Dilapidar 300 millones de dólares y arrastrarse haciendo el ridículo en cameos humillantes y desternillantes es lo menos salvaje que ha hecho este hombre llamado Mike Tyson. Un mal día se olvidó de saber contar hasta tres mientras el árbitro le contaba hasta diez.
Mike Tyson es un ejemplo claro del resultado de ser hijo de uno de esos tantos senos familiares monoparentales, de esos en los que América deshereda a los afroamericanos y deja solas a madres solteras, al tiempo que llena de licorerías las esquinas de los vecindarios, parafraseando a Laurence Fishburne en la mítica Boyz’n’The Hood. Los porros y los mamporros fueron su lenguaje de niño cuando pululó constantemente por centros de menores y presidios en los que se burlaban constantemente de su ceceo. Fue en ese momento cuando se enfadó con el mundo, con todos aquellos que, a su escaso juicio, le querían joder y fue también en ese instante cuando llenó de acero sus puños hasta convertirse en el, por aquel entonces, Campeón mundial de los pesos pesados más joven de la historia.
Pero claro, como suele ocurrir en estos casos de tragedia griega, tiró por el excusado todo su ¿talento? y no se le ocurrió mejor plan que violar a una jovencita que optaba por ser Miss Black America. Lo pagó con creces en la cárcel, pero lo de la penitencia no le hizo arreglar ese cable que de cuando en cuando se le cruzaba. Como cuando regresó para optar para ser de nuevo “Iron Mike” y le arrancó un trozo de oreja a Evander Holyfield como respuesta a los cabezazos de éste. El surrealismo se hermanaba con lo patético de unos combates apañados, de una vida desordenada, con siete hijos de madres diferentes y unos histrionismos que eternizaban el estereotipo de pegón y violento.
Tanto trascendió el borrón del abuso sexual en su vida que los personajes de los videojuegos tuvieron que modificar su nombre en todo el mundo, algo idéntico a lo que ocurrió con su personaje de Los Simpsons. No menos que lo que trascendió el Knockout propinado por un semi desconocido “Buster” Douglas, quien le hizo morder el polvo contra todo pronóstico, algo de lo que jamás se recuperaría. A partir de ahí, combates amañados, sparrings lamentables enfrente de este menudo boxeador y un manager que no ayudaba en nada a que remontase el vuelo.
Tatuajes faciales, Las Vegas y sus cifras mareantes (hasta que le denegaron pelear en todo el Estado de Nevada), sonados tongos, peleas que seguían una vez sonada la campana y derrotas dolorosas hicieron que “El Terror del Garden”, quien decía cosas tan cariñosas a sus contrincantes como Quiero comerme a tus niños, se retirase para intentar recuperar su maltrecha economía de otra forma más bufonesca (si cabe). A partir de ahí, apariciones en Resacón en las Vegas, en producciones argelinas en la actualidad (¡!) y en todo tipo de actos en los que se caricaturizaba a sí mismo sin piedad. Pronto, un biopic interpretado por Jamie Foxx retratará a este gigante de pies de barro, al que las adicciones también terminaron por hacerle mella. No en vano, acabó ingresando en una clínica para enfrentarse quizás a su rival más inexpugnable: él mismo.
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