Nadie le tose. Nadie osa discutirle su posición preeminente en lo más alto de la escena hip hop actual, y por ende, en su condición de icono pop global. Kendrick Lamar se lo ha ganado a pulso. El reciente DAMN. (Interscope/Universal, 2017), su quinto álbum, no hace más que aportar catorce nuevas razones para encumbrarle.
Desde aquí trazamos algunas de las claves (tan solo cuatro) que explican por qué el rapero de Compton, sin siquiera haber cumplido los treinta años, tiene todo para convertirse -si no lo es ya- en un músico no solo llamado a hacer historia, sino también en un portavoz generacional de primer orden.
#1 Lo directo de su mensaje.
Carece de la megalomanía y los delirios de grandeza de Kanye West, el gran nombre de referencia del género en la última década. También de su fragmentario discurso. Si West es el hombre recluido en su Torre de Marfil, Lamar es el chico de la calle. Al menos por el momento. Su mensaje resulta más directo, más desprovisto de manufactura. Aunque no por ello menos exuberante. También habita lejos de la estética bling bling, repleta de joyas, abalorios y ostentación material de todo signo.
#2 Su ilimitada forma de destilar nutrientes.
En el mayúsculo To Pimp a Butterfly (Interscope/Universal, 2015) lo dejó claro: pocos como él saben integrar el soul, el jazz o el funk para fundirlos empleando la fluidez discursiva del hip hop. En sus discos, hay veces en las que uno tiene la sensación de estar ante varios raperos en uno. Pasma la forma en la que integra elementos de las tradiciones de la costa oeste y de la costa este.
Por si fuera poco, Kendrick Lamar sabe cómo extraer lo mejor de una nómina de invitados estelares -en sus discos- de lo más diversa. Si en aquel lo hizo con Snoop Dogg o George Clinton, en su nuevo trabajo saca petróleo de su entente con Rihanna (en “LOYALTY”) y con un Bono (U2) cuya aportación a “XXX” es lo mejor que ha hecho en muchos años (y posiblemente lo único que justifique la aparición de su voz en los surcos de un disco en más de una década).
#3 Su capacidad para retratar cuestiones sociales en pocas pinceladas.
La profundidad de Kendrick Lamar para poner sobre el tapete la problemática de su entorno sociopolítico, desde su perspectiva de chico criado en Compton (como los confrontativos NWA, pero desde una óptica muy distinta) no admite parangón. Enlaza con la larga tradición de la lucha por los derechos civiles, sin pretensiones de sermón. No hay mucho músicos que se puedan permitir el lujo de editar un álbum con títulos como “LUJURIA”, “HUMILDE”, “DIOS”, “MIEDO”, “SANGRE” o “ADN”, todos enunciados en mayúscula, sin parecer un petulante. Quizá solo alguien que, como él, tampoco tiene problemas en mostrar su vulnerabilidad en público. ¿El Marvin Gaye del siglo XXI?
Sin necesidad de abundar en esta cuestión: en los dos primeros temas de DAMN. samplea un corte de voz del presentador de la cadena FOX Geraldo Rivera, quien dijo que sus letras eran más peligrosas para la comunidad afroamericana que el propio racismo del que se quejaba. Lamar había abordado su “Alright” (uno de los highlights de su álbum de 2015) sobre el techo de un coche policial en los BET Awards de 2015, como protesta ante los desmanes policiales que acabaron con la vida de varios jóvenes negros. Trató de dejar claro que su mensaje, el mensaje de la canción, era todo nos va a ir bien, y no quiero matar a alguien.
#4 Es tan prolífico como infalible.
Hasta sus desechos tienen miga. untitled unmastered. (Interscope/Universal, 2016)), compuesto íntegramente por descartes de las sesiones de To Pimp a Butterfly, lo fue. Y no por ello dejó de tener bastante más cuajo que el 90% de la producción del género. Está por ver hasta dónde llega un torrente de creatividad como el suyo. De momento, Kendrick Lamar es tan incontenible como para proporcionarnos al menos una obra de indiscutible fuste cada año.
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