Ningunear a la sencillez, a pesar de conocer su importancia, y caer en brazos de las más bellas complicaciones es mucho más tentador que lo accesible, lo obvio o lo cercano.
Así de sencilla es la definición de sencillez. Sinónimos existen y muchos: fácil, franco, natural, sincero, evidente, espontáneo, claro y hasta mondo y lirondo, como decía mi padre, nos definen esa cualidad, ese talento del ser humano que nos explica que ser sencillo es estar libre de complicaciones. Ahora, quizá lo complicado sea ser sencillo.
Me da la sensación de que si algo resulta fácil, evidente, claro y asequible carece de valor y si además utiliza un lenguaje entendible no puede ser bueno. Vivo alrededor de informes y documentos enrevesados, sentencias que no entienden ni los propios abogados, leyes con diferentes interpretaciones, escrituras ininteligibles que incluyen todo lujo de detalles, recibos de la luz que ni los expertos saben descifrar…
Sin embargo, me olvido que uno de los más grandes descubrimientos científicos surgió cuando alguien vio caer una manzana de un árbol, aunque ahora, seguramente, queramos complicarlo con historias y relatos más o menos dispares. A veces un puro es solamente un puro dijo Freud. Y eso creo yo intelectualmente. Luego unas sencillas creencias invisibles, desconocidas para mí, modifican habitualmente mis comportamientos y hacen la vida realmente complicada.
Sé que el presente es el tiempo verbal más sencillo de vivir y experimentar aunque, habitualmente, me empeño en vivir en el pasado y anticipar el futuro creando expectativas que me complican la vida en exceso. Disfruto creando decorados espectaculares y resto importancia a los verdaderos contenidos, aparentando lo que no soy cuando lo que deseo es mostrarme tal cual. ¡Con lo fácil que es ir al grano y evitar rodeos indeseados!
“Él, con la sencillez de la grandeza…” escribía José Martí de su amigo Fermín Valdés. Quizá, ningunear a la sencillez a pesar de conocer su importancia y caer en brazos de las más bellas complicaciones, con grandes boatos y solemnidades, artificiosas y pedantes sea más atractivo y divertido, encantador y fascinante y por supuesto, mucho más tentador que lo accesible, lo obvio o lo cercano. Pero quizá, mi miedo es liberarme de esas complicaciones, de disfraces y de máscaras, de artificios y simulaciones que me dejarían como desnudo, sin fachada y sin decorado y a lo peor, sin saber siquiera quién soy yo.
Por todo ello, apelo a mi cualidad de ser sencillo y decreto aceptar lo sincero, lo franco y lo evidente, lo espontáneo y así poder vivir sin miedo a lo sencillo para poder ser grande.
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