El hotel se llama Paradise, porque tendrías que ver qué concepto de paraíso reina en este lugar.
Querido Enrique: Hace tiempo que no te escribo, quizá nunca lo hice, qué más da. Empiezo ahora y ya está; desde una triste habitación de hotel del peor barrio -con diferencia- de Nueva Delhi llamado Pahar Ganj (el barrio, no el hotel. El hotel se llama Paradise, con dos cojones -metafóricamente hablando lo de los cojones, quiero decir, no es que dos testículos flanqueen el cartel de Paradise-), porque tendrías que ver qué concepto de paraíso reina en este lugar. Tal vez resulte tal cosa para un ácaro, de eso estoy seguro, pero no para un ciudadano no británico que gusta y hasta goza del placer de la ducha y el jabón diario. Eso también te lo adelanto.
Debe resultar desconcertante, o al menos debería invitar a la reflexión que, tras siglos de colonización, tu legado más arraigado entre la población que un día dominaste sea una inconmensurable pasión por la mugre y la costra fosilizada de cualquier materia o condición. Y cierro paréntesis porque me pongo a darle vueltas a las cosas y me pierdo, y me entra el miedo de acabar yo mismo como ese sinfín de turistas raros vestidos con trapos de colorines más raros todavía, que campan a sus anchas a lo largo y ancho de este país como si no hubieran más lugares en la Tierra donde predicar; posan su mirada de interiorizar cosas importantes allá por lontananza, con tal pasión, que nunca sabes si están valorando si el cuesco viene con o sin regalo, o si deberías alejarte de ellos por si explota de repente el campo magnético que están generando a su alrededor. Da la sensación de que si los tocases podrías morir carbonizado en un instante por electrocución o, a lo mejor, con menos mala suerte, cargar la batería del móvil de un sólo apretón de manos.
Decía que te escribía desde un lugar inhóspito. Es la cosa de ser errante, qué te voy a contar que tú no sepas, uno nunca sabe dónde va a dormir, extranjeros somos, entre dos tierras y tal. Extranjeros de we-self, ouyeamadafaca!, hay que apostar doble o nada, uno nunca es profeta en su tierra; porque si un español se precia ante los Pirineos de vestirse por los pies, dime tú en qué lugar queda lo de calzarse unas medias en los brazos y pintarse las uñas y lucir sortijas y abalorios étnicos como celebrando que no existiera la pena capital en ningún lugar del mundo. Por eso es mejor huir, cruzar fronteras, con los espejos retrovisores siempre replegados, como los indios, la única manera que han entendido de circular siempre hacia delante sin ningún tipo de percance. Y rima. Y también se me hace tarde.
He de salir a la calle a hacer fotos, ando con un repor que he de cerrar, hay que ganarse el sueldo, qué te voy a contar que tú no… Continuaré contándote cosas y, por cierto, dime dónde te envío unos pañuelos que vi muy apropiados por si quieres recuperar parte de aquella estética de la época de los Héroes en los que te los anudabas a la cabeza como desafiando a la cámara, mordiendo carrillo, retando a las masas. No sé si en el momento de recibir la presente estarás en Zaragoza, Antigua, Essaouira, Ashila o el Rift.
Un abrazo muy grande, tu amigo fiel desde hace cinco minutos.
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