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Con vistas al mal

Cuando Playboy desnudaba desigualdades

En Lifestyle, Con vistas al mal domingo, 22 de octubre de 2017

Ángel Pontones

Ángel Pontones

PERFIL

Hasta ahora he hablado de un príncipe. Ahora me toca contarles de un monstruo.  Hace 2000 años que Suetonio nos avisaba de la complejidad de examinar los legados de esas mentes poliédricas, a las que animan voluntades hiperactivas. La única forma que él tenía de acercarse a ellas era aferrándose al cargamento habitual de convicciones y prejuicios de la historiografía oficial, y eso le movía a circular todo el camino con el freno de mano echado, incapaz de profundizar en otras circunstancias o motivos que las que dejaran a la vista las filias o fobias de turno. Hoy tenemos acceso a más fuentes de información que Suetonio, pero el ego nos tienta más fuertemente a sustituir a menudo al personaje por el cronista, con la extraña seguridad de que ambos no caben en el mismo espacio. Por una u otra razón, sigue resultándonos difícil separar el grano de la paja.

Gopnik, Hugh Hefner

Del joven Hugh Hefner que dio un volantazo a su vida al denegársele un ridículo aumento de sueldo en su trabajo en la revista Squire, y decidió apostarlo todo (TODO) junto a su socio Eldon Sellers  por la aventura Stag Party, que terminaría desembocando en Playboy, no queda ya mucho por contar. El instinto, la persistencia a la hora de pujar por una desconocida sesión de fotos del mito erótico del siglo, bendijeron la  primera cabecera de la publicación, y supusieron el espaldarazo que garantizó su éxito inmediato.

play boy

Did you know that I almost called the magazine Stag Party and the symbol was originally going to be a stag? I changed my mind just before we went to press, thank God. (Hugh Hefner)

Las piezas iban encajando perfectamente en su sitio: el conejito con corbata de lazo diseñado por Art Paul, la continua cascada de sal sobre la herida de unos editoriales desde donde su creador agujereaba con saña el Matrix de su tiempo; la revista y la importancia de todos los callos que pisaba, la batalla constante contra las buenas costumbres que moderaba el establishment, convirtieron a Playboy en un fenómeno social tan ligado a la cultura americana de la segunda mitad del siglo XX como una lata de sopa Campbell o una camiseta sudada de Brando. Conforme crecía y se diversificaba más allá del papel, este imperio mediático acabó visitando toda una serie de negocios paralelos que le llevaron a degradarse, hasta el punto de dejar de ser representativo. Hefner terminó devorado complacientemente por su personaje, envuelto en la camisa de fuerza que más deseaba, y con la que recibía a los invitados de su mansión, una Disneylandia aún más hortera, vuelta por completo del revés.

Antes de todo eso…

El joven Hugh Hefner tenía la intención de darle la vuelta a los parámetros de la sociedad de su tiempo. A su entender, el péndulo de la historia, como en todo contexto con guerra y posguerra correspondiente, se había encargado de implantar en los USA de los años 50 un modelo de vida supervisado por la mojigatería y el inmovilismo, que se extendía a todos los ámbitos del día a día. Cualquier factor de cambio que sobrevolara el paisaje era evaluado con el recelo propio con que nos manejaríamos ante un virus desconocido, que tratara de contaminar un organismo desprovisto de inmunidad. Reventar desde dentro este corsé de lo correcto solo podía hacerse desde varios puntos a la vez. Dicho y hecho.

Hefner creía ciegamente que el lector (previsiblemente masculino) al que iba dirigida su revista debía ser ante todo un tipo tolerante y culto, pues su cultura le serviría como el mejor antídoto al oscurantismo imperante, al mismo tiempo que le llevaría a plantearse si realmente vivía en el mejor de los mundos posibles, o más bien en una opción llena de desigualdades y complejos en constante retroalimentación. Playboy debía ir encaminado continuamente a recordarle esto y, al contar con la suerte de  convertirse en referencia desde el primer momento, obligaba a estar fuera de onda a todo aquel que mirara de reojo a sus puntas de lanza.

La revolución sexual que preconizaba, con su guerra declarada al puritanismo, y su posicionamiento a favor del aborto, no era su único caballo de batalla. Ni siquiera el más importante. Hefner era un apasionado del jazz y usó este vehículo para su primer editorial, dedicado a las Big Bands de los años 30, barridas en los 50 por los nuevos gustos del público, y posiblemente las primeras manifestaciones culturales que no obedecían a la segregación racial que formaba parte del paisaje -en la Big Band de Tommy Dorsey saltó al estrellato Sinatra, quien entre sus virtudes contaba la de partirse la cara por sus músicos negros.

Hugh Hefner & Jesse Jackson. Playboy

No fue tampoco casualidad que la primera interview remarcable publicada en la revista fuera a Miles Davis, a cargo de un francotirador como Alex Haley -periodista de color que consiguió entrevistar personalmente a George Lincoln Rockwell, el ultrarracista presidente del partido nazi americano, con la argucia de jurarle por teléfono que no era judío. La entrevista con Davis levantó ampollas por cuanto se centró especialmente en la relación entre la fama del músico y su raza. Davis no se cortó un pelo en confesar que hacía muchos años que no aceptaba conciertos en zona confederada.

En 1959 se organizó en Chicago el primer Playboy Jazz Festival, donde coincidió un dream team de leyendas negras del jazz de todos los tiempos. Buena parte de la recaudación del evento fue destinada a la NAACP (National Association for the Advancement of Colored People)  y a su continua lucha por los derechos civiles.

Hugh Hefner

Posteriores ediciones de este festival mezclaron en el escenario a músicos blancos y negros, del mismo modo que en los primeros clubes de entretenimiento franquiciados por Playboy coincidían artistas de ambas razas. Hasta ese momento, era normal que un valor seguro en Las Vegas -léase Sammy Davis Jr.– tuviera que entrar por la puerta trasera del club de turno, para no mezclarse con un público que  despreciaba el color de su piel, al mismo tiempo que alucinaba con su voz o se tronchaba con sus salidas de tono.

Hugh Hefner y Ella Fitzgerald-el hype

Cuando Playboy fue algo lo suficientemente jugoso para que la televisión se fijara en ella ofreciéndole un hueco atractivo en su programación de madrugada, y cuando todo aquello plasmó en el programa Playboy’s Penthouse, sus primeros invitados fueron Ella Fitzgerald y Nat King Cole. Recordemos fecha y contexto: 1959. Hefner había inaugurado una Televisión sin una línea divisoria por color y este martilleo pro-derechos civiles se extendería a lo largo de la siguiente década. Desde sus páginas y su pantalla desfilaron activistas como Martin Luther King o Malcolm X.

Hugh Hefner, Harold Washington y Sidney Poitier

Hoy en día puede chocarnos el crujir de dientes de espectadores y programadores de muchos estados sureños al escuchar a King hablar de la estadounidense como una sociedad extremadamente enferma, o a Hefner declararse enemigo de toda segregación por motivo de raza, al tiempo que soñaba con un mundo sin desigualdades. Playboy’s Penthouse,  más allá de su excéntrico decorado de varones fumadores en pipa y conejitas revoloteando alrededor, permitía escuchar una banda sonora insólita para su época: la que hacía que lo políticamente incorrecto sonara necesario.

Hugh Hefner

Hablábamos hace un rato de cultura. Si pudiéramos llevarnos a una isla desierta a la gente que hubiera tenido algo interesante que contar en la segunda mitad de siglo, muchos de ellos habrían pasado en algún momento por Playboy. En sus albores, fue apareciendo por entregas Fahrenheit 451, el alegato novelado de Ray Bradbury contra la barbarie cultural a la que abocan decisiones calamitosas de gobiernos errados.

Hugh Hefner y Louis Armstrong. Foto: PEI1

Norman Mailer, Joyce Carol Oates o Saul Bellow publicaron asiduamente en la revista. Stanley Kubrick concedió aquí su única entrevista a un medio escrito. Orson Welles, Salvador Dalí, Jean Paul Sartre, John Lennon, Carl Sagan, Stephen Hawking, Steve Jobs… la lista es inacabable, pues nunca quiso cerrarse a ningún campo -podemos añadir entre otros a un Fidel Castro que nunca había pensado llevarse mal con EEUU, a un Henry Kissinger que no había roto nunca un plato, a un Yasser Arafat convencido de que hablar podía abrir más puertas que disparar,  o a un Jimmy Carter desolado por reconocerse infiel.

Hugh Hefner y Roman Polanski

Cuestionarnos si Hefner y su idea mesiánica de lo que debía ser el mundo, terminaron por curar a los Estados Unidos de América de mediados de siglo de muchas de sus aberraciones sociales, al tiempo que le permitieron lucrarse explotando la libido masculina a base de cosificar a destajo, daría para un análisis de lo más sesudo, seguido de un contraanálisis aún más sustancioso. Pero no tenemos a Suetonio.

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