El drama de alto voltaje emocional es un territorio peligroso cuando se transita en cualquier ficción: el peligro de pasarse de rosca, de resultar irreal, o de caer en el tremendismo. Un ejemplo: la inflamada, petulante y poco creíble Shame, puro torture porn sentimental donde Steve McQueen disfrutaba castigando a sus personajes.
Vale, es feo hablar mal de una película para dejar bien otra, pero aquí está justificado para entender que Manchester frente al mar (en inglés Manchester By The Sea, una población costera del condado de Essex) es todo lo contrario. Un título que insufla vida a los dramas de factura indie, a base de contención emocional y una cuidada puesta en escena donde cada encuadre (la cámara está situada siempre donde debe) sirve para escrutar el interior de los personajes.
El nuevo filme de Kenneth Lonergan presenta una estructura que coquetea levemente con el thriller: ese secreto que da sentido al drama de Lee Chandler (un excelente Casey Affleck), un hecho trágico revelado hacia la mitad de la historia, y algunos enigmas más, mostrados con cuentagotas por Lonergan -un director y guionista que aquí cuenta más con las imágenes que con el texto escrito. Algo que se nota en la estupenda descripción de los personajes, definidos por sus actos y mímica-, claves para entender el pasado y situación actual de una familia rota que se vuelve reunir a causa de la muerte de uno de sus pilares: el hermano de Lee, Joe Chandler.
Manchester frente al mar cuenta la historia de cómo la vida sigue, a pesar de haber tocado fondo o de haber vivido una tragedia. Y lo hace sin caer nunca en los excesos dramáticos, sin echar mano de la empatía facilona hacia unos personajes que tampoco la tienen entre ellos, sin subir nunca el tono. Lo hace también con inteligencia.
Los protagonistas se definen por sus actos, por sus miradas, o por cómo están dispuestos frente la cámara. A la mayoría les cuesta tanto expresar sus verdaderas emociones con la palabra, que optan por otros tipos de lenguaje; a veces incluso de forma involuntaria. La escena, por ejemplo, del encuentro final entre Lee y su exmujer, es prodigiosa, con ese diálogo que se hace imposible y ese uso expresivo del plano contraplano reflejando sus caras y gestos.
Uno de los mecanismos que utiliza Lonergan en Manchester frente al mar para no caer en el tremendismo o la impostura es el humor y la cotidianidad. La película rebaja la tensión con fugas cómicas y pasajes mundanos que dan un significado completo a la historia. La discusión sobre Star Trek que Patrick, el hijo adolescente de Joe, y sus amigos tienen la noche después del fallecimiento de su padre, el divertido choque generacional que se produce entre Lee y su sobrino, el hilarante cameo de Lonergan, o la reveladora secuencia que muestra a Joe al teléfono cerrando los detalles del entierro, mientras Patrick y su novia desayunan cereales de forma despreocupada, rompen momentáneamente el drama y lo convierten en algo real y creíble.
Cinta de elegantísima estructura circular y de varias capas sobre la supervivencia, después de la devastación emocional más absoluta con diversos personajes secundarios dañados por la vida con mucha miga (las exmujeres de los hermanos Chandler, unas fantásticas Michelle Williams y Gretchen Mol), Manchester frente al mar, en última instancia, esboza un retrato lleno de sensibilidad sobre la relación que se establece entre tío (Lee), entendido aquí como una segunda figura paterna, y sobrino (Patrick). De hecho, esa relación, que también es en parte una reconciliación, es uno de los pilares del filme. Y en esencia, tal como está descrita, recuerda a las mejores comedias dramáticas de Alexander Payne. Otro maestro a la hora de subvertir el drama desde la cotidianidad y las sonrisas.
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