Marylin Manson, los Kasabian, alguna canción de los Guns N’ Roses, la conexión con Denis Wilson de los Beach Boys y –cómo no– la sombra de los Beatles y su “Helter Skelter”: los espectros de Charles Manson y su infausta secta están tan extendidos en la cultura pop que difícilmente daremos con otro asesino en serie con mayor magnetismo. La glamourización del crimen puede llegar a dar auténtico asco, pero con Manson siempre se han hecho todas las excepciones habidas y por haber. Y no solo, ni mucho menos, porque él mismo fuera un músico frustrado, un folk singer del montón.
El próximo verano se cumplirá el cincuenta aniversario de sus crímenes, los que acabaron de forma caprichosa con la vida de Sharon Tate (pareja entonces de Roman Polanski) y siete personas más. Y la ocasión la pintaban calva: se edita ahora en castellano el mejor y más fiel reflejo de lo que ocurrió durante aquellos días de locura en California: el true crime book más vendido en la historia, el sensacional Helter Skelter. La verdadera historia de los crímenes de la familia Manson (Contra). Más de siete millones de ejemplares vendidos desde que se publicó por vez primera, hace 45 años.
Se trata de un libro sensacional, de esos que le sorben el seso a cualquiera. De los que se enganchan y no se sueltan, por mucho que su extensión se vaya a las casi 800 páginas. ¿Su mérito? El prodigioso detalle con el que Vicent Bugliosi, el fiscal del caso, lo detalló junto al escritor Curt Gentry. Bugliosi vivió entregado durante más de doce horas diarias, a lo largo de más de dos años, al esclarecimiento de un crimen con escandalosas lagunas policiales, casualidades fatales y escasa coordinación entre cuerpos de seguridad. Y reunió un acopio tan sobrehumano de datos, citas, sucesos, tramas y sensaciones del que, como dice Kiko Amat en su prólogo, sorprende que aún no se hubiera rodado una monumental película, de esas que pasan a la historia.
Parece que será muy pronto cuando esa asignatura pendiente se resuelva, porque Quentin Tarantino tiene ya a punto su versión fílmica, con el concurso de Brad Pitt, Al Pacino o Leonardo Di Caprio. Mientras tanto, sumergirse en las páginas de Helter Skelter es un ejercicio fascinante.
La historia de Charles Manson y los suyos retiene su atracción porque, como dice su propio autor, de tan inverosímil que puede llegar a resultar, alguien tenía que haberla inventado. Ni el móvil del robo, ni del de la simulación, ni el de la venganza personal podían funcionar para explicarlo. Tan solo la delirante teoría del advenimiento del Helter Skelter (qué culpa tendrían los Beatles), una teoría seguida a pies juntillas por un puñado de jóvenes –la mayoría de ellas mujeres muy jóvenes, de entre 15 y 22 años– que cometieron una carnicería de forma aparentemente aleatoria. Sin piedad. Sin el menor signo de arrepentimiento.
Dice muy bien el autor del libro (extraordinariamente traducido y presentado: ni una sola errata para un tocho de dimensiones bíblicas) que el poder de fascinación de Charles Manson se antoja mayor que el de cualquier otro serial killer por dos factores: su capacidad para hacer que otros –y rara vez él– matasen en su nombre, sin que él apenas necesitara mancharse las manos, y el rol de catalizador de un malestar generacional que jugaron los asesinatos: el sueño hippie se desvanecía, los viajes por LSD empezaban a tomar tintes de pesadilla, algunos de los tótems del rock apuraban sus últimos tragos antes de la muerte (Brian Jones, Jim Morrison, Janis Joplin, Jimi Hendrix), el cenagal de Vietnam se volvía cada vez más espeso, el rock también se hacía más conceptual y menos efervescente, y a punto estaba de montarse la de Dios es Cristo con aquel fatídico concierto de los Rolling Stones en Altamont, teñido de sangre.
Los crueles crímenes de la familia Manson, la secta que se había congregado en torno a un delincuente reincidente y familiarmente desarraigado –hasta entonces, de poca monta– en un rancho californiano, supuso el fin de la inocencia de toda una generación, y es por eso (entre otras muchas cosas) por lo que retiene su condición de emblema, luego exprimido en un truculento merchandising y en un culto aprovechado por parte de grupúsculos de extrema derecha.
Lo que hacía a Manson diferente a otros matarifes célebres era el contar con un corpus teórico bien tramado. Delirante, pero hasta cierto punto consecuente consigo mismo, alimentado por ciertas corrientes de pensamiento del siglo XX, poco provechosas para la humanidad. Enfrentarse a él (y es algo que se transmite en el relato de Bugliosi: se nota que él lo experimentó en muchas de sus charlas con la bestia) es enfrentarse a parte de esa naturaleza del ser humano que es capaz de banalizar el mal hasta despojarlo de culpa.
El siglo XX está repleto de muestras de esa justificación. Es la misma razón por la que el terror, en su estado más puro, fascina a tanta gente. Y algunas de las cosas que aquí se pueden leer, tanto el detonante de los crímenes como el estado de histeria colectiva en el que se sumió parte de la población a raíz de ellos, no son ajenas a nuestro presente, marcado por los nuevos sensacionalismos, los nuevos populismos, las nuevas mentiras y los nuevos rearmes: todos ellos tienen poco de nuevo, en esencia.
Independientemente de si ustedes son más o menos afines al terror, a la criminología, a las historias de juicios y cumplimiento de la ley, a los casos de psicosis colectiva, a la historia contemporánea o a la mitomanía delictiva, háganse el favor de no escatimarle un hueco a este portentoso libraco. No les defraudará. Ni por un segundo.
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