a la música celta característica de Irlanda y Escocia) y dotado de especial pulso para las secuencias de acción y tensión, pero que se revela menos seguro al retratar la intimidad de su protagonista (la relación con su hermano), a la que inteligentemente destina poco tiempo en pantalla.
El principal mérito del guión consiste en perfilar con diáfana sencillez expositiva los diferentes frentes del conflicto de la independencia irlandesa desde planteamientos afines al cine de género: el filme parte de una situación inicial adscribible al cine bélico (Belfast aparece representada como campo de batalla) para desplazarse paulatinamente hacia los senderos del film noir en su retrato de otras luchas más individualistas (los intereses particulares de varios de los sujetos enfrentados) que las que enarbolaban los bandos enfrentados en la disputa independentista. El trayecto del protagonista nos conduce, por tanto, desde una visión general del conflicto hasta el desenmascaramiento de sus zonas más sombrías.
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