La otra noche vi llover, vi gente correr y no estaba yo. Yo debía estar, lo supe por el reflejo en el cristal, al otro lado de la ventana. Terminaba de despertar de un bello sueño. Había soñado que alguien me amaba.
Me había dormido pensando en cómo cerrar un artículo sobre la doble ineficacia relacionada con la tortura y los malos tratos: la ineficacia de la tortura para descubrir la verdad sobre algún hecho, y, en particular, para terminar con el terrorismo internacional y la ineficacia de las normas que prohíben la tortura y los malos tratos, esa vergüenza de la humanidad, reverso tenebroso del arte y la poesía.
Me había dormido pensando en cosas feas y en la película Hunger de Steve McQueen que había ido a ver a la Filmoteca, para saber más sobre la muerte por huelga de hambre de Bobby Sands y otros presos del IRA en 1981. Sin embargo, soñé que alguien me amaba y eso me había desvelado y por eso estaba a medianoche frente a la ventana, bastante decidido a terminar una entrada sobre el cine y los poetas.
En mi entrada listaba algunas películas imprescindibles sobre poetas en el cine, al hilo del estreno de A quiet passion (Terence Davies, 2015) sobre la extraordinaria poeta Emily Dickinson y terminaba más bien recomendando la poesía propia del cine: esa que se encuentra en dos de las mejores películas del siglo XXI: Hunger (2008) pero también Shame (2011), ambas de McQueen.
El nexo que justificaba una entrada en EL HYPE al hilo de la poesía era la conmovedora belleza de sus imágenes cargadas de claridad moral, pero también de una fuerza estética hipnótica, semejante al empuje con el que la contradictoria perfección de una tarde de invierno en la playa nos arrastra a creer en los fantasmas de nuestros antepasados y en el misterio del arte.
Volví a asomarme porque, en realidad, no estaba seguro de haber visto gente correr. Tan tarde era. Al otro lado del cristal, el puente temblaba, el viento aullaba como un martillo, la noche soplaba lluviosa y un cuervo permanecía apoyado en mi ventana con un ala rota. Lo primero que pensé es que sería el espíritu de mi abuela que subía con la lluvia: ¿Abuela, pregunté, eres tú? No, no soy tu abuela. Soy Bob Dylan, graznó el cuervo enseñando huecos en los dientes. ¡Abuela! ¡Pero qué bromista eres!
Estuvimos un rato, los dos, mirando la calle oscura, mi abuela me dijo que había subido con la lluvia para advertirme que Steve McQueen había muerto. Que no quería que metiera la pata, puesto que ambos sabíamos que yo, al haber nacido en diciembre, soy de los que se dan cuenta demasiado tarde de las cosas y tiendo a meter bastante la pata. Le dije que se lo agradecía mucho, pero que esta vez no tenía que preocuparse de que metiera la pata, puesto que el Steve McQueen al que yo me refería no era el actor, que efectivamente había muerto de cáncer de pulmón en Chihuahua, sino el director de cine y artista nacido en Londres.
Se quedó tranquila, pero como si no quisiera haber subido en balde con la lluvia, señaló el hermoso libro de Patricio Pron (El espíritu de mis padres sigue subiendo con la lluvia) y me pidió por favor que si aún la quería, no hiciera la típica entrada sobre 5 películas imprescindibles sobre poesía y cine. Le dije que no, que a mí hay películas sobre poetas que me han gustado mucho: Bright Star (Campion, 2009) sobre Keats, Remando al viento (Suárez, 1988) sobre Byron, Shelley (Mary Wollstonecraft y Percy Bysshe) y Polidori; El cónsul de Sodoma (Monleón, 2009) sobre Jaime Gil de Biedma, pero que en el cine prefiero la poesía propia del cine: los filmes de Tarkovsky, Dreyer, John Ford, Max Ophüls o Yasujiro Ozu son más poéticos que las películas que tratan de poesía. Entre los más recientes, hay poesía en el cine de Terrence Malik o Béla Tarr. Terence Davies también, como demostró en la triste y hermosa The Deep blue sea (2011), por eso esta película sobre la gran poeta Emily Dickinson es… ¡poesía sobre poesía!
Cuando terminé mi entrada, mi mujer ya se había despertado: ¡Greta, anoche soñé que alguien me amaba!, le espeté por el pasillo. Fui yo, no te quise despertar, respondió mientras entraba en la ducha.
Misterio resuelto, ¿y Dylan?
Yo creo que la literatura es un territorio lúdico, amplio y libre, que no conoce fronteras ni límites entre los géneros. Y si alguien tiene dudas siempre puede ponerse Love Minus Zero/ No Limit.
Hermosos: discos de Bob Dylan, películas de Steve McQueen, poemas de Emily Dickinson.
Malditas: sentencias graves sobre qué es y qué no es literatura.
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