En privado no me atrevo a decirlo, pero públicamente sí: he visto tres veces Sonrisas y lágrimas ( The sound of music, Robert Wise, 1965 ) y en todas ellas he disfrutado.
Coincido en buena parte con el criterio de Miguel Marías, aunque sin llegar a su entusiasmo. Disfruto con sus números musicales kitsch, con los paisajes, con Salzburgo, con el chasco que se llevan los nazis al ver que la muy numerosa familia de nuestros protagonistas se le escapa de entre las garras… Y sobre todo disfruto con la interpretación de Eleanor Parker, que borda su papel de baronesa intrigante. La ilustre pelirroja compone una ‘mala clásica’, pero una mala que llegado el momento de la verdad muestra un inesperado estilazo para aceptar su derrota sin alterar el gesto (la mojigata Julie Andrews es la que, haciéndose la tontilla, consigue el amor del capitán Von Trapp).
Quienes detestan este film elegantemente realizado por Wise, ¿han probado a verlo en complicidad y con alegría de vivir? Menudas fiestas se montan los frikis, cinéfilos con sentido del humor y travestis estadounidenses en los más señalados aniversarios de Sonrisas y lágrimas. Las películas de Godard, Béla Tarr o Angelopoulos no se prestan para juergas de ese tipo, sino para reflexionar sobre el lenguaje cinematográfico y apesadumbrarse. A cada cual lo suyo.
El berrinche. Hace poco volví a ver Vidas cruzadas (Short Cuts, Robert Altman, 1993), basada en relatos cortos de Raymond Carver. No me interesó cuando la vi por primera vez, pero ahora la he odiado. Me encolerizaba a medida que la película avanzaba en sus reiterativas tres horas de metraje. Altman se empeña de modo mecánico y cruel en mostrar lo más ruin e insolidario de la condición humana. No deja respirar al espectador, mucho menos a sus personajes. Unos hombres de mediana edad se van a pescar al río. Encuentran el cadáver de una mujer desnuda. Naturalmente, según la lógica interna de la película, siguen pescando: pasan de todo, no quieren problemas. Una joven simula ahogarse delante de su madre. Altman y su coguionista Frank Barhydt idean que la madre pase olímpicamente de la hija.
Así todo. Eso no es ser críticos, eso es tener muy mala leche. El gran cine siempre es más complejo. Pienso en Renoir, Ophüls, Ford, Lean… No eran complacientes, pero nunca cayeron en la mezquindad de hacer cine con una navaja en la mano.
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