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79 Festival de Venecia #2 Argentina, espíritus isleños e identidades

En Cine y Series miércoles, 7 de septiembre de 2022

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

El cine latinoamericano, presencia constante y siempre de calidad en el Festival de Venecia, ha presentado en concurso, junto a la película de Iñárritu, el sexto largometraje del argentino Santiago Mitre, especialista en el cine de carácter político. En 2011 con El estudiante observó la democracia de su país hablando de la crisis del poder y de su costumbre de negociar para obtener consenso; así como en 2017, con El presidente, hizo una eficaz descripción de las relaciones entre vida pública y privada del primer ciudadano argentino.

A Venecia llega con una cinta que ahonda en el pasado más vergonzoso y dramático de la historia de su propia nación, volviendo a la sanguinaria dictadura militar que sufrió entre 1976 y 1983. Argentina, 1985 es un relato basado en hechos reales cuyos protagonistas son el fiscal Julio Strassera y su ayudante Luis Moreno Ocampo que, en 1984, fueron encargados de investigar los delitos de la Junta Militar durante la dictadura para llevar a juicio en 1985 a sus más altos cargos, incluido el teniente coronel Jorge Videla.

En el arco de pocos meses en que tuvieron que hacer las investigaciones y, a lo largo de cuatro, realizaron el debate donde se enseñaron al pueblo argentino los horrores contados por más de ochocientos testigos oculares y supervivientes que la red de centro de detención y tortura clandestina donde sufrieron penas horribles y de los que nunca probablemente sobrevivieron los mas de tres mil desaparecidos.

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Peter Lanzani y Ricardo Darín en Argentina, 1985  © Amazon Studios

Un trabajo enorme realizado por un grupo de jóvenes que trabajó junto a Strassera, entre amenazas, bombas y poderes fuertemente contrarios al juicio y que Mitre cuenta de forma muy meticulosa y con gran pasión utilizando un ritmo narrativo extremadamente eficaz, que mantiene siempre en perfecto equilibrio registros diferentes. El lado personal de cada personaje y de su entorno familiar, donde se combinan momentos de ligereza con otros más dramáticos (incluidos los que tienen como objeto la relación con la pasada dictadura) se enlaza sin fisuras dentro del relato preciso, documentado y minucioso de la  investigación, antes y después del juicio en la parte final del largometraje.

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Peter Lanzani y Ricardo Darín en Eunice momento de Argentina, 1985. © Amazon Studios

Nunca hay caídas y el estilo visual consigue ser siempre muy personal sin parecer nunca recargado o impuesto. Contribuye al éxito del largometraje la actuación soberbia de todo el reparto de actores donde sobresale Ricardo Darín en una de sus mejores interpretaciones, consiguiendo que el espectador se involucre completamente en las contradicciones personales, pero también en la intachable voluntad de denunciar la verdad que caracterizaron el operado del fiscal Strassera. Si el intento de Mitre era que las viejas y nueva generaciones volvieran a “creer en la fuerza” de la justicia y de la verdad, como se dice en la película, el reto está plenamente conseguido.

No menos impactante, la última obra de Martin McDonagh, The Banshees of Inisherin, que vuelve al Lido cinco años después de su inolvidable Three Billboards Outside Ebbing, Missouri. El director irlandés vuelve a sus orígenes y reúne a la pareja de protagonistas (ambos irlandeses) de su primera película In Bruges. Colin Farrell y Brendan Gleeson (ambos excepcionales) interpretan respectivamente a Padraic y Colm, dos viejos amigos que viven en la isla ficticia de Inisherin a lo largo de la costa accidental de Irlanda. Es 1923, el país vive la guerra civil  para la independencia, pero lo que ocurre fuera del entorno aislado de Inisherin parece desarrollarse lejos, con el ruido y el humo de algunas explosiones lejanas, que interrumpen solo momentáneamente la vida de los habitantes de la isla. Podría ser lo mismo para la vida de Padraic y Colm, pero no es así.

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Kerry Condon en una escena de The Banshees of Inisherin. © Jonathan Hession. 2022. 20th Century Studios All Rights Reserved.

Colm, violinista y compositor de canciones populares ligadas a la tradición irlandesa, de un día para otro, decide poner fin a la amistad. Padraic no entiende el porqué de tal acción y con su simple carácter se opone causando un actitud siempre más intransigente de parte de su ex amigo. Tampoco la presencia de la hermana Siobhan (Kerry Condon) es de ayuda, una mujer culta que con dificultad acepta la vida de una comunidad que parece repetir día tras día la misma vida y las mismas costumbres y que ella siente irremediablemente ajena.

Las consecuencias del enfrentamiento llevarán a una transformación radical de Padraic que, junto a Colm, será víctima y artífice al mismo tiempo de una serie de actos originados por una anclada incapacidad a mudar y a entender las necesidades ajenas, así como las propias. Lo mismo pasa al joven al hijo del violento policía de la isla (un soberbio Barry Keoghan) que igualmente es presa de su retraso mental.

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Brendan Gleeson y Colin Farrell en The Banshees of Inisherin. © Jonathan Hession. 2022. 20th Century Studios All Rights Reserved.

La cinta de McDonagh muestra otra vez un entorno claustrofóbico que parece tener como única escapatoria la violencia. La costa irlandesa, sus muros a seco que definen los campos y que se abren hacia la mar, pese a su amplio respiro visual, son en realidad un laberinto del que nada y nadie  puede escapar y donde vive algo tan impalpable como el espíritu de una maldad aparentemente imperceptible. McDonagh la encarna soberbiamente en la magnífica figura de una vieja bruja del isla, la señora McCormick (Sheila Flitton) que prevé futuros nefastos y que de hecho es la personificación de una de las Banshees (en gaélico “mujer de la hadas”) del título, una figura malvada femenina legendaria de la tradición irlandesa que se presenta a los seres humanos sólo cuando estos están cerca de la muerte.

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Trace Lysette y Patricia Clarkson en Monica.

El cine italiano se presenta en el festival con cinco títulos, todos de seguro interés. Después de la última obra de Guadagnino  (Bones and All, de la que nos habla con detalle Eva Peydró) en los primeros días de la mostra, se vio Monica de Andrea Pallaoro, muy apreciada por el público del festival al finalizar el estreno. Pallaoro sigue con sus retratos de mujeres oprimidas por un dolor que llevan a en su interior. Después de Hannah, que justo en Venecia, hace cinco años, hizo ganar la Coppa Volpi a Charlotte Rampling como mejor actriz, ofrece el retrato de otra mujer, muy distinta, Monica: una joven y con un pasado misterioso, interpretada eficazmente por la actriz transexual Trace Lysette.

Después de veinte años Monica vuelve a enfrentarse con la madre que la echó de casa, llamada por la suegra y el hermano para que los ayude a cuidar la anciana que sufre de un tumor al cerebelo que le ha quitado lucidez y autonomía. La confusión de la madre, la simpatía hacia el pequeño sobrino parecen mitigar las supuestas tensiones del encuentro aunque Monica intente volver a casa sintiéndose angustiada e incapaz de gestionar su vida personal anterior (que queda bastante misteriosa al espectador) con la nueva situación.

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Trace Lysett en un momento de Monica.

El director describe recurriendo a diálogos escuetos, largos silencios e imágenes fijas en formato cuatro tercios que más que contar quieren sugerir. Una cara en primer plano, objetos, secciones de un ambiente deberían por sí solos comunicar la insoportable pesadez de la existencia de Monica y de sus conflictos interiores con un rigor visual y narrativo que resulta acertado solo parcialmente, ya que a lo largo del filme éste se hace cada vez más pesado, así como demasiado controlado dejándonos la sensación que su origen no sea siempre una verdadera inspiración sino una cierta complacencia hacia la bella imagen. Así como los largos silencios parecen en muchas ocasiones innecesarios y no siempre capaces de transmitir el mundo interior de una mujer dividida.

Otra película italiana muy esperada ha sido L’immensità de Emanuele Crialese con Penélope Cruz,  Coppa Volpi el año pasado con Madres Paralelas. La actriz española interpreta con una intensidad y frescura remarcables a una madre de familia burguesa de anclados principios católicos en la Roma de los primeras años setenta. El director romano firma una obra mucho más personal que sus anteriores, donde al centro parece ser una reflexión sobre las dificultades de integración de dos figuras clave dentro un marco familiar, donde son preestablecidas reglas de comportamiento que resultan ser inamovibles: por un lado la madre, Clara, que vive dentro a una realidad totalmente ajena a su manera de ser y su deseo de libertad y que da por resultado un matrimonio infeliz; por otro, la hija Adriana (verdadero alter ego de Crialese) de doce años y que sufre un fuerte conflicto interior ligado a su identidad de género.

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Penélope Cruz en un momento de “L’immensità”. © Angelo Turetta.

La película se rige sobre la cautivante sensibilidad visual de Crialese y convence en la descripción de los personajes. Si un problema tiene, es el que en algunos momentos el análisis del entorno se pierde dentro de una planificación de la historia que a menudo gira en sí misma y que, por lo tanto, termina por ser auto referencial así como incapaz de asumir los rasgos de una verdadera crítica a la sociedad que describe. Aunque no fuera este probablemente el objeto principal de Crialese, queda la sensación de asistir a un refinado ejercicio de estilo donde bellas imágenes y algunas situaciones cautivantes se unen a momentos francamente menos logrados, sobre todo cuando el director se recrea en visualizar el mundo fantástico imaginado por la joven Adriana y basado en los personajes icónicos de la televisión italiana de los setenta, como Adriano Celentano, Raffaella Carrà y Patti Pravo.

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