Sofia Coppola dirige The Beguiled, un remake de El seductor (Don Siegel, 1971), protagonizado por el trío formado por Nicole Kidman, Colin Farrell -emparejados también en la última de Lanthimos– y Kristen Dunst.
La historia de un soldado herido y refugiado en un internado de señoritas de Virginia, curado y protegido por la directora y las internas, a pesar de ser enemigo, está cargada de sospechas y ocultas intenciones, que siguen paso a paso el film original protagonizado por Clint Eastwood y Geraldine Page.
Lamentablemente, es este uno de esos casos en los que nos preguntamos por qué y para qué, ya que la aportación de Coppola se resume en versionar solo estilísticamente –y sin que ello sea significativo-, sin ningún asomo de novedad ni revisión que tengamos que agradecer. El filme carece de la tensión y la calidad narrativa necesarias para se nos transmita algún tipo de emoción, simplemente asistimos a la reescritura, con diferente caligrafía, de un filme que recordamos con una muy diferente admiración.
Todos los actores parten de una interpretación en clave minimalista; la mejor, Kidman, pero lejos de lo memorable. La fotografía, el empleo de la iluminación y los encuadres que describen una mansión decadente, un jardín descuidado y un bosque casi encantado al que se llega por una avenida bordeada de grandes árboles, es la baza más atractiva del film.
El contraste entre la vida interior en una casa que parece ajena a las penalidades de la guerra y los exteriores sumidos en neblina y misterio es muy eficaz, sin embargo, no apreciamos ese punto de vista fresco y original que nos sedujo en otras obras de Sofia Coppola.
Tan etérea y preciosista es la mano de la directora, que nos preguntamos si la inspiración estuvo en El seductor o en Mujercitas.
La película rusa Tesnota (Closeness) ha sido una sorpresa en esta jornada de miércoles, otro brillante debut en la sección Un certain regard. Ilana (Darya Zhovner) trabaja como mecánico en el taller de su padre, hasta que su hermano es secuestrado y la vida de la familia cambia absolutamente para conseguir el dinero del rescate, vendiendo sus propiedades y saliendo del pueblo donde vivían. En la comunidad judía a la que pertenecen, llamar a la policía está fuera de cuestión.
Son varios temas los que emergen en el filme, ambientado en 1998: la difícil coexistencia de las minorías, la relación paterno-filial, el amor-celos entre hermanos, la situación de la mujer, la guerra de Chechenia como trasfondo…
Ila, con su peto y cazadora vaquera, es digna heroína de los Dardenne. Luchadora en una situación imposible, con sus propios deseos en conflicto con sus obligaciones y las circunstancias sobrevenidas, que no solo lo empeoran todo, sino que dejan al desnudo los problemas de una sociedad que se rige aun por normas medievales.
El guion no decae ni un momento, aun cuando se podría intuir más de un falso final, porque es un filme redondo, vivido, a pesar de la juventud de su director. Por otra parte, el espectador agradece la ausencia de folclorismo en la descripción del contexto y la mesura en el drama. Áspera y bien engrasada a la vez, Tesnota ha sido una de las cimas del festival.
La cordillera, de Santiago Mitre, es un filme absolutamente protagonizado por Ricardo Darín (Hernán Blanco, presidente de Argentina), contextualizado en una cumbre latinoamericana para la independencia energética, que tiene lugar en un aislado hotel de los Andes.
La perspectiva instalada entre bastidores, en los entresijos de la política internacional y el manejo de los escándalos y medios de ascensión del líder, se inserta en la temática tan propia de las series de TV que nos hacen partícipes de los gabinetes de ministros y presidentes, para intentar escandalizarnos con su hipocresía y asombrarnos con el alto precio del poder.
La cumbre se convierte en cordillera, cuando los temas citados van surgiendo y la imagen inicial del presidente Blanco, “un hombre común”, deja paso al halcón político.
La trama secundaria sobre un escándalo a punto de ser revelado por el ex yerno del mandatario, y la crisis depresiva de su hija, tienen un tratamiento excesivamente errático, y no digamos las secuencias del psiquiatra hipnotizador o la visita de la amante del presidente al hotel donde se celebra la reunión. En resumen, un filme de escaso interés, factura correcta y guión agujereado.
La octava jornada del festival ha terminado con Krotkaya (A Gentle Creature) del ucraniano Sergei Loznitsa, un cuento aterrador, planteado con las claves de la narrativa popular, repleta de arquetipos, misiones, obstáculos, recursos, heroína ingenua y antagonistas malvados, con inserto onírico incluido. Comparte título y poco más de La sumisa de Dostoyevski, publicado en 1876, de quién también se cita un extracto de Los demonios. Los personajes ni siquiera tienen nombre, son encarnaciones de tipologías (la mujer dulce, la militante de los derechos humanos, la mujer que se compadece…)
Un terrible panorama de inseguridad, ausencia de normas legales, arbitrariedad, pobreza y corrupción enmarca el viaje de la protagonista, una Justine que entra en el laberinto kafkiano al serle devuelto un paquete que envió a su marido, recluido en la cárcel. El invento del prestigioso director no cuaja, porque la clave no se mantiene con firmeza, sino que avanza y se agranda a lo largo del metraje, desconcertando al espectador.
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