Poeta, narrador, ornitólogo, filólogo, Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) es uno de los mejores y más interesantes escritores en lengua castellana. Hemos podido conversar con él al hilo de las presentaciones de su última publicación, Edad del insecto (Sd edicions, 2016).
J.G.C. La primera obra que pude leer de usted fue La hora oval (1971), su último trabajo publicado contiene también una referencia temporal: Edad del insecto. ¿Se trata de una recolección —muchos tenemos la impresión de que sus primeros poemarios siguen dando frutos— una continuación o una forma de revisitar el pasado?
F.L. Edad del insecto es un libro inseguro, incierto; nunca tuve la certeza, la seguridad de que fuera buena idea publicarlo. Mi biógrafo Javier Ozón Górriz recolectó materiales fruto de los descartes de la edición de mis tres primeros libros (De las condiciones humanas, 1964; La hora oval, 1971; Cónsul, 1987), los seleccionó y los prologó. Esos materiales, considerados un pelín delirantes por las respetables editoriales de la época, procedían de mi adolescencia, casi de mi niñez y se resienten, muchos de ellos, de una excesiva ingenuidad. La duda, la inseguridad radica ahí; ¿su interés es meramente histórico (¿cómo es posible escribir de esa manera en tiempos de poesía social?, quizá, visto lo visto, los novísimos no lo fueran tanto) o realmente mantienen su condición de inconfundibles joyas literarias, en palabras de Ozón, pese a los muchos años transcurridos? El libro lleva también dibujos de la época, para los que he de pedir lógica benevolencia.
Siempre he pensado que el monstruo es la forma más perfecta de individualidad. Una de sus obras iniciales, no sé si iniciáticas fue, precisamente El monstruo, ¿es usted un monstruo, en el mejor sentido del término?
En El Bestiario de Ferrer Lerín puede leerse Je n’ai vu monstre et miracle au monde, plus exprès que moi-même (Montaigne) y, también Monstruo: Parto ù producción contra el orden regular de la naturaleza (Autoridades). Mi relato El monstruo (1963), es un sueño puberal, aplaudido ya por Cela en Papeles de Son Armadans, con influencia evidente de Borges, y en el que aparezco como observador (soñador), eso sí con claras muestras de simpatía hacia la desaliñada criatura.
Una de las razones que permiten leer su obra como una afirmación de la individualidad tiene que ver con su resistencia frente a los dogmas de la corrección política, la moralina y las corrientes de opinión. Pasajes de Níquel, Familias como la mía, o 30 niñas sobresaltarían a mentes bienpensantes. ¿Es una simple reacción bioquímica contra la hipocresía o una actitud premeditada sobre la que ha reflexionado?
En mi escritura, y en mi personalidad monstruosa, hay poco espacio para el cálculo, para la actitud premeditada, para la reflexión; sí en cambio para la reacción bioquímica frente a unas constantes que me atosigan desde la niñez: esoterismo / religión /superstición, pudibundez, chabacanería / vulgaridad / regionalismo, insensibilidad ambiental.
Gran parte de la obra de Ferrer Lerín se caracteriza por la fragmentariedad, la brevedad y el juego. Por recordar uno de sus títulos memorables, ¿es esa su forma de entender la condición humana?
Fragmentando el discurso se puede mantener la tensión; la poesía, por su brevedad, lo permite (facilita), pero la prosa exige adoptar medidas, y nunca mejor dicho, de contención (de hecho Familias como la mía disfrutaba de una estructura original fragmentada, pero el editor, quizá para reducir el número de páginas, unió los pequeños bloques). Temo repetirme, las cosas se dicen una vez. El juego es la esencia de la inteligencia, o al menos es el modo de rentabilizar un argumento demasiado lineal, plano.
La historia de su éxito, además, por supuesto, de todos los méritos estéticos de su obra, tiene que ver con un arte hoy poco cultivado, el arte de desaparecer. Usted salió de los círculos literarios, fue reclamado, ganó el Premio de la Crítica en la categoría de poesía por Fámulo… Su vida parece también una suerte de relato, ¿ha intentado hacer con ella otra obra de arte?
No crea, mi vida ha actuado a menudo como una losa a la hora de valorar mi obra escrita. Comprendo que no todo el mundo es joven, guapo, rico, juega bien al póquer, alimenta a las aves necrófagas, trabaja para los servicios secretos y se permite amonestar a los regionalistas, pero sé, de buena tinta, que mis poemas y prosas no dejan indiferentes, por lo que desearía que la crítica se centrara en esta última faceta. Mi vida fue obra de arte al ser utilizada para redactar mi novela Níquel y, de hecho, esta utilización, aunque moderada, es en gran parte culpable del desvío de la atención hacia mi biografía en detrimento de la atención a mi literatura.
Al lector le puede resultar interesante la simpatía de Ferrer Lerín con las aves necrófagas, ¿hay en ella alguna relación con su forma de entender y hacer literatura?
Mi interés por la naturaleza, en concreto por la fauna salvaje europea, me ha acompañado desde la infancia. Fue a principio de los sesenta cuando cambié mis estudios herpetológicos por los ornitológicos, consecuencia del descubrimiento de que en una España que pugnaba por salir del subdesarrollo aún existían unas estructuras de 2,70 metros que volaban sobre nuestras cabezas a la busca de carroña. Inicié entonces una febril carrera para evitar la extinción de buitres leonados, buitres negros, alimoches y quebrantahuesos mediante el traslado, en el maletero de mi R12, de cabezas de caballo partidas, alimento que arrebatábamos de las fauces de las fieras del zoo de Barcelona, hacia el prepirineo de Lérida y Huesca, los espacios más cercanos a mi ciudad en los que aún vivían esas aves. Hay elementos de esa aventura, que aún continúa, aprovechados para la construcción de relatos e incluso poesías.
Hace años que muchos seguimos todo lo que escribe Ferrer Lerín. Lo hacemos por la calidad de su obra, original y siempre moderna, en la mejor acepción del término. Ahora cuenta con una serie de libros fantásticos, algunos muy bellamente editados y un aplauso unánime. Al mismo tiempo, no es posible dejar de ver en su obra un recelo, creo que lúcido y justificado, sobre el ser humano y nuestra época ¿cómo concilia usted ambos hechos?
Soy compasivo, relativizo bien la acción, a menudo despreciable, de algunos de los que me rodean. A medida que voy entrando en la senilidad absoluta voy aprendiendo a situarme en la piel de dichos energúmenos, y a veces me convierto en el más preclaro de todos ellos.
A alguno nos preocupa el exitoso regreso de los argumentos débiles, de los prejuicios, de los nacionalismos, del orgullo por las identidades colectivas, ¿cómo ve la época que nos está tocando vivir?
La veo mal, y me pregunto si esas taras colectivas siempre han existido o es que ahora resultan más palpables por la explosión demográfica y por la velocidad en que transitan las noticias. Recuerdo, de mi juventud, una gloriosa paremia que decía algo así: Desconfía del creyente, o es malo o es demente, y entonces se aclaraba que “malo” era “hipócrita”, el que aparentaba ser religioso para revestirse de un halo de respetabilidad, lo que suponía mentir, pero la mentira es una forma, menor, pero una forma al fin de inteligencia; el problema radicaba en los otros, en los dementes, los oligofrénicos, esos sí constituían un problema si de verdad se creían todo aquello. Ya digo, eran términos juveniles de resistencia.
Muy relacionado con una poética literaria que incorpora hallazgos y transtextualizaciones, podemos situar el Arte Casual de cuyo manifiesto es usted autor. Creo que acaba de clausurarse una exposición suya en el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza y viene de impartir un curso en Málaga ¿Qué es el arte casual y cuáles son los siguientes proyectos a este respecto?
En 1984 acuñé el término Arte Casual (A.C.) y redacté un manifiesto, cuya primera parte puede servir para contestar a su pregunta: ¿Qué es Arte Casual?
1) El que se da en objetos o grupo de ellos, materiales sin vocación artística, que por su ubicación, colocación o combinación producen en el observador un placer visual sin haberlo pretendido el responsable de la situación.
2) Todo lo que es capaz de crear una emoción estética partiendo de elementos no naturales pero no pensados, en su construcción y/o en su colocación, con mentalidad artística.
Los proyectos de Arte Casual están ligados a las maniobras de itinerancia propias de la clausura de una exposición que ha permanecido abierta en un museo durante casi cuatro meses. La intención es seguir impartiendo cursos, simultáneos o no a nuevas muestras.
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