Será muy difícil tratar de comprender el comportamiento humano, el nuestro, sin convertir el estudio de las emociones y sentimientos en algo científico.
Me resulta curioso que muchos de los que me acompañan de cerca, en este maravilloso viaje de los meses y los años, tengan la seguridad de que ante cualquier toma de decisiones son lo suficientemente objetivos y aplican la lógica y el entendimiento, como para abstraerse de lo que su corazón siente.
Además se vanaglorian -y lo verbalizan-, con cierta asiduidad, de que son personas lógicas y que pueden dejar sus emociones a un lado a la hora de ser objetivos.
Lo cierto es que ese tipo de comentarios me provocan cierta hilaridad, aunque personalmente entiendo ese tipo de afirmaciones. Yo he sido igual, desde hace mucho tiempo, en el viaje de los años y los días.
Nada más lejos de la imaginación que poder separar emociones y razón. Si el hombre en los miles de años que lleva en este viaje no ha sido capaz de separar razón de emoción ¿por qué íbamos a ser capaces ahora de ser objetivos? ¿Qué ha cambiado en el ser humano en los últimos 5.000 años?
Prestigiosos neurocientíficos de este siglo, como Antonio Damásio o Joseph LeDoux, no dudarían en demostrarnos la cantidad de vías que unen en nuestro cerebro el área de la amígdala (emociones) con el área del córtex (razón). Esto quiere decir que la interacción entre ambas áreas es constante, además de complejísima. Es más, existen muchas más vías que unen la amígdala con el córtex que a la inversa, por lo que las emociones lo tienen muy fácil y sencillo para intervenir en nuestros pensamientos y en las decisiones racionales.
¡Nuestro cerebro necesita al corazón para pensar!
Las emociones son imprescindibles para tomar decisiones, planificar, reflexionar y también cumplen una función importantísima de relación con los demás. Han ido evolucionando en el ser humano muy lentamente y forman parte de un software esencial en cada uno de nosotros. Sentirlas es algo que no hay que reprimir u obviar porque cada una surge por un motivo y tiene una razón para existir.
La tristeza, la rabia, la alegría, la vergüenza, la culpa, el enfado, el miedo… son emociones que se activan apretando ciertos botones, y cada uno de nosotros tiene una sensibilidad distinta hacia cada una de esas emociones que intervendrá, queramos o no, en nuestras decisiones y pensamientos.
Como dice Damásio, la emoción es un programa de acciones, de protección, de defensa, de alimentación y de perpetuación, y actúa de manera automática. Percibir lo que está sucediendo en tu cuerpo -cuando está la emoción- provoca un sentimiento. Emocionar es actuar. Sentir es percibir. Todo está relacionado.
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