¿Qué mejor manera de celebrar mis 80 años recién cumplidos que publicando un nuevo disco? Eso debe pensar Leonard Cohen desde la torre de la canción. Nosotros festejamos tanto su octo-aniversario como el lanzamiento de Popular Problems, con una de las mejores inclusiones de su música en una película: en Exotica, de Atom Egoyan.
Hubo un tiempo en el que Atom Egoyan era lo más. Este cineasta canadiense nacido en Egipto aunque de origen armenio (toma cocktail de identidad explosivo) enlazó entre 1991 y 1999 una serie de obras inspiradísimas: la secuencia que forman El Liquidador, Calendar, Exotica, El dulce porvenir e, incluso, El viaje de Felicia colocaron a Egoyan en la línea de vanguardia de los creadores cinematográficos más personales y atrevidos de su tiempo (a la vez que muchos festivales se peleaban por adoptarlo como su niño mimado).
Todos estos dramas cubistas con un muy singular sentido del tiempo, organización del relato y revelación del pathos, lamentablemente, son un recuerdo del pasado. Su carrera fue avanzando progresivamente hacia una cuesta abajo que, si bien no le supuso ningún descalabro, sí que implicó una mengua de tensión y arrojo creativo por su parte y un incremento del desinterés hacia su obra por la nuestra. Total, que ahora hay que cruzar los dedos para que se estrenen sus películas (en la lista de espera se han acumulado recientemente Condenados o La cautiva), aunque si no se estrenan, pues tampoco pasa nada. A aquel Egoyan de Exotica (el cénit de su filmografía aún está en las historias descompuestas de ese strip club que tanto recuerda a la sala de conciertos La Riviera de Madrid) ya hace tiempo que no lo reconocemos.
Hubo un tiempo, otro tiempo, en el que Leonard Cohen también era lo más. De hecho, ese tiempo casi se podría decir que es TODO el tiempo. Al menos,en todo el tiempo que pasó entre su primer disco de 1967 hasta The future de 1992, Cohen fue infalible. Después ya no. El paréntesis budista nos lo devolvió en el 2001 con Ten new songs, un disco aceptable y con algunos chispazos de talento (valga el tópico de quien tuvo, retuvo), pero que se convirtió en el primero de una ristra de álbumes al tran tran, de la cual el reciente Popular Problems es el último eslabón. Siempre hay tres, quizá cuatro, canciones notables, siempre rezuma distinción y su verso siempre es superior a la del ¿99%? de letristas, obviamente, pero queda lejos aquel Cohen que podría discutirle a Bob Dylan un posible Nobel de literatura. También se echa de menos a aquel cantautor auto-irónico que encaró la madurez total como I’m you man, aquella obra maestra de 1988 sobre la muerte del Don Juan en la que convivían en armonía los arreglos y las melodías más excelsas con las instrumentaciones más horteras.
¿Qué sucede cuando se superpone a Egoyan con Cohen? Pues que de la suma de dos fogonazos de genio de estos canadienses sale un extrañísimo número de striptease protagonizado por Mia Kirshner vestida de colegiala. Erotismo frío. Lascivia cerebral. Pero, sobre todo, se utiliza una canción, Everybody knows, que habla de lo mismo que la película: de pactos tácitos de silencio, de secretos turbios compartidos, de contrabandos asumidos y del desencanto como un sentimiento en vaivén entre el fatalismo y el nihilismo. Que estas emociones y traumas soterrados se teatralicen y verbalicen en la película a través de la voz de Cohen es una decisión oblicua y rara, aunque extraordinariamente efectiva, como todas las que solía tomar Egoyan en aquella época.
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